La Plata, ese camino
Luis Díaz
30 de julio a 19 de agosto de 2004


Etapa 1. 30 de julio de 2004. Salida de Barcelona
Etapa 2. 31 de julio de 2004. Calzada de Béjar - Fuenterroble de Salvatierra
Etapa 3. 1 de agosto de 2004. Fuenterroble de Salvatierra - San Pedro de Rozados / Morille
Etapa 4. 2 de agosto de 2004. Morille - Salamanca
Etapa 5. 3 de agosto de 2004. Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino
Etapa 6. 4 de agosto de 2004. El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora
Etapa 7. 5-6 de agosto de 2004. Zamora - Riego del Camino
Etapa 8. 7 de agosto de 2004. Riego del Camino - Tábara
Etapa 9. 8 de agosto de 2004. Tábara - Santa Marta de Tera
Etapa 10. 9 de agosto de 2004. Santa Marta de Tera - Mombuey
Etapa 11. 10 de agosto de 2004. Mombuey - Puebla de Sanabria
Etapa 12. 11 de agosto de 2004. Puebla de Sanabria - Lubián
Etapa 13. 12 de agosto de 2004. Lubián - A Gudiña
Etapa 14. 13 de agosto de 2005. A Gudiña - Laza
Etapa 15. 14 de agosto de 2004. Laza - Xunqueira de Ambía
Etapa 16. 15 de agosto de 2004. Xunqueira de Ambía - Ourense
Etapa 17. 16 de agosto de 2004. Ourense - Monasterio de Oseira
Etapa 18. 17 de agosto de 2004. Monasterio de Oseira - A Laxe
Etapa 19. 18 de agosto de 2004. A Laxe - Puente Ulla
Etapa 20. 19 de agosto de 2004. Puente Ulla - Santiago de Compostela



Etapa 1. 30 de julio de 2004. Salida de Barcelona
Este año ha sido como nuestro primer Camino. En el año 1999, aquel día 30 de julio, con los nervios a flor de piel, no pudimos dormir. En el reloj despertador veía como pasaban las horas y los cuartos, pero no sentía el tañer de las campanas. En mi subconsciente si las oía y me pareció como un anticipo de las muchas que oiríamos a lo largo del Camino.
Salimos de Barcelona a las siete de la mañana sin ponernos una hora para llegar a Pinedas, una pequeña población cerca de Béjar y de la Peña de Francia en Salamanca, lugar donde dejaríamos el coche.
Sólo hubo una diferencia con el primero. Entonces, en la mochila, íbamos metiendo cada una de las cosas del listado que habíamos preparado con tiempo y éste, como no tuvimos mucho para prepararla nos fiamos de la experiencia. El mes de Julio para nosotros fue estresante con la preparación de la boda de nuestro hijo, así que , cuando despedimos al último invitado, el día veintinueve, esa misma noche, preparamos deprisa y corriendo las mochilas.
Hicimos un repaso mental de todo lo que habíamos puesto en ella, sin caer en la cuenta de que nos faltaban las esterillas, pieza indispensable para el descanso del peregrino en el caso de no encontrar un colchón. No le dimos mucha importancia porque en teoría, en el Camino de la Plata no sería necesario su uso. Pero el día a día nos demostró su parte negativa y positiva. Nunca llueve a gusto de todos.
Como no estábamos tranquilos decidimos que en la primera población importante que pudiéramos, pararíamos y compraríamos un par de ellas.
Como suele ocurrir, los viajes por carretera, no están exentos de sorpresas.

Fuimos toda la mañana por la Nacional hasta que decidimos entrar en autopista para adelantar unos kilómetros y, nada más entrar en Bujaraloz, se me enciende el piloto del aceite. ¡Ostras! ¿cómo puede ser? si he cambiado el aceite hace 5 mil kilómetros. Para, comprueba el nivel y añade aceite. Y todo esto jugándome una multa por no llevar el chaleco reflectante que la ley exige. Momentos antes, en un puente de la autopista, vimos una concentración de coches de la G.C. me imagino que dividiéndose las zonas y tuve suerte que no decidieran entrar al mismo tiempo que yo por esa entrada, porque se hubieran puesto las botas conmigo. Santi empezaba a portarse.

Paramos en Zaragoza para una revisión del coche, comprar un chaleco y seguimos carretera.

Sobre las dos de la tarde pasábamos por Valladolid y decidimos comer algo y ya de paso aprovecharíamos para comprar las esterillas. ¡Y que mejor sitio para comer y comprarlas que El Corte Inglés!.

En plan comprador de rebajas nos dirigimos corriendo a la sección de camping y montañismo y por fin ya teníamos nuestras deseadas esterillas.

Llegamos a Pinedas sobre las siete de la tarde. Dejamos el coche a buen recaudo para los próximos 20 días en casa de unos amigos. Un café, cervecita y charla rápida (como la visita del médico) y para el albergue de Calzada de Béjar. Pensábamos andar por carretera los 16 Km. que hay hasta el albergue, pero los amigos nos convencieron y nos acercaron en nuestro coche, así que, ese día no nos pudimos estrenar en la Plata.

Cuando nos dirigíamos hacía Béjar, por la nacional, veíamos los campos de color oro. El verde sólo se apreciaba en las hojas de los árboles. Hectáreas y hectáreas de dehesas. Muchos toros o ¿eran vacas?, por el color de la piel y por la cornamenta parecían toros. No tardaríamos en descubrirlo.

Lo que restaba de tarde lo dedicamos a pasear por las cuatro casas de Calzada de Béjar. A charlar con sus vecinos. A oír las rencillas que hay entre el bar y el nuevo albergue. Se apreciaba amabilidad. Se apreciaba que aquel Camino no se parecía en nada al Francés, el saludo ¡buen viaje! no me sonaba como el ¡buen camino! que te dicen por arriba. Creo que la explicación es que no están acostumbrados a oír que la Vía de la Plata es un camino, de ahí que digan ¡buen viaje!. No van a decir ¡buena Vía!. Yo, a partir de ahora, lo llamaré Camino de la Plata, como así reza en la placa de alguna calle “CALLE CAMINO DE LA PLATA”

En el albergue conocimos a un par de austriacos, Román y Chistrian, hermanos de 25 y 28 años. Habían empezado en Sevilla y ya venían bastante quemados por el sol. Decían que la Plata hasta Calzada era la regla del 40 por 40. Cuarenta kilómetros cada día por cuarenta grados de temperatura. Seríamos sus compañeros durante los días siguientes.

La primera noche y sin apenas haber quemado calorías, la cena resultó algo pesada. Costó hacer la digestión y para postre, en la madrugada, el perro que cuidaba el albergue y que dormía (bueno, pretendía dormir) unos metros mas allá, en el patio, no paraba de ladrar. Después me partí de risa al enterarme de que el que no dejaba dormir al perro era yo con mis ronquidos. El jodío, cada vez que yo roncaba se quejaba con sus ladridos y me despertaba.


Etapa 2. 31 de julio de 2004. Calzada de Béjar - Fuenterroble de Salvatierra
A partir de ahora, según decían los paisanos, las temperaturas serían más suaves. Era cuestión de comprobarlo. Como la jornada no era muy dura, esa mañana, la salida del albergue fue sobre las ocho. Con la fresca. Antes un ligero desayuno que nos dejó preparado Manoli, la dueña del albergue, y a caminar.

Marcaríamos la hora de salida en función de los kilómetros a recorrer ese día y, salvo un día que salimos sobre las seis, nunca sería antes de las siete ni mas tarde de las ocho. Nos gusta salir pronto para no pasar calor y porque siempre hemos aprovechado las tardes para descansar un poco y pasear por los pueblos y ciudades que pasas.

Al contrario de lo que suele pasar en las grandes poblaciones, que te lías y no encuentras señales, en las pequeñas se hace facilísimo su paso.

Al poco de salir de Calzada por carretera te introduces en los campos y comienzan las dehesas. El sol ya empezaba a despuntar y a dar muestras de que ese día, saldría con todo su esplendor. Durante el día agradecías el que alguna nube atrevida tapara momentáneamente el furor del astro rey. Poco duraba la felicidad que te aportaba ese frescor. Me acordaba de aquel paisano que decía que las temperaturas a partir de ahora serían mas suaves.

El primer día y ya te estás quejando, me decía. Venga hombre! si esto no ha hecho mas que empezar. Menudo lo que le espera a Gloria, le comentaba a Lola. En Sevilla, con 40 grados, con un sol que achicharra. Menos mal que tiene el móvil y en caso de apuro alguien puede socorrerla. Pero si ella es más dura de lo que nos imaginamos, decíamos.

Fuimos pasando por varias poblaciones con la intención de comer algo, pero en casi todas, o no es costumbre madrugar (casi las once de la mañana), o la noche anterior estuvieron de fiesta y ya se sabe. Mi vida por un café con leche decía Lola. Pues yo prefiero una cervecita, aunque no sea hora, pensaba.

Así, hasta que llegamos a Fuenterroble de Salvatierra, el feudo de Blas, su párroco. Como en muchas poblaciones, entras por una calle recta y larga y al final de esta, está el albergue. Antes de entrar no pudimos resistirnos y nos despojamos de las mochilas para tomamos un par de claritas en el bar que hay antes.

Estábamos en la labor de calmar la sed y se nos acercó un peregrino indicándonos con el dedo un cartel que había pegado en la puerta. Comenzó a explicarnos no se qué de una romería, ¡no entiendo nada oiga!, ¿qué me quiere decir?. Si hombre la romería a Santiago con carretas. No, nosotros somos espaldas mojadas, vamos a pie, le dije. Ya metidos en conversación, el peregrino Koldo, un guiputxi jubilado, se ofreció a acompañarnos al albergue.

Nada mas llegar preguntamos por Blas, queríamos conocerlo, pero Blas ese día se había marchado a una boda. No sabían si volvería y si volvía a que hora lo haría.

Dejó de hospitaleras a tres sevillanas que habían llegado unos días antes para preparar el terreno al grueso de romeros que llegarían tres o cuatro días más tarde. Hasta 200 creo que llegaban. Empecé a entender las explicaciones que Koldo me había dado en el bar. Cada año, en Fuenterroble se organiza una romería a Santiago y se concentran allí varios días antes haciendo los preparativos.

Las carretas hay que limpiarlas, pulir las partes metálicas, pintarlas, adornarlas y allí que estaba encomendado un peregrino valenciano, no me acuerdo de su nombre o si nos lo dijo. Yo le llamaré Vicente. Vicente se le había acabado el dinero, llevaba dos o tres días en el albergue y estaba necesitado. Su paga de desempleado no se la ingresaban hasta el 3 o 4 de Agosto.

Blas siempre da techo al peregrino necesitado, pero éste ha de contribuir en algo. Quien algo pide, algo le cuesta.

Si anoche la cena no la digerimos bien, la comida de hoy me parece que nos provocaría algún problemilla estomacal, decidimos ir a comer al bar El Pesebre y no fue una decisión muy acertada que digamos.

Momentos antes de ir a comer, creo que fueron unos momentos, y lo que realmente pasó fue una hora, nos impresionó la actitud de uno de los austriacos.

Cuando llegaron al albergue se dieron cuenta de que apenas tenían dinero para comer. Uno de ellos, Román, soltó su mochila y por carretera se fue corriendo a Guijuelo a sacar dinero del cajero. Doce kilómetros extras y con el sol como estaba pegando.

-Pero Christian, le dije, si os dejamos lo que haga falta y mañana o pasado nos lo devolvéis, ¿cómo es que se ha ido tu hermano?. -Román es muy deportista, me respondíó con su voz profunda, y no tiene problemas.

Durante la siesta, en una de las veces que abrí los ojos, me pareció ver a Blas que salía de su oficina. Bueno, ya está aquí, pensé, luego charlaremos un rato con el. Pero no hubo forma, ese día cuando no era una boda por la mañana, era otra por la tarde. Menudo día tiene el hombre.

-Koldo, estás seguro que se ha ido a otra boda Blas. -Si, me dijo. -¡No me lo creo!, pero bueno, otra vez será que podamos conocerlo.


Etapa 3. 1 de agosto de 2004. Fuenterroble de Salvatierra - San Pedro de Rozados / Morille

Esta etapa recuerdo que fue muy dura, pues no pasas por población alguna donde, al menos, sentirte un poco cerca de la civilización. Tan solo en sus casi trece kilómetros finales, pisas asfalto.

Me imagino que pensando en el pobre peregrino, han habilitado hace poco tiempo, un andadero paralelo a la carretera, muy empolvado por cierto, que llega a un oasis en medio de aquel desierto.

Nos dijeron la noche anterior que antes de llegar al Pico de las Dueñas nos encontraríamos tres cruces de madera. Llevaba contadas cinco y aún no aparecía la que parecía más emblemática.

Después de un lento subir, por fin apareció allí en lo alto, una cruz de hierro forjado, clavada en lo más alto del pico. Allí también estaban sentados, en lo más alto, los dos hermanos austriacos desafiando al sol y al fuerte viento.

La subida al Pico de las Dueñas me pareció recordar a la subida después de Atapuerca. El hambre me hizo recordar una mañana de un mes de Agosto en Atapuerca. El olor a pan recién sacado del horno se esparcía por el aire,¡lo olerás, pero no lo tocarás!. Esta vez llevaba mi trozo de pan duro y un chorizo. Juré entonces que jamás volvería a pasar hambre.

Una vez más, haciendo comparaciones con el Camino Francés, la bajada del Pico de las Dueñas me recordó a la bajada del Alto del Perdón.

El oasis viene cuando te faltan casi siete kilómetros para llegar a San Pedro de Rozados.

Se llama Calzadilla de Mendigos, allí sólo hay una finca con toros de lidia -que allí no están- y, ganado porcino. En la guía no constaba y, los lugareños de Fuenterrobles no aseguraban que allí dieran o hubiera agua.

Pues sí, allí hay agua y bien fresquita. Quien lo diría. Después de una pequeña bajada y subida, vimos un inmenso portalón abierto y allá que nos metimos.

Nuestra reserva de agua eran suficientes para llegar, pero dijimos, ¡vamos a ser un poco egoístas! y, si llenamos la botella, eso que nos llevamos.

Picamos a un timbre y nos salió la mujer del capataz de la finca.

-Hola, por favor tienen agua fresca para unos peregrinos sedientos.
-Si, pasad. Podéis dejar ahí las mochilas y descansad un poco, ahora vengo.

Al cabo de unos minutos, Encarna se presentó con una garrafa de 5 litros recién sacada del frigorífico.

Vaciamos la que nos quedaba y la llenamos de aquel agua. Nos bebimos de golpe la botella de litro y medio y la volvimos a llenar.

Harto me quedé de agua ¡Que buena estaba!

Encarna sabe lo duro que es aquello y por eso pone las garrafas de agua a refrescar, siempre llegan peregrinos y me piden agua. Hace pocos días pasaron unos cuantos franceses, dijo

Reiniciábamos la marcha cuando vimos aparecer a nuestros compañeros de calores.

-¡Pasad y bebed!
-¡No gracias!

-Venga, que es agua fresca y está muy buena. Ésta no le hará daño a tu hermano Román.

-Que quieres decir, me preguntó Christian.

-¡Si hombre!, tu hermano, hace un par de días, me hizo un gesto restregándose el estomago y pensé que tendría problemas con el agua.

No entendió muy bien lo que le dije al principio, pero después de unos segundos, dijo.

-¿¡Que tú has oído los pedos de mi hermano!?

-Ahora que lo dices, ¡oírlos lo que es oírlos, no!, pero olerlos, ¿qué quieres que te diga?, ¡ahí, tu hermano, es todo un campeón!.

Ese agua bendita nos dio ánimos para llegar a San Pedro de Rozados, meta por ese día.

En la guía dice que el albergue está en las antiguas escuelas,. Que había que preguntar en el bar Moreno y que allí daban las llaves.

Mari Carmen, la dueña del bar nos dio las llaves, pero nos recomendó que no nos paráramos allí, pues estaban un poco impresentables. Efectivamente, pudimos comprobar que su estado es deprimente.

San Pedro de Rozados no se merece esa imagen.

Limpiamos y barrimos el aula para que otros no se llevaran una mala impresión. Es triste saber que alguien echa la culpa del mal estado del “albergue” a los peregrinos. Yo, no me lo creo.

Decidimos comer en San Pedro, darnos un bañito y dormir una siesta en la piscina municipal y marchamos hacia Morille.

Morille está prácticamente a una hora de San Pedro. Después de la tarde recuperadora, el paseo hasta llegar a ella no se hace pesado.

¡Por favor! ¿dónde está el albergue?, le preguntamos a un par de jubilados que estaban sentados al lado de una fuente.

-¡Ahí enfrente está!

Ahí enfrente, está el pequeño albergue de Morille. Pequeño….. tan pequeño, que mas de cinco no cabemos. Pero muy limpio y acogedor. Mari Cruz, es su hospitalera, y da cenas por encargo en el bar de enfrente.

Todo está enfrente.

En la madrugada, oí caer algunas gotas….. pero todo fue una ilusión.


Etapa 4. 2 de agosto de 2004. Morille - Salamanca
Salamanca es una ciudad de la que guardamos un grato recuerdo desde la última y única vez que la visitamos, pero cuán diferente es ganársela caminando.

La salida de Morille es a través de concentraciones parcelarias. Atrás quedan las dehesas, aunque no se perderán todavía de vista.

Caminos rectos con ondulaciones casi infinitos. Ahora aparecen, ahora desaparecen; las torres de la catedral de Salmantice empiezan a divisarse a lo lejos. Una ligera bruma impide que se aprecien mejor, pero ya se intuyen.

Una población a quinientos metros desviándose, Miranda de Azán.

Es sabido que hacer unos cientos de metros extras, al peregrino le supone un esfuerzo, y no está el Camino como para regalos. Pero, vamos a ver si tenemos suerte y podemos tomarnos algo. Imposible todo cerrado. Lo mejor es que siempre encuentras un banco sea de madera o piedra donde extender tu imaginario mantel y darle cuenta a los manjares que llevas en la despensa. Que bien me sabe.

El chucho callejero se acerca siguiendo un olor extraño y agradable a la vez, ¡lo tienes muy difícil!, sólo te puedo ofrecer este pellejo, le digo al enjuto animal. Hoy he tomado solo un zumo Pascual, esperaba encontrar algo abierto, las tripas empiezan a runrunear y no estoy para compartir nada en estos momentos. Decepcionado, se relame y se va callejeando.

La llegada a Salamanca es un poco confusa. Pierdes la pista de las flechas un poco antes de entrar, por una urbanización que están construyendo, teniendo que dar un pequeño rodeo sin mayor importancia, el referente está ahí, las torres de la catedral.

Entrar en Salamanca por su puente romano cruzando el río Tormes me hizo sentirme transportado en el pasado. Cuánta historia acumulada en aquellas piedras.

Leí en alguna guía que la hospitalidad al peregrino en las grandes ciudades del Camino estaba en retroceso y, he de decir que, en Salamanca, empieza a cambiar ese concepto. El ayuntamiento ha dispuesto al lado de los jardines de Calixto y Melibea un magnifico albergue. Le falta algún servicio, nos comentaba Raimond, el joven hospitalero alemán, puesto allí por la Orden Ignaciense, enamorado de las mujeres y costumbres españolas.

Eran las nueve de la noche y no nos hartábamos de pasear por su calles. Una vez más, nos sentamos enfrente de la Casa de las Conchas. El ojo contando cuántas conchas habían en la fachada y el oído, inevitablemente, por la proximidad, puesto a dos metros.
¡Gracias, ahora voy! es lo único que oí, para inmediatamente, preguntarle al ciclista que acababa de llegar, si estaba buscando alojamiento.

–Sí me dijo, acabo de reservar una habitación en un hotel.
-Pues anula la reserva y vete al albergue de peregrinos.
-¿Cómo?
-¡Si!
-Coge esa calle, y al final, detrás de la catedral…….tienes el nuevo albergue de peregrinos.
-Gracias!!

Según dice la bulería, la mancha de la mora con otra verde se quita, debe ser así, porque lo que es con jabón….
La noche estrellada invitaba a estirarse en un banco del jardín de Calixto y Melibea, cerrado al publico por la noche, pero no para los peregrinos, que desde el albergue podemos acceder a el y contemplar el firmamento lleno de estrellas. Millones de ellas ahí arriba. Alzaba los brazos queriéndolas coger. En ese rato de ensueño, una de ellas se descolgó transformándose rápidamente en mora madura, impactando en mi pecho y dejando una mancha imborrable. ¡Hay manchas que dejan buen recuerdo!.


Etapa 5. 3 de agosto de 2004. Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino
No todos los días se te presenta la posibilidad de mojar en un café con leche unos churros calentitos. Aunque ya habíamos desayunado algo, no desaprovechamos la oportunidad que se nos presentaba antes de salir de Salamanca y, en aquella cafetería que decía “CAFÉ Y CHURROS 1,50 €”, volvimos a desayunar. Esta vez con lectura de periódico incluida. El Camino se encargaría de quemar las calorías sobrantes.

Muy bien señalizada con conchas de bronce incrustadas en el suelo, la travesía por la ciudad se hace fácil, incluso intrigante por averiguar donde estará colocada la próxima, pero como ya va siendo habitual, en la salida de las grandes urbes, tienes que tirar de plano / guía para orientarte. La intuición es tu mejor guía.

Buenos días, les decía a las parejas de jubilados que por el otro arcén de la nacional volvían hacia Salamanca después de hacer los kilómetros matutinos prescritos.

Buenos días, nos dijo aquel señor que aceleró su paso para hablar con nosotros.

-¿Vais a Santiago?
-Si
-Que bien, yo hace cuatro años que quiero hacerlo y me estoy preparando.

-Pues llevas demasiada preparación ¡empieza ya!. Si quieres información acércate a la Asociación de Salamanca, que tiene que haberla y te dan el empujón.

Los favores se pagan. Llevábamos andados unos cuantos kilómetros cuando de repente y sigilosamente, se nos presentó el ciclista de la noche anterior. Aquel que le dijimos que anulara la reserva en el hotel y se fuera al albergue.

-¡Hola!.
-¡Hombre! ¿qué tal?
-Llevo algo vuestro, nos dice.
-¿Cómo? ¡no es posible!, ¿qué es?
-Os habéis dejado en el albergue esta funda de almohada y esta bolsa de aseo.
-¡Gracias hombre! que despiste el nuestro. ¡Buen Camino!.

Al poco de salir de Aldeaseca de Armuña vimos que unos peregrinos que nos precedían, en una bifurcación perfectamente señalizada y bien visible, habían tomado el camino de la izquierda. Silbidos, gritos, movimientos de brazos……todo intento de que se percataran fue infructuoso. El viento soplaba en contra y en esos momentos no era el mejor conductor de nuestros gritos..

No te preocupes, cuando lleguen a aquella población y vean que no van en la dirección correcta, preguntaran y rectificaran, le dije a Lola.


Lo mismo les pasó en la siguiente, Castellanos de Villiquera. Salir requería poner un poco más de atención y aplicar el sentido que uno tiene de la orientación.

Alguien, involuntariamente, les indicó o no supieron interpretarlo, (me incliné más por lo segundo) un camino paralelo al señalizado. De nuevo, los veíamos otra vez que se alejaban, pero esta vez, el viento, sí que transportó hasta ellos nuestro grito. Aún y así, tuve que cruzar el campo que mediaba entre nosotros para hacerles ver que ese no era el camino.

-¿Pero no habéis visto las flechas amarillas a la salida de la anterior población?

-¡No!
-¿No habéis visto cuando llegasteis a la bifurcación, que en una lasca de piedra, indicaba a la izquierda?
-No.
-Nos han dicho que por aquí se va……
-No, por aquí vais a……y os desviáis del Camino.

Eran una pareja de Peñaranda (Salamanca) que decidieron hacer el Camino desde la puerta de su casa. Llevaban dos días caminando y no habían visto ninguna flecha amarilla desde que salieron..

-Lógico, si llegas a Salamanca por esa ruta, ya que no está señalizada con flechas amarillas, les dije, pero hasta aquí, salvo la salida que es como en todas las grandes ciudades, habéis pasado unas cuantas de largo.

Una pequeña lección en la siguiente encrucijada de caminos les sirvió para ver su primera flecha.

-Yo también me pierdo, le dije. Para mi, también es nuevo este Camino y por eso voy más atento.

Seguimos unos cuantos kilómetros mas con ellos.

Eran la una aproximadamente cuando llegamos a Calzada de Valdunciel. Veníamos bastante sudorosos y su iglesia parroquial nos aportó el fresco que buscábamos. Antes de descalzarnos las botas y poner en libertad a sus prisioneros, compramos algunos víveres en la tienda de enfrente.

Da alegría ver como a las gentes les pica la curiosidad y se acercan a ver quien eres… y te preguntan…… y enseguida se crean el debate del día, ¿los peregrinos? ¿de dónde vienes y a dónde vas?

Y más alegría da ver como a aquel viejo solitario, quizás viudo…que tiene por costumbre hacer siempre el mismo recorrido (casi deambulando…) , se salta su norma y se va a su casa corriendo a buscar algo para comer, porque se le ha despertado el hambre al vernos comer.

Ya hemos descansado bastante y es hora de marcharse, ahora nos queda lo más duro del día. Pronto lo comprobaríamos. La carretera N- 630 será nuestra compañera casi en su totalidad hasta llegar al Cubo.

El sol aprieta, las reservas de agua se van agotando. Las moscas, a esas horas, están en plena actividad. Cuando te tumbas debajo de una encina para protegerte del sol y descansar, aprovechan para incordiarte y picarte ¡odio las moscas cojoneras!.

Lentamente fuimos caminando por la nacional. Nuestros cuerpos fueron pegados a ella hasta que encontramos otro oasis. Cada vez veíamos más lejos la cárcel de Topas a nuestra derecha, pero no pasábamos ninguna cancela y tampoco el paso canadiense que decía la guía. Posiblemente haya sufrido algún cambio el Camino desde que se editó la guía.

¿Qué es esto?. Allí en medio se nos aparecía un chalet sin cerca alguna. Con su césped verde recién cortado y regado y su piscina al fondo. Con unas estatuas de enanitos repartidas por todo el perímetro. Pero lo más fantástico de todo…. lo que uno busca en un desierto…..lo que provoca el delirio en el oasis …un vergel, y éste era ¡una palmera!.

Una palmera bajita que daba sombra en un diámetro de unos veinte metros. El sol me tenía achicharrado y al ver aquello, mi pensamientos y mis ojos se dirigieron hacia ella. Pensé que allí debajo descansaría pasase lo que pasase .o viniese quien viniese.

Mira Lola, dije. Esta oportunidad no se presenta todos los días, así que, vamos a picar a la puerta y si no sale nadie, nos echamos a descansar un buen rato.

Cuando llegamos a la puerta del chalet nos impresionó ver un mosaico con la imagen de la Virgen del Rocío. Llamamos.

Al cabo de un minuto nos abrió una señora que se quedó más sorprendida que nosotros. Ni ella nos esperaba, ni nosotros esperábamos que hubiera alguien.

-Hola señora, buenas tardes. Perdone que le molestemos. Vamos Camino de Santiago y al ver este césped tan…. Usted nos puede dejar descansar un rato en el.
-Si, por Dios. Echaos ahí y descansad lo que queráis.
-¿Queréis una jarra de agua fresquita?

No hizo falta decir palabra, nuestra mirada lo dijo todo.

Allí, en aquel vergel, pasamos una de las mejores tardes del Camino de la Plata.
-¿Cómo se llama?, le preguntamos cuando marchábamos.
-¡Rocío!

Si es que no podía ser otro. Yo no soy muy rociero, pero aquella mujer, condensó todas las gotas de su Rocío en una estupenda jarra de agua fresquita.

¡Viva la Virgen del Rocío! ¡Vila la Blanca Paloma!

Llegamos a eso de las siete de la tarde al Cubo de la Tierra del Vino y nos fuimos directos a su iglesia parroquial. Don Tomás, el párroco, estaba llamando la atención a los salmantinos novatos que habían colgado la ropa lavada en la misma verja de entrada a la parroquia. Las feligresas se escandalizaron cuando vieron aquella profanación y fueron corriendo a avisar al párroco.

-¡Buenas tardes!. ¿Es usted Don Tomás?
-¡Si! ¿cómo sabéis mi nombre?
-Pues hablan de usted en las guías, por eso lo sabemos.
-Venga pasad a aquella otra habitación que estaréis solos y mejor.

En voz baja para que los otros peregrinos no le oyeran nos dijo que esa noche estábamos invitados a cenar en su casa. Así que a las nueve en punto nos presentamos duchaditos y arregladitos en la casa de Don Tomás. Que buenas estaban las patatas con bacalao, pero el bacalao un poco estirado.

Por la tarde ya nos cayó un buen chaparrón, era un anticipo de los muchos que nos caerían a lo largo de los próximos días.
Dormir arropado con mantas en el mes de Agosto es un placer.


Etapa 6. 4 de agosto de 2004. El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora
Los truenos y relámpagos en la madrugada reflejaban figuras fantasmagóricas que querían entrar por la ventana de la habitación. Entre sueños pensaba que allí era imposible que entraran, ¡estábamos en la casa de Dios!, pero por si acaso, me tapé hasta las cejas con la manta.

Después de una noche atronadora, la mañana se despertaba fresquita, como me gustan a mi.

Ese día, por la razón que sea, menos por haber dormido mal, nos levantamos antes de las siete. La pareja de salmantinos que ya llevaban un rato levantados, estaban a punto de salir. Sólo les impedía su salida la falta de una linterna para iluminarse. El perderse el día anterior les enseñó que no hay que lanzarse a la aventura.

-Lola, que esos dos se vienen con nosotros. No tienen linterna y temen perderse.

-¡Vale! enseguida nos vamos.

Siempre que utilizo la linterna me acuerdo de dos peregrinos. El primero es Javier de la Fuente, tiene aversión a las linternas ¡los peregrinos salen con la luz del día!. El segundo, y va de flashes, es Jesús Striu ¡las instantáneas se llevan en tu recuerdo!. Reconozco que Jesús nos influyó y, en este Camino, no incluimos cámara alguna ni ningún aparatejo que se le pareciera. No así la linterna que nos hizo falta para localizar las flechas en los puntos dudosos.

El Camino es un plato que puedes comer (hablando de andar); en frío, en caliente, o templado. Yo lo prefiero como venga, ¡del día! como se suele decir y , por eso, en verano (que es cuando viene caliente), prefiero comerlo más fresquito o templado. Las temperaturas obligan.

A la salida, a unos cien metros más atrás, también nos seguían los dos austriacos. Llevaban una linterna con la suficiente luz, pero La Sole y nuestra compañía, les empujó. Siempre nos mantuvimos; cercanos, distantes, amigos, compañeros….. es igual el orden, ¡pero siempre peregrinos!

Yo, sin ser conocedor de ese Camino, giraba mi cabeza para hacerles señales con mi frontal en los puntos donde creía que había alguna duda. No fue mucho tiempo, media hora quizás cuando empezó a clarear el día.


El paisaje empieza a cambiar. Ya nos vamos encontrando inmensos campos del cultivo de la vid. Perfectas formaciones de vides dispuestas para un mejor aprovechamiento y recolección. La tierra es buena, la temperatura y humedad es fundamental para obtener una buena cosecha. Doy fe.

Una población a la izquierda (Cabañas de Sayago) nos hace pensar que estamos ya en Villanueva de Campeán, pero por la hora que era y la dirección en la que se encontraba, no era posible.

El estómago empieza a dar señales (meteorismos). Es normal, llevamos casi doce kilómetros andados sin parar y nuestro organismo está pidiendo alimento. Al poco aparece Villanueva y también, al poco de llegar desapareció Lola.

Estaba hablando con José María, el salmantino, de aquella estación meteorológica que la Junta de Castilla y León había instalado en medio de aquellos campos y no me percaté que Lola , incluso, había adelantado a la mujer de éste. No es normal que Lola camine sola, ella estará delante o detrás hablando siempre con alguien, pero no era normal que caminara sola. Entendí que se sentía incomoda.

Villanueva de Campeán es la típica estampa de muchos pueblos del Camino. Parecen solitarios y apagados, esa es la impresión que dan, pero en su interior hay vida. Sólo tienes que esperar a que salga.

El abuelo que camina por las afueras nos indica la dirección del único bar que hay. No es hora, el panadero no aparecerá hasta las doce como mínimo, pero para nosotros que llevamos tres horas caminando, cualquier cosa nos calmaría.

El pan del día anterior puede resultar exquisito si le intercalas una tortilla de chorizo recién hecha y, si lo acompañas con un buen vino de la tierra (BAJOZ), se te pasan todas las tonterías.


Descansamos un buen rato en aquel bar, no había prisa, pero teníamos que retomar nuestro Camino. La verdad es que nos sentimos muy acogidos allí. Ya, cuando nos marchábamos, su dueña, nos dijo que pertenecía a la Asociación de Amigos del Camino en Zamora, que se habían preocupado de pintar y repintar las flechas desde la provincia de Zamora y que a partir de allí, no tendríamos problemas para localizarlas, como así fue.

En determinadas épocas del año, la Asociación de Zamora, semana a semana, van recorriendo el Camino limpiando de maleza y repintando las flechas en aquellos puntos más dudosos. Desde luego, es una labor digna de mención, se nota que por aquellas tierras les empieza a preocupar el peregrino, en ambos aspectos claro…..

Una ampolla empezaba a molestarme. El asfalto del día anterior despertó a las jodidas ampollitas y, antes de reanudar, al salir del bar, les dije a nuestros acompañantes salmantinos que nos quedábamos un rato más para “arreglarme los pies” .

Tengo un método bastante eficaz (para mi lo es) de engañarlas cuando salen en la planta. Siempre llevo un recorte de bayeta "spontex" en el botiquín y, cuando amenazan, cubro la parte con un trozo de bayeta fijado con esparadrapo de hilo sin tejer( o cosa así), resultando una almohadilla.

Naturalmente que este remedio no funciona cuando la ampolla está entre los dedos de los pies o en el talón y está a punto de reventar. Lo higiénicamente correcto es curarla según el método que uno tenga aprendido, cubrirla bien y en dos o tres días, adiós ampolla.

Nuevamente ante nosotros y en la lejanía inmensos campos segados. El sol volvía de decir “aquí estoy yo”. Las sombras escaseaban. La esterilla que “en teoría” no nos iba a hacer falta, nos servía de manto para, entre los zarzales, extenderla y descansar.

Con la vista en el horizonte nos fijábamos los puntos en los que iríamos parando a descansar, sin importar la distancia ni el tiempo que tardáramos en llegar, sólo veíamos que allí había una sombra.

El agua, en está etapa (como en otras) no estaba racionada, pero pasó a serlo en las dos últimas horas. No es una travesía por un desierto, pero requiere un poco de mesura si “desconoces” lo que te queda por delante.

Llevamos una funda aislante para la botella de agua que nos regaló Héctor y, en un principio no le vi la utilidad. Pensé que sería un peso más y que acabaría siendo un incordio, pero me demostró que es todo un invento. Siempre que había caminado con el, lo había visto con su funda colgada en bandolera.

Es una funda de material aislante (espuma) que mantiene el agua más fresca durante mas tiempo, hasta el punto de convertirse en un peligro. Peligro porque a más calor más sed. Tu cuerpo pide agua y como ésta, se mantiene más fresca, tu mente te traiciona y busca la boca de la botella como un moribundo en un desierto……


Ya queda poco, ya se divisa Zamora. Su último tramo es bastante desolador. Nuestros pies están tan cansados que logran convencer a nuestra mente para que cojamos aquel autobus que posiblemente nos lleve al centro. Teníamos hambre y aquel “carro de fuego” se nos presentaba como una salvación a “nuestros males”.

Pero ese autobus inicia su marcha un poco antes de llegar. Parece una conjura, estos autobuseros, siempre arrancan cuando te ven llegar. Nuestros pies no responden….. un último esfuerzo y antes de que acabe la rotonda, nos abre la puerta.

El paseo en autobus hasta llegar al centro sólo sirvió para orientarnos un poco para el día siguiente, porque el recorrido fue corto.

Nos dejó casi en pleno centro, tuvimos que andar pocos metros para llegar a su Plaza Mayor.

Eran un poco más de las cuatro, ya no teníamos hambre (a pesar de no haber comido) y vimos en una esquina un bar abierto.

-Lola, vamos a entrar y nos tomamos algo para matar el gusanillo, ¿te parece?
-Vale.

Unas tapitas; de ensaladilla, empanadillas…… y unas cuantas copas de cerveza nos hicieron recordar que aún teníamos estómago.

Zamora parecía otra, Zamora se presentaba majestuosa; antigua, desconocida, virgen a nuestros ojos.

Nuestro primer paso fue dirigirnos a la policía municipal, que se encontraba a pocos metros, justo enfrente del ayuntamiento, en el lado sur de la Plaza Mayor y preguntarles por el albergue, pues sabíamos que allí había uno.

Es curioso y un poco asombroso saber que un grupo de personas, que todas ellas hayan hecho (andando o en bicicleta) en parte el Camino Francés o de la Plata, que sean conocedoras del tramo Sanabrés y que , sólo una (el jefe), de un grupo de cinco, no sepan que en los meses de Julio, Agosto y Septiembre, Zamora da cobijo al peregrino.

Los municipales entraron en discusión cuando les preguntamos por el albergue de peregrinos.

-¿Cómo? Aquí no hay albergue de peregrinos, dijo el primero.
-Si, dijo el que parecía el jefe.
-¡Como no lo hayan construido ahora¡.
-Si, hay uno….y esto me lo han dicho hace poco. La residencia juvenil Doña Urraca, cuando se marchan los estudiantes, la pueden utilizar los peregrinos y gente que tenga carné de alberguista.

El jefe nos dirigió a aquel albergue que el resto de sus compañeros dudaba. No estaba muy lejos, a unos cinco minutos de la plaza. Efectivamente, con sólo presentar la credencial de peregrino y, abonar un poco más de nueve euros por peregre (que todo hay que decirlo), nos dieron una habitación doble; con cuarto de baño incluido, sábanas limpias y colcha (que hizo falta en la madrugada), vamos, sólo le faltaba la tele para que fuera un hotel de dos o tres estrellas, pero ya era demasiado pedir, tampoco hay que pasarse. Se trata de ser austero.

Una buena ducha y una corta siesta nos pusieron enseguida en las calles de esa Zamora desconocida.

La primera parada, dentro de nuestra procesión zamorana fue advertir a los municipales incrédulos que cuando llegara algún peregrino preguntando por el albergue, le dijeran que en la Residencia Doña Urraca, lo había.

Mas tarde, paseando por la ciudad, nos encontramos a los salmantinos que habían llegado antes y nos dijeron que los municipales les habían mandado a una pensión.

También más tarde, cuando estábamos sentados en un banco contemplando el vuelo de las primeras cigüeñas, con descaro, le preguntamos a aquel peregrino solitario, si sabía donde estaba el
albergue, a este, ya se lo habían indicado.

Como Zamora no se tomó en un día, esa noche preferimos pasear poco por ella y dejarnos el plato fuerte para el día siguiente.

Un día y medio nos hizo falta para “casi” conocerla o, al menos, empaparnos de su esencia. Nos influyó el comentario que nuestra amiga y peregrina Tere, nos hizo en la Semana Santa anterior. Llegó andando desde Salamanca, quería seguir mas allá de Zamora, pero su Semana Santa (que nunca había visto), su románico…, la
cautivaron. Allí acabo su procesión.

Etapa 7. 5-6 de agosto de 2004. Zamora - Riego del Camino
Zamora no se ve en un día, por eso necesitamos uno y medio para visitarla. No voy a comentar todo lo que en ella vimos porque no somos expertos, sólo decir que tiene ganada la fama de ser “La Joya del Románico”. Hay que visitarla.

Demasiado habíamos descansado, dos noches durmiendo entre sábanas no es bueno para el peregrino, ya echábamos en falta nuestro saco momia.

Un desayuno a la salida de Zamora y nos pusimos de nuevo en nuestro Camino. Como ya va siendo habitual, las obras en la carretera, provocan un problema de orientación. Desde luego que son necesarias y bien recibidas, no se discute, pero…….En el Ministerio de Fomento deberían saber que aquellos botes de pintura amarilla que dejaron abandonados en O’Cebreiro, allá por el año (no me acuerdo), sirvieron para que Elías Valiña marcara con una flecha el Camino hacia Santiago de Compostela y, este hecho deberían fomentarlo entre los empleados de las compañías que construyen.

Paradojas del Camino, El Cubo de la Tierra del Vino y no tiene ninguna vid en sus campos (en otros tiempos si). Entramos en la comarca del pan y en Roales del Pan, no encontramos pan. “Las fiestas de Agosto tienen la culpa”, allá por donde pasamos todo está en calma, las únicas almas despiertas, aparte de nosotros y eso que son más de las nueve de la mañana, somos nosotros; los cuatro gatos callejeros y la brigada municipal que limpia los restos del jolgorio nocturno.

Seguimos nuestro rápido peregrinar hasta que llegamos a Montamarta donde pudimos parar a comer un bocadillo y repostar agua.

Ese día fue un día aciago. Primero la salida, casi siete kilómetros sin ver una señal, en segundo lugar no fue un acierto parar en aquel bar, el jamón estaba más muerto que el dedo pequeño de mi pie derecho, (y eso que ya no llevo uña), pero le da por ponerse así y, para rematar, unos ciclistas nos describieron un paraíso en el embalse de Ricobayo y casi no pudimos ni sentarnos en la orilla del río Esla.

El sol volvía a apretar con toda su fuerza, parecíamos dos personajes escapados de una película cruzando el desierto. Las flechas por el embalse no sé si por que están cambiadas o porque nosotros no pusimos mucha atención, pero te dan la sensación de dar un rodeo inútil.

Descansamos en la orilla del río en la única sombra que había, una inmensa mole de piedra al pie de lo que llaman Zamora la Vieja, El Castillo de Castrotorafe, una fortaleza en ruinas en otros tiempos un enclave estratégico importante, hasta que se cayó el puente sobre el río Esla, ahí empezó su declive..

Tuvimos casi que escalarla por una abertura en la muralla y salir a lo que fue su plaza de armas porque unos pescadores nos aconsejaron que no siguiéramos por el lado del río, por allí no había salida y retroceder era una perdida de tiempo, así que, cogimos por el camino de en medio.

Lamentablemente su estado es ruinoso y se agudiza más al ver que la hierba seca y matorrales amarilleados por el sol, las cubren totalmente.

Inevitablemente tuvimos que volver a la N-630 y andar por ella unos dos o tres kilómetros hasta que llegamos a un bar que hay en la misma carretera un poco antes de Fontanillas de Castro. Otra especie de oasis, allí decidimos parar a descansar. Lo primero la clarita de rigor para saciar la sed y con los pinchos de tortilla de patatas, nos dimos por satisfechos.

Eran las tres de la tarde y buscando un lugar por Fontanillas para echar la siesta y no se veía ni un alma por las calles. Al girar una esquina vemos a una señora que barre la puerta.

-Seño…..

No pude decir más palabra, así que nos vio, se metió para su casa corriendo como si hubiera visto al mismo demonio. Nos miramos el uno a otro por si había algo raro y no….. Debió pensar que éramos mendigos y que le íbamos a pedir para un bocadillo. No sabía la tonta que veníamos saciados y que sólo queríamos preguntarle dónde estaba la iglesia. Éstas siempre dan buena sombra.

Un anciano, a la salida nos dijo que un poco más allá, fuera del camino había una zona de arboleda donde podíamos echarnos a dormir un rato, era el lugar donde los del pueblo celebran sus meriendas, pero estaba cerrado, una tapia lo cercaba todo y una verja con un candado impedía su paso.

Aquella encina tenía todos los números, ¿¡por qué buscamos más allá cuando tenemos esta sombra tan estupenda!?. La esterilla, una vez más, la utilizamos para extenderla sobre la hierba y ramas secas, evitando que se nos clavaran en la espalda. Más de una hora estuvimos allí debajo.

-Venga que sólo nos quedan algo más de cuatro kilómetros.
-Mira Lola, si parecen salidos de la vuelta ciclista

Un grupo de ciclistas en fila, todos ellos uniformados con su maillot de color naranja, nos adelantaban por la izquierda. Cinco eran cinco…… y luego aparecieron siete.

-¡Verás como estos ocupan todo el albergue!
-¡No!

Al entrar en Riego del Camino nos dirigimos al primer sitio donde pudimos preguntar por la ubicación del albergue y éste, como no, fue el bar Pepe. La regenta o la sargento casi exigía que te apuntaras a la cena.

-Ya vendremos luego señora, le dije
-Pero, ¿dónde está el albergue?
-Seguid por esa calle y veréis el teleclub

Yo buscaba un cartel que pusiera “teleclub” y no veíamos nada hasta que oímos unos golpes en el cristal de una ventana y vimos a un paisano indicándonos que era allí. El teleclub es utilizado para todo tipo de eventos.

Roser y Ramón Falcó nos habían aconsejado que no pernoctáramos allí pues tuvieron poca o ninguna acogida el año pasado. Pero ahora las cosas han cambiado, Dorita, la alcaldesa de Riego, lleva personalmente el albergue. Han puesto en la parte superior del hogar del jubilado “el teleclub” cuatro literas y alguna que otra colchoneta por si se llenan estas. También dispone de una ducha muy cutre, pero es suficiente.

Que casualidad, ese día la vuelta ciclista acabó allí la etapa y los cinco ciclistas más el director de equipo y de carrera con su furgoneta de apoyo también se alojaron en el albergue.

También estaban Román, Chrístian y Migel, un alemán que me había olvidado que también estaba en el Camino.

Sin animo de liar escándalo, en voz baja y cuando estaba sola Dorita le dije que el peregrino que viene a pie tiene preferencia.

Pero no hay mal que por bien no venga, Dorita con toda su buena voluntad nos acondicionó en un local anexo que utilizan como biblioteca y salón de gimnasia. Realmente me alegré de no tener cama en el altillo del teleclub, arriba hacía bastante calor y abajo se estaba la mar de fresquito, sólo un inconveniente, se había fundido el cableado eléctrico.

En la tienda de al lado compramos varias cosas para la cena y desayuno del día siguiente. En la biblioteca /gimnasio cenamos románticamente a la luz de una vela.

Etapa 8. 7 de agosto de 2004. Riego del Camino - Tábara
La decisión ya estaba tomada desde que iniciamos el Camino de la Plata en Calzada de Bejar que iríamos por el Camino Sanabrés o de Fonseca.

Llegamos pronto a Granja de Moreruela, punto donde se divide y tienes la opción de continuar hasta Astorga y allí enlazar con el Camino Francés.

No me acordé de llenar la botellas de agua en Riego y ante nosotros teníamos casi diecinueve kilómetros sin nada de por medio hasta Faramontanos de Tábara y, encima no había nada abierto. Pero Santi siempre provee, una manguera conectada a la red que manaba agua en unos jardines del centro del pueblo nos proporcionó la necesaria.

Hasta ahora íbamos en dirección norte, a partir de Granja sería noroeste. El sol empezaba a darnos de pleno en el cogote y piernas.

Atrás quedaba el río Esla al cruzarlo por el Puente Quintos y ya nos encontramos con la primera muestra de subida. Las llanuras de la meseta se iban intercalando con el monte, aunque no desaparecerían todavía.

Faramontanos no llegaba nunca, los numerosos cambios de rumbo también nos hacían cambiar de estado de ánimo, pues veías que se aproximaba una población y de repente venía un giro a la izquierda para dar otro giro a la derecha más tarde y desaparecer.

Esta vez si que notaba la garganta seca, pero no debíamos abusar del agua. Pasamos cerca de una casa en construcción en medio de aquellas viñas y como no vimos a nadie trabajando, aprovechamos para refrescarnos con el agua de la cisterna que tenían para la obra. Poco después llegábamos a Faramontanos sedientos y sudorosos y nos metimos en el primer bar que vimos (no sé si habían más) y como es norma, no se perdona la clarita de cerveza. Hasta dos seguidas cayeron ese día.

En el bar tienda sentados en una mesa, nos tiramos un buen rato charlando con la dueña. ¿Quién no tiene un familiar en Barcelona?. Nos habló de sus nietos, de cuando ella estuvo, de un montón de cosas….

Mi estomago ya se había estabilizado y me pedía comida.

-Señora, ¿qué tenemos para comer? No suelen dar comidas, pero….
-Pues, que os parece un buen filete de ternera y una ensalada.
-¡Perfecto!.
-¿Y para beber? .
-¿Tiene vino de la tierra? por ejemplo Bajoz.
-¡Si!.
-¡Pues no se hable más!.
-Esperad a que venga mi hija y enseguida os lo hace.

Los austriacos y el alemán llegaron cuando nos estábamos zampando aquel suculento menú y no tardaron mucho en copiarnos. Creo que se les despertaban los jugos gástricos en cuanto nos veían comer. Las ensaladas eran su plato preferido.

La siesta en el pórtico de la iglesia fue excepcional, el canto gregoriano nos la deleitó.

Extendimos las esterillas y con la mochila de almohada nos medio dormimos. En medio de la plaza oíamos murmullar a unas señoras.

-¡Son peregrinos!, decía una de ellas.
-Podrían irse a dormir al albergue, decía otra. Así me enteré que tienen albergue.
-Psssss, les decía el párroco en voz baja.

Abrieron con cuidado la puerta de la iglesia para no molestarnos y un grupo de diez mujeres dirigidas por el párroco estuvieron ensayando cánticos en el interior.

-Gracias, les dije al marcharnos. Jamás había tenido una siesta tan amenizada.

Los incendios en verano son devastadores. En los montes cercanos, uno más, arrasaba hectáreas. La lluvia, gracias a Dios, al día siguiente apagaría ese fuego devorador.

Dos horas más tarde llegábamos a Tábara. El albergue estaba situado en el confín del pueblo, de modo que, volver al centro con lo cansados que llegamos no era una idea que se nos pasara por la cabeza de momento.

Una vez hecha la colada, duchados y descansados, el planteamiento era diferente. El paseo por sus calles tranquilas cuando ya cae la tarde y sentarse en una terraza y ver pasar a sus paisanos te da la sensación de haber vivido siempre allí.

Como allí no hay restaurantes, nada más que bares, la cena fue a base de tapas y vinitos. Hay que adaptarse a lo que ofrecen.

Las nubes como telón de fondo de aquel cielo rojizo al anochecer presagiaban lluvia.


Etapa 9. 8 de agosto de 2004. Tábara - Santa Marta de Tera
El día amaneció muy nublado, perfecto para caminar. El bautismo con el agua no llegaría hasta la tarde / noche.

Se debe hacer caso de los consejos que a veces te dan los del lugar. Unos jóvenes, la noche anterior, nos dijeron que para ahorrarnos casi tres kilómetros , en lugar de volver por donde entramos ayer para retomar el camino, saliéramos a una carretera que está un poco más arriba del albergue, que la cogiéramos a la derecha y a unos quinientos metros nos cruzaríamos con el Camino. Efectivamente es así, pero no les hicimos caso.

Casi sin darnos cuenta nos plantamos en Bercianos de Valverde, catorce kilómetros andados con la fresquita, todo un placer.
Bercianos si que parecía un pueblo desolado. Los restos de la fiesta nocturna estaban esparcidos por toda su Plaza Mayor. Difícil desayunar algo aquí, pero les voy a preguntar a aquellas señoras que barrían la plaza.

-Buenos días señoras, ¿hay algo abierto para desayunar?
-¡Huy!, la gente se ha acostado hace muy poco y es difícil, pero…..
-¡María!, acompaña a estos peregrinos a casa de la Guillermina.

María nos llevó por unas calles hasta la puerta del bar, se metió por un portalón anexo a un patio y al instante se abrió la puerta del bar. Salió Guillermina, una abuela alegre y dicharachera. Nos preparó un café con leche de puchero y nos dio una par de magdalenas que sacó del bolsillo del delantal, era lo único que le quedaba, la noche anterior lo habían arrasado todo, nos dijo.

-¿De dónde sois?
-¡De Barcelona!
-¡Ah si! yo tengo familia allí. Mis hijos me llevaron al campo del Barça cuando jugaba Maradona. ¡Yo soy culé!.
-Pues lo tiene difícil, parece que aquí todos son del Madrid; el escudo enmarcado, la hoja del periódico de la última copa ganada, una foto firmada por Raúl y una bufanda resaltaban en la pared. Menudo santuario.

-Calla, calla….. no puedo ni abrir la boca. Pero yo me río de ellos. Hace unos días llamé a mi nieto Oscar que vive en Madrid para preguntarle cómo había acabado la temporada y no quiso ponerse al teléfono, jejejejeje.
-La temporada que viene le mandaremos una bufanda del Barça, ya verá.

Con un par de besos nos despedimos de ella. El camino lo retomábamos con otro talante después de ese café con leche.

Santa Croya de Tera estaba a poco más de una hora y como el día acompañaba, la llegada fue como un paseo. Otra paradita a tomarnos un refresco y hacer un poco de tiempo. La etapa de hoy era más bien corta e intentábamos alargarla lo máximo.

Quisimos visitar el albergue / casa rural que Anita y su marido tienen, pero estaba cerrado, habían ido a comerse un arroz con los romeros que partieron con las carretas de Fuenterrobles de Salvatierra.

Nuestra idea era llegar a Santa Marta de Tera, que está prácticamente a la salida de Santa Croya para contemplar la estatua del Santiago Peregrino que hay en su iglesia. Curiosamente esta iglesia, de construcción románica, es la más antigua de la provincia de Zamora.

Manuela, una vecina de Santa Marta, se encarga de la sacristía. Nos enseño y dio explicaciones de todo su interior y, cuando la lluvia dejó de ”hacer frailes” (llaman frailes a las burbujas que forman las gotas de agua cuando caen en los charcos), nos enseño la estatua del Santiago Peregrino.

Don Julián Acedo, el párroco , llegó en plena conversación y se nos unió. Lleva allí más de ocho años , nos explicaba Manuela. Decía que cuando llegó estaba peor que el que se había marchado. Este hombre se nos muere aquí, decía, pero con sus cuidados….¡Mira que cara tiene ahora!

Tuvimos el privilegio de estrenar el nuevo sello del albergue con la figura del Santiago Peregrino, pero con cierta objeción por parte de Don Julián, ya que pone Vía de la Plata y por allí no pasa….., aquello es el Camino Sanabrés. Ordenó que lo rehicieran y quitaran aquello que no era cierto. Por si acaso, le dije que me pusiera también el antiguo, un sello muy desgastado que encierra cinco cruces que no supo decirme su significado.


Para cenar Manuela nos aconsejó que preguntáramos en el bar de enfrente por José Manuel, el dueño de un restaurante en Camarzana de Tera, pues tiene la costumbre de llevar y traer en su coche a los peregrinos que duermen en Santa Marta. Casualmente estaba allí acabando la partida de cartas que todos los domingos por la tarde suele jugar. Buena y barata cena.

En Santa Marta, a pesar de haber dos bares, es difícil que te hagan un bocadillo.

Se nos apuntó un ciclista que había llegado por la tarde empapado hasta las cejas. Un joven murciano que venía deseoso de encontrarse con alguien, llevaba cuatro o cinco días hablando con Doña Soledad.

Santa Marta de Tera se preocupa de los peregrinos, pues han dotado al albergue de colchones nuevos.


Etapa 10. 9 de agosto de 2004. Santa Marta de Tera - Mombuey
La noche fue un poco movida. Hay venados que sólo disfrutan haciendo daño. El día anterior, en Tábara nos dijeron que unos salvajes, de madrugada lanzaron piedras contra el albergue, rompiendo algún cristal. Afortunadamente nadie salió dañado, pero por prevención, esa noche cerramos las ventanas. Esa, tampoco estuvo exenta de sobresaltos, unos juerguistas nocturnos nos despertaron a eso de las cuatro de la madrugada con los gritos que lanzaban a través de la ventana. Ya no pude pegar ojo, estaba totalmente desvelado y nervioso y encima se me acabaron las pilas de la pequeña radio que todas las noche se acuesta conmigo y no pude ni escucharla. Tengo un oído muy fino y cualquier ruido me desvela.

Cuando ya aclaraba el día nos pusimos en marcha. Claros, nubes amenazantes y algún chubasco, nos acompañaron todo el día.. Al principio de mi relato decía que “nunca llueve a gusto de todos” y se confirma. Llevo una funda bastante amplia para cubrir la mochila en caso de lluvia, pero con la esterilla enganchada encima de la mochila, ésta no la cubre toda, de modo que me entraba agua por alguna costura y me mojaba la ropa. La esterilla, por una parte iba bien para echarse a descansar en cualquier sitio, pero por otra, era un incordio.

Llevábamos unos cinco kilómetros andados cuando se puso a nuestra altura el ciclista que durmió en el albergue. Su pedalear lo adaptó a nuestro caminar y así nos acompañó durante dos o tres kilómetros, realmente me confirmaba que había pedaleado solo los días anteriores, tenía ganas de hablar. Un poco antes de cruzar el puente sobre el río Tera se despidió de nosotros.

Son las diez y veinte, faltan diez minutos según dice el cartelito para que abran la tienda de alimentación en Calzadilla de Tera. Pero pasa el tiempo y aquí no abre nadie.

-Lola saquemos lo que tengamos en la mochila y almorcemos, estos no abren.

El bar Pedro, famoso por su atención al peregrino también estaba cerrado. Realmente la gente empieza a funcionar a unas horas que no estamos acostumbrados, ¿para qué lo van a hacer antes?.

Parada en Olleros de Tera para comprar un antiinflamatorio. No sé qué bichos nos habían picado al cruzar por algún bosque, que nos provocaron unos hinchazones como garbanzos en piernas y posaderas, es curioso, pero habían traspasado hasta el pantalón. Menudos bicharracos......., me habían puesto el culo como un coladero.

Llegar y bordear el embalse de Nuestra Señora. de Agavanzal en un día nublado y ventoso como aquel, te empujaba obligatoriamente a la reflexión. Las olas rompían en la orilla de un mar que sólo existía en nuestra imaginación.

Absortos, llegamos a Villar de Farfón, donde hicimos una paradita para tomarnos un refresco y descansar en el hogar del jubilado -atendido por falta de éstos- por dos niñas que estaban de vacaciones en aquella pequeña población. Poca diversión hay por allí y pocos amigos de la misma edad para jugar.

El nombre de Rionegro del Puente lo tiene bien ganado por el color de sus aguas, realmente lo parecen, pero es debido al fondo y color de sus piedras.

Al lado del Santuario de Nuestra Señora de la Carballeda, sede de una de las cofradías más antiguas de España, hicimos parada para meditar sobre nuestro futuro inmediato, que por la hora que era, no era otro que comer,.

Consultado a la primera persona que pasaba por allí y aconsejados por ésta, nos dirigimos hacia el bar Palacio al otro lado de la carretera. Buen consejo y mejor plato de lentejas. Verdaderamente, si hay predisposición, qué fácil es convencer a un peregrino cuando éste tiene hambre y con qué poco se conforma.

Manuela, antiguamente regentaba el bar. Treinta y cinco años estuvo atendiéndolo. Recuerda que daba comidas y cama a algún que otro peregrino, ahora lo lleva su yerno e hija y ella se dedica al cuidado de sus nietos. Ese día, había hecho lentejas y sabía que a su nieto no le gustan mucho. Se nos hizo la boca agua cuando le preguntamos si daban de comer y ésta nos ofreció un plato. El plato que su nieto despreció. Que tonto fue, con lo buenas que son y estaban. ¡O las tomas o las dejas!, nosotros nos las tomamos.

La tarde transcurrió placenteramente por caminos paralelos a la N-525 y la nueva autovía A-52, compañera inseparable a partir de ahora, durante muchos kilómetros.

Sobre las siete de la tarde entrábamos en Mombuey. Bastante antes habíamos hecho una parada para tomar café en un bar que está a pie de la carretera que va a Santa Eulalia.

Christian y Román nos adelantaron mientras preguntábamos en el hostal por el albergue.

Confieso que jamás había visto y menos que me tocara vivirla, una situación tan dantesca.

La puerta del albergue, al ser de madera, por el efecto de la humedad se había hinchado un poco. El fuerte empujón que le tuve que dar para abrirla sobresaltó a los que estaban dentro. Con una mirada rápida conté que habían cinco camas; Christian y Román ocupaban dos. El panorama que se advertía era digno de película, Román estaba encima de una en calzoncillos, unos calzoncillos que le venían un poco holgados y dejaban escapar sus vergüenzas. El día anterior habían dormido en el albergue de Anita, en Santa Croya. Los dueños del albergue tienen por costumbre enseñar la bodega al peregrino que allí pernocta. Román, ese día, prefirió llenar de vino la botella del agua. El resultado era evidente. Tampoco me extraño cuando dijeron que se habían perdido por la mañana.

Y siguiendo con el vistazo rápido quedaban tres camas…… Dos de ellas las ocupaban dos ciclistas gorditos y habían ocupado las más anchas, quedando sólo una de noventa centímetros y…… éramos dos . Me quedé un rato callado para ver si alguno reaccionaba, pero no….., tuve que decirle a uno de ellos que si no le importaba irse a la de noventa y dejarnos a Lola y a mi la grande, ¡que raro!, una cama de matrimonio en un albergue.

Yo no sé el tiempo que estuvo allí metido el ciclista culí gordo, sólo sé que dejó como una especie de cráter en el centro del colchón del que salía un calorcillo……

Para más inri, se habían duchado y acabaron con todo el agua caliente del termo.

Bicicletas por medio; culotes, maillots, toallas de playa, una lona de manta, los radiadores a tope secando ropa……y hasta un despertador de los de antes. Menudo paisaje.

-¡Chaval! ¿ pero dónde vas con un despertador?.
-¡Es por si nos dormimos!
_¿Y todos los días le das cuerda?

Mombuey, a pesar de ser una población pequeña, por el hecho de cruzarla la Nacional 525 y pasar cerca la autovía, tiene más servicios. Es un alto en el Camino para el peregrino o un punto de transito para el que vuelve de vacaciones a su tierra.

Puebla de Sanabria nos espera mañana.


Etapa 11. 10 de agosto de 2004. Mombuey - Puebla de Sanabria
Como en el albergue no había espacio para desayunar, con mucho cuidado cogimos nuestras mochilas y nos salimos a la calle. Los dos hermanos también empezaban a desperezarse. Los ciclistas gorditos -que también eran hermanos-, habían puesto el despertador a las nueve ¡déjalos dormir….pobres angelitos!.

En el pórtico de la iglesia de la Asunción, desayunamos un poco de fruta, lo justo para llegar allá hasta donde nuestro estómago aguante. Su torre indica que fue construida para defensa…..Defensa que al parecer desempeñaron los templarios. Destaca un saliente con una cabeza de toro, que bien pudiera dar origen al nombre de esta población.

Al poco de salir empezó a llover, pero ya empezábamos a habituarnos a la lluvia. Días atrás echábamos de menos un remojón y ahora estábamos pasados por agua. Así estuvo casi todo el día. Lo malo de la salida de Mombuey es que el Camino va siguiendo obligatoriamente el arcén izquierdo de la nacional durante casi dos kilómetros, haciéndose más pesados con la lluvia y con circulación de coches y camiones de frente.

La nueva autovía A-52 sería nuestra compañera hasta A Gudiña, el zigzagueo, las subidas y bajadas serían continuos en los próximos días.

En las poblaciones de Valdemerilla; Cernadilla, San Salvador de Palazuelo y Entrepeñas no hay ningún servicio al peregrino hasta que llegas a Asturianos. En un bar que encuentras a la derecha de cuyo nombre no quiero ni mencionar, te pueden dar de comer algo, pero no esperes amabilidad alguna. Parecía que nuestra presencia le era molesta, al camarero no le hicimos hablar por mucho que lo intentamos un paisano y yo. Pero una cosa no tiene ver que con la otra, realmente la empanada de carne y la cervecita estaban buenas. Los austriacos y el alemán, una vez más se habían contagiado y allí que se enzarzaron con unos bocadillos..

El mundo es un pañuelo, no viene a cuento, pero no podía callármelo. Estábamos mirando la previsión del tiempo en la TV1 cuando apareció ante mis narices el infausto personaje que me había rondado por la cabeza durante esa mañana. Sabía que era de la zona y que veraneaba en Agosto por allí y ¡que casualidad!.

Ante mis ojos estaba aquel usurero que me quiso estafar cobrándome de más en el alquiler de un parking. Habían pasado ocho años y allí estaba…No sé si llegó a reconocerme, ahora podía pagarle con la misma moneda y romperle los limpias de su coche como me hizo el. Sería una jugada perfecta…..o , tal vez, con la punta del bordón que me arregló Héctor podía romperle un cristal…… esa punta parecía perfecta para dar un golpe seco y…. Pero no…… yo no soy así, me dejé llevar por los malos pensamientos.

-¡Holaaaaaaa! buenos días, le dije a aquel vecino que parecía esperar impaciente a alguien en un puente que cruzaba la autovía.
-¿Han visto un tractor por el camino?, nos preguntó.
-¡No!
-¡Pues vaya! he quedado aquí hace una hora y no se presenta.
-Pero, ¿para qué?
-El ayuntamiento y el pueblo de Remesal, nos dice, reciben una subvención si a cambio mantenemos limpio el Camino.
-Veis esos matorrales que parecen escobas, pues esos, crecen mucho por aquí de tal forma que tapan el camino y hay que cortarlos muy a menudo `para que no se despisten los peregrinos. Desde luego, allí los fabricantes de escobas lo tienen muy negro, la naturaleza provee de todas las escobas que hagan falta.
-Eso está muy bien. Tranquilo que a lo mejor estará esperando a que se abra el día, le dije.
-Difícil lo veo.
-¡Buen viaje!

Es cierto lo que comentaba la dueña del bar de Villanueva de Campean, en Zamora se preocupan por el Camino, las flechas no escasean.

Habíamos almorzado un poco tarde y no teníamos ni pizca de hambre cuando llegamos a Triufé. Solo nos limitamos a descansar y tomarnos unas cervecitas y unos cafés en el bar restaurante que hay a pie de carretera.

A las cuatro de la tarde llegábamos a Puebla de Sanabria bajo una fuerte tormenta. Todo el día estuvo lloviendo a intervalos, pero al llegar descargó con mas fuerza. Los pies se nos mojaron de forma que oíamos el chup chup en el interior de las botas. De nada servía el Goretex. ni las botas más sofisticadas, por las piernas escurría el agua y empapaba los calcetines. Para colmo el chubasquero sólo me cubría un poco más abajo de la cintura y el agua empezaba a mojarme los ……jamás me los había pasado tanto por agua.

Como colofón de la jornada, para llegar a la Plaza Mayor –el lugar más alto-, donde se encuentra el albergue, hay que subir unas empinadas escaleras en zigzag, que en número de doscientas aproximadamente, parten desde el mismo río Tera, nada más cruzar el puente. También se puede llegar continuando un poco a la izquierda, siguiendo por carretera, pero no nos libraremos de una corta pero fuerte subida hasta la plaza.

El ayuntamiento ha habilitado en un par de salas en la parte de abajo dos literas y unos cuantos colchones. Nos tocó colchón en el suelo. Sólo cometen un fallo y es que por la noche los de la Oficina de Turismo, que está un poco más abajo y que se encargan del albergue, cierran la llave de paso del agua -no la pudimos localizar- y no puedes ni lavarte la cara por la mañana…..

Merece la pena llegar a Puebla de Sanabria y pasear por su calles, te sientes transportado al medievo. Está declarada Conjunto Histórico Artístico.


Etapa 12. 11 de agosto de 2004. Puebla de Sanabria - Lubián
Un desayuno sentados en la banqueta de madera del ayuntamiento a base de magdalenas la Bella Easo acompañadas de un zumo Pascual –el mío tropical- nos puso de nuevo bajo la lluvia.

Las botas, que se habían estado secando toda la noche en un radiador que unos ciclistas espabilados no habían compartido, en un cuarto de hora, ya estaban nuevamente mojadas.

Un buen almuerzo en Requejo, en el bar / tienda que hay al lado del ayuntamiento nos dio las fuerzas necesarias para afrontar al temido Padornelo. Fue por casualidad que le preguntara cuando nos marchábamos a la camarera del bar, de dónde era ella y que nos respondiera que, ¡de Lubián!, para charlar un rato y decirle que era nuestro destino por ese día y que saliera en la conversación la familia Menoyo, a la que conoce. Ya se sabe, ¡quién no se conoce en estas poblaciones!.

La lluvia nos obligó a hacer todo el tramo por carretera, incluso a atravesar los viaductos, con el poco arcén que tienen, por abajo, los caminos estaban impracticables. Ahora toda la circulación se va por la nueva autovía y apenas pasan coches por ella, por lo que no es arriesgado subir por allí en caso de necesidad.

El agua empujada por el fuerte viento nos impactaba en la cara haciendo que la agacháramos. Me tiré casi toda la mañana soplándome en la punta de la nariz para quitarme las gotas que por ella resbalaban y que me hacían cosquillas. En otros momentos dejaba que la gota llegase hasta mis labios y chupaba el agua.

El frío empezaba a incomodarnos, no llevábamos ropa de abrigo y el chubasquero poco calor daba, mas bien provocaba sudor con el esfuerzo que al pegarse a nuestro cuerpo y con el aire, nos producía más frio. Cuántos días atrás soñábamos con tener un día fresco y lluvioso y ahora que los teníamos, nos quejábamos, ¡si es que nunca llueve a gusto de todos!. Lola, escondía sus puños en la bocamanga del chubasquero para protegerse del frío y yo me limpiaba los ojos cegados por tanta agua.

Llegando a lo más alto, en una nave industrial que parecía abandonada nos refugiamos por un rato esperando a ver si aflojaba la tormenta. No por mucho tiempo porque seguía lloviendo y en esos momentos lo hacia con más intensidad. Estábamos sobre los 1350 metros y, a esas alturas, en ese día, lo mejor era pasarlo cuanto antes.

El paso por aquellos parajes y siempre haciendo mis comparaciones con el Camino Francés, me hizo dudar entre si aquellos montes se parecían al Bierzo en su paso por Villafranca, Vega de Valcarce o el O’Cebreiro. Recuerdo que la primera vez que los pasé, también fue diluviando.Vengas por donde vengas, entres por donde entres, Galicia hay que franquearla.

La población de Padornelo está al poco de pasar la Portela de Padornelo, ya bajando. Llegar y encontrar en la entrada una tienda / bar nos animó, La lluvia no cesaba, estábamos más empapados que el día anterior. Nuestro cuerpo, naturalmente, en las subidas, por el esfuerzo genera calor y se equilibra quitando ropa, pero en las bajadas, con las mismas condiciones climatológicas, sólo puedes cerrar los puños, apretar los dientes y andar …….

No teníamos prisa…. frío bastante y en aquel bar / tienda, la oferta no era muy apetecible. Hubiera sido mucho pedirle a los dueños que encendieran la chimenea para calentarnos un poco, a quién se le ocurriría encender la chimenea en agosto. Dejamos pasar el tiempo entre una cerveza y un café con leche hasta que amainara la tempestad. Dejamos pasar el tiempo hasta que nuestro calor corporal, secara la ropa, a riesgo de resfriarnos.

Para entonces, ya recuperados térmicamente, llegaron Christian y Román. Christian se quejaba de unas ampollas, había caminado los dos últimos días con sandalias, desafiando a la humedad y ésta le pasó factura.

-Pero Christian, no sabes que el pie en medio acuoso, con el rozamiento, provoca ampollas.
-¡Ya! pero…

Llevaba los pies arrugados como cuando se está mucho tiempo en el agua. Allí se quedaron, “calentándose” con un café con leche.

La tarde fue mas agradecida y no llovió tanto. El opíparo almuerzo en Requejo, con copita de orujo del vecino incluida, nos quito la gana. A partir de aquí, una vez que entras en Galicia (estábamos muy cerca), es costumbre en los bares, el acompañar la botella de orujito con el café. ¡Hay algunos excelentes!.

Zigzagueando por la carretera llegamos a Lubián a media tarde.

Como en casi todas la poblaciones (exceptuando las grandes urbes) allí, también se respira paz….. tranquilidad….. La construcción es típica, piedra y pizarra. Piedra de gran espesor para aislar tanto del frío como del calor y pizarra en los tejados para que la nieve se deslice y no provoque hundimientos por el peso.

No fue difícil localizar el nuevo albergue de peregrinos, todo está a mano. En unas casas más allá, según indicaba una nota puesta en la puerta del albergue, te daban la llave, previo pago de 3 euros.

Al abrir la puerta del albergue , nos vino a la memoria el albergue de Mombuey…..el mismo chirrío al abrir la puerta.

¿!Pero… era imposible, no podía ser!?

¡Si que podía ser….! allí abajo, en la cocina comedor, habían aparcadas dos bicicletas y presentía que eran las de los dos ciclistas gorditos.

Al subir al dormitorio comprobamos que estaban allí, despatarrados encima de las literas. No sé porqué, pero les cogí manía. No por su obesidad o por ser ciclista, sino por ser ruidosos, desordenados y poco cuidadosos.

La primera y última vez que los vimos fue en Mombuey. El ciclista como mínimo hace una media de 50 kilómetros por día, aunque hay quien hace menos y quien hace más, pensamos, pero aquellos eran una excepción.

-¡Hola!, ¿cómo es que estáis aquí, os hacía más adelante?.
-No, es que nos quedamos un día más en el albergue de Mombuey.

No creo que estuvieran muy cansados, pues hacía dos días que habían empezado.

-Yo creo que es mejor que facturéis de vuelta a casa las bicicletas y os pongáis a caminar, llegaríais antes, le dije.

Uno de ellos había roto la cadena y no encontraba recambio…… no me extrañaba……..con el peso que soportaban, las alforjas…..

Estábamos inquietos e impacientes por conocer a los padres de nuestros amigos María y Josep Menoyo (José Cándido como lo llamó la camarera del bar de Requejo, Luisa). No nos costó mucho dar con su casa, en el súper de enfrente, mientras comprábamos provisiones para el desayuno, nos lo indicaron.

Hago mención especial al trato y calor recibido por parte de sus padres. La excelente cena y posterior velada y el desayuno del día siguiente nos hicieron sentir como en casa. Son encantadores.


Etapa 13. 12 de agosto de 2004. Lubián - A Gudiña
Un poco antes de las ocho salimos del albergue para llegar puntuales al desayuno que Cándido y Felicidad nos habían preparado. Al sentirnos como en familia, cuando nos marchamos, nos pareció como una despedida de un ser querido.

El día amaneció soleado y se agradecía.

Durante dos kilómetros, Cándido se ofreció a acompañarnos para indicarnos por donde no debíamos ir, ya que los caminos bajaban con mucha agua y, de paso, él se daba su paseo matutino.

Aquellas tierras los vieron nacer, su vida laboral transcurrió aquí y allá…..mayormente en Catalunya y, a ellas han vuelto a disfrutar del descanso merecido.

Pudimos comprobar en persona la cantidad de castaños que Josep nos decía en algunas conversaciones telefónicas que habíamos mantenido y lo bien cuidados que están para recoger su fruto. Es una fuente de ingresos.


Y el huerto donde más de una noche había hecho guardia para que el jabalí no se comiera la cosecha de patatas del año. Habría que cambiarle el topónimo a Lubián, porque por allí, ahora sólo merodean jabalís.

Impresiona pasar por debajo de los puentes de la autovía, los pilares de hormigón ( que Cándido también ayudó a construir) de cerca se ven gigantescos. Por dentro son huecos, nos dijo.

Un poco más allá del Santuario de la Tuiza y de la Ermita de la Virgen de las Nieves, a pie de autovía, nos despedimos de el. Desde allí iniciamos la subida al otro temido puerto, A Canda(límite con Galicia). Como ya hicimos en el Padornelo, también se puede subir por la antigua carretera sin preocuparse del tráfico, vas solo. Realmente no son tan temibles, me los habían pintado más duros.

Un poco antes de llegar a Vilavella, ya en bajada, nos adelantaron los dos ciclistas gorditos. Uno de ellos pedaleaba y el otro, como iba sin cadena, bajaba empujado por su propio peso. Parecía como un caballo desbocado. Aquel día seguro que se ganó el plato de espaguetis, porque tuvo que empujar la bici en la subida.

Un alto en el camino para reponer fuerzas en el hostal Porta Galega de Vilavella y seguimos para A Gudiña ¡que bien sabe el bocata de tortilla recién hecho!

En A Gudiña nos íbamos a encontrar con nuestro amigo y peregrino José Luis “El Resen” que venía andando desde el pueblo de sus padres a dos jornadas. Al día siguiente partiríamos los tres hacia Santiago.


A la una entrábamos en A Gudiña, la etapa había sido corta. En la puerta del albergue un cartel decía que había que llamar a un número de teléfono y que abrían a partir de las cuatro, ¡perfecto!, es la mejor hora para ir a comer, aprovecharemos para hacerlo.

Ya estábamos en Galicia, ya empezaba a cambiar la gastronomía. Debo parecer un comilón, pero es que hay platos de la cocina galega que me pirran. No hay nada mejor que un caldo galego y su pringá para calentarse en los días fríos, bueno, no lo hacía, pero esa fue la excusa, y además, quien se puede resistir a no pedirlo, si ves pasar por delante de tus narices las bandejas con aquellos manjares.

-Lola, vamos a ese restaurante que hemos visto a la entrada
-¿Cómo se llama?
-¡No me acuerdo!, ya lo veremos. Había gente esperando y eso es buena señal
-¿Dónde está el albergue? nos preguntó un transeúnte con pinta de rockero de los años sesenta y con cara de mala leite.

Me pensé unos segundos el decirle dónde estaba porque no le vi pintas y menos cuando al preguntarle si era peregrino, me gritó.

-¿Que te he dicho que dónde está el albergue?
-¡No lo sé!…. sigue por esa carretera, le contesté.

Tuvimos oportunidad de comentarle al hospitalero el hecho y nos dijo que habíamos hecho bien, porque el ayuntamiento dispone de una casa de acogida, pero éstos, si pueden, se cuelan en el albergue para peregrinos y en más de una ocasión se han producido hurtos en las mochilas y algún que otro altercado.


-¡Hola Luis!
-¡Hola José Luis!
-¿Por dónde andas?-
-He llegado ya a A Gudiña ¿dónde estáis vosotros?
-Estamos en la salida, en un restaurante que se llama Oscar y no veas cómo nos estamos poniendo.

Hoy, como voy de glotón, no me importa ganar algunos gramos, así que aproveché el momento y el plato que me estaba zampando para enviar un SMS ( ¡que moderno queda!) a la agenda de amigos de mi móvil y en especial al tripero mayor del comando Barcino, Capi.

Santi, el de carne y hueso como lo denomina Gloria, me contestó inmediatamente con otro preguntándome por dónde andábamos nosotros, en A Gudiña le respondí.

Besos y abrazos…. abrazos y besos en el reencuentro con José luis. Charla, cafés y orujitos en la sobremesa. Buena sobremesa.

Antonio, el hospitalero nos enseña nuestra ubicación en el albergue y nos dice una serie de consejos y normas que hemos de cumplir.

La siesta, de obligado cumplimiento, se vio interrumpida por la encuesta que la Xunta había encargado a dos estudiantes…. y me tocó a mí:

-Entre uno y diez…….
-¿Qué le parece la oferta turística y hotelera?
-¡Pero chica, que somos peregrinos!.
-¡Es igual! me han dicho que lo rellene y que usted me respondería.
-¿Cuánto se gasta al día en hoteles?
-No sabe, no contesta.
-¿Y en comer?
-¡Bufff! hay días que no podemos gastar lo que quisiéramos……

Me tocó hacer la colada ese día y allí que me puse en el lavabo al lado de Román que también hacía la suya. Vi que con un remojo en agua y dos aclarados hizo su colada.

-¿No usas jabón para lavar la ropa?
-¡No! En Austria se mira mucho los vertidos.
-Bueno, yo utilizo un jabón “poco agresivo” para el medio ambiente, el Lagarto de toda la vida. Recuerdo que mi padre lo usaba para lavarse la cabeza y no tenía caspa.

Bajamos al patio a tender la ropa y en el mismo momento que tendía mis calzoncillos, menos mal que no eran las bragas de Lola (el cachondeo estaba asegurado), se presentaron Santi (el de carne y hueso) y Laura a visitarnos. Su SMS anterior era para asegurarse que estábamos allí. Habían alquilado un coche en Santiago y volvían a Barcelona vía Madrid, visitando a amigos y conocidos. Grata sorpresa.

Como se nos hizo casi de noche charlando, decidimos pedirle permiso al hospitalero para que Santi y Laura pudieran dormir en el albergue, siempre y cuando sobraran camas. Sin comprometerlo, Antonio, el hospitalero, accedió.

No voy a contar lo que cenamos y dónde porque sería repetirme, sólo diré que hubo uno que puso mala cara y gruñó (y no fui yo) cuando el camarero quería retirarle la sopera del caldo galego. ¡dónde se ha visto!.


Etapa 14. 13 de agosto de 2005. A Gudiña - Laza
A las cinco de la mañana sonó el despertador de los ciclistas gorditos, creo que todos nos despertamos menos los susodichos.

-¿Cómo es posible que lo pongan a esa hora?, dijo Lola, que le tocó dormir al lado.
-¿A dónde irán tan temprano? ¡si no se ve nada!
-¡Pero ese niño es tonto o qué!

Se levantaron muy ruidosamente, replegaron todas sus pertenencias a oscuras, incluidas las lonas que parecían velas agitadas por el viento y se bajaron a la cocina para acabar de hacer el resto de ruido.

-¿Qué les habría pasado? ¿porqué se levantaban tan pronto? me preguntaba. A Gudiña tiene estación de tren, ¿a lo mejor me han hecho caso y facturan las bicis…..?

En su repliegue también se llevaron una chancla de Lola. No sé si por fastidiar después del comentario que hizo o por descuido. A la pata coja ya la veía …..¡Como los pille les pincho las ruedas! decía lola. Al salir del albergue se la encontró en la puerta ¡fue por descuido!.

Ya no volvimos a ver a los ciclistas gorditos en todo el Camino, seguramente cogieron un tren de vuelta a casa.

Mientras aclaraba el día nos tomamos un pequeño desayuno en un bar cercano al albergue. Era el primer día que caminábamos con compañía (exceptuando un día con los salmantinos). Teníamos que adaptarnos al nuevo acompañante peregrino o ¿mas bien se tuvo que adaptar el?. La verdad es que no se quejó en absoluto, a pesar de la “caña” que le metimos y del hinchazón de piernas que tuvo. Nuestra marcha era galopante en algunos momentos, demasiado quizás.

En anteriores caminos había tenido algún problemilla con las piedras en el riñón y en éste me encontraba pletórico de fuerzas.

El paisaje pasó a ser completamente montañoso. En suave ascensión fuimos pasando por A Venda do Espiño, A Venda da Teresa, A Venda do Capela. En esta última sin necesidad de pan, le preguntamos a una señora que estaba trabajando el huerto si pasaba por allí el panadero.

-¡No, hasta el martes no pasa, pero si queréis un poco pasad!

Nos invitó a entrar a su casa y nos dio media hogaza del pan que tenía y una bolsa con unas cuantas ciruelas. Irene, como así se llama, hace años que atiende al peregrino. Su casa está siempre abierta.

Irene, recuerda con nostalgia los años de la construcción de la vía férrea Puebla de Sanabria-Ourense. Entonces los poblados que RENFE construyó estaban llenos de gente, había vida. Hoy, está todo abandonado y derruido y el único ruido que se oye por allí es el del tren alejarse entre los numerosos túneles que cruzan aquellas montañas.

Ahora da la sensación de que el progreso pasó por allí años ha y que a sus pobladores los dejó estancados en el pasado.

Una fuerte bajada nos llevó a Campobecerros. Esta me pareció a la de El Acebo, pero más pronunciada y peligrosa por las piedras que, al pisarlas, resbalaban. Una fuente y abrevadero a la entrada con un agua fresquísima, calmó nuestra sed. Posteriormente nos enteramos que algunos peregrinos tuvieron problemas intestinales con ese agua y tuvieron que ser socorridos por Protección Civil de Laza en medio de la montaña.

Nunca nos había costado tanto ganar el comernos unos huevos fritos con lo que sea. Nuestra boca se nos hizo agua al ver en el cartel del bar con el mismo nombre, una trucha. Nos la imaginábamos rellena de jamón, con una ensalada y un buen vino….. No pedíamos más.

-Hola, buenas tardes, nos pones unas claras….
-¿Qué tenemos para comer? ¡qué tal unas truchas!
-¡No, no tenemos!.
-¡Vaya hombre!
-¿Y qué tenemos entonces?
-No está mi hermana y….
-¿Pero podrás ponernos unos huevos fritos con chorizo o jamón y una ensalada?. ¡Si hace falta te echamos una mano en la cocina!.
-¿No lo sé, voy a ver?
-¡No tengo huevos!. la gallina no ha puesto hoy ninguno.
-¿Y porqué no sales y le pides a alguna vecina que te preste unos cuantos y cuando las tuyas pongan, se los devuelves?.

Presionada la joven , escuchó nuestro ruego y salió a pedirlos, ¡estábamos salvados!. Al poco también llegó la hermana con una barra de pan bajo el brazo, una ensalada y unos tomates y pudimos comernos los mejores huevos fritos con jamón que nuestra memoria más reciente recordara.

El postre, una siesta en un roble grandioso a la salida con ronquidos incluidos.

Hasta llegar a Laza se baja zigzagueando un número incontable de curvas, primero por pista forestal muy amplia y limpia, para acabar por carretera muy poco transitada.

Dónde se ha visto que al peregrino se le transporte en un jeep al albergue. Pues eso ocurre cuando llegas a Laza, los de Protección Civil, que tienen la base a la entrada, muy celosamente, te toman los datos y como piensan que llegas muy cansado, te quieren acercar hasta el albergue en su flamante jeep que la Xunta les ha dotado. Quinientos metros restan desde la oficina de Protección Civil al albergue, sería como llegar con coche de apoyo ¡que deshonra!.

El albergue, nuevo como todos los de Galicia por este Camino, se encuentra a la salida, en el lado opuesto a la dirección del camino y está dotado con todos los servicios, incluso taquillas. Son habitaciones de ocho camas y te dan la llave para que la cierres si te vas de paseo. Por la mañana, al marchar, las tienes que devolver. Todo un lujo.

En la cena se nos presentó un personaje para nosotros un tanto misterioso que no perdimos hasta un día antes de llegar a Santiago.

Daniel como así se llamaba, un paisano de Ponferrada, no paraba de hacer preguntas. Decía que se había salido del Camino Francés y venido a este porque estaba masificado, razón no le faltaba.

Lo cierto es que apareció cuando el Resen y eso es lo que nos mosqueó. De cachondeo le decíamos a José Luis, “este viene a por ti, te viene siguiendo los pasos desde Bilbao”

El misterio estaba servido, en los próximos días iríamos haciendo nuestras cábalas.


Etapa 15. 14 de agosto de 2004. Laza - Xunqueira de Ambía
Como si de una celda se tratase, uno a uno fuimos saliendo al pasillo a desperezarnos. Las botas, perfectamente emparejadas y aireadas, hacían guardia en la puerta esperando ser calzadas nuevamente.

Después del obligado aporte calórico matutino nos pusimos a caminar. Diez o doce peregrinos enfilábamos la recta que sale de Laza por carretera.

Poco a poco la niebla fue abriendo paso a un día soleado y en Tamicelas, viendo la fuerte subida que se avecinaba, nos quitamos la ropa de abrigo.

Cinco kilómetros de subida constante con algún plano para tomar aliento y ¡venga subir!. Las pastillas de Isostar parece que no, pero aportan energía rápida. Yo sólo quería llegar a Alberguería y ésta, nunca llegaba ¡venga subir!. El sol ya apretaba de lo lindo; la respiración cada vez más fuerte, el corazón quería salirse de la caja, la mente en blanco hasta el punto que no sabía si chupar la pastilla o respirar, las dos cosas a la vez, en esos momentos, eran incompatibles para mi, me faltaba plétora.. Estaba totalmente descoordinado.

En el alto, un cartelito trampa indicaba “Alberguería 500 metros”. Ya se había acabado el suplicio, nuestra recompensa estaba próxima, pero….

-¿No ponía quinientos metros?
-¡Me parece que nos han timado!

-¡Cómo quieres que ponga en cartel un kilómetro y medio después de la fuerte subida!, -nos dijo después Luis, el dueño del único bar-. A más de uno hemos tenido que recoger exhausto.
Hay peregrinos, -nos dijo-, que han subido por carretera para evitar subir por el monte y es un error. La carretera que sube en paralelo, -que se ve enfrente, pero en la distancia-, tiene setenta y dos curvas que llegan a desmoralizar a cualquiera. Aquí ha llegado gente que ha soltado la mochila en medio de la carretera y hemos tenido que bajar a buscarla
-¡Tienes toda la razón!, pero nos vas a poner esa empanada y sácate una botellita de vino fresquito.

Curiosa estampa a iniciativa de Luis te encuentras cuando entras al bar. Desde primeros de este año a todo peregrino que pasa por allí le da una vieira y un rotulador para que escriba su nombre y la fecha y éste, las clava en las vigas de madera del techo. Algún ciento de ellas ya hay clavadas. Las nuestras, cómo no, también lo fueron. Por allí, podemos dar fe que pasó algún miembro del comando Euskal Akelarre (en fase embionaria), dos del comando Barcino y hasta pusimos una en nombre de Javier de la Fuente (El Gurú). Me imagino que cuando llene el techo, y ya le faltaba poco, hará como en los cementerios, todos pasaremos al osario común. Todo quedará en nuestra memoria, en la fotográfica también.

Las bajadas, a pesar de ser eso, bajadas, también requieren su esfuerzo. Subir a Alberguería tiene un desnivel de unos quinientos metros en cinco kilómetros. Hasta Vilar do Barrio, la pendiente de bajada era de trescientos en algo más de dos kilómetros. Los gemelos se cargan, pero todo sea dicho, también se fortalecen.

Sobre la una del medio día entrábamos en Vilar do Barrio, y aunque parezca lo contrario, nuestro cuerpo nos estaba pidiendo comida ¿qué le vamos a hacer? ¡pues nada! El bar Ruta de la Plata es el idóneo para comerse un buen filete y una ensaladita.

Cómo han cambiado los tiempos, a. de c., en las luchas entre gladiadores, el vencedor, antes de rematar a su contrincante, lo sometía a criterio…… Si el dedo pulgar miraba al cielo…….y ahora, ese mismo gesto, si mira al suelo, te ponen una botella de orujo del vecino para acompañar al café.

Era muy pronto para ponerse a caminar después de tan simple, pero exquisita comida, así que, al chico joven de ojos azules que atendía la gasolinera le pedimos las llaves del maravilloso albergue, donde echamos una siesta un tanto calurosa, pero reparadora, hasta las cuatro de la tarde.

Cuando ya caía la tarde, después de una agradable travesía por las poblaciones de Bóveda, Cima de Villa, Quintela…… llegábamos a Xunqueira de Ambía. A lo lejos se oían unos estruendosos petardazos como reclamo y aviso previo de las fiestas.

A ellas llegaban gentes de las poblaciones cercanas. Los gallegos, siempre añorantes de su terruña; inmigrantes en otros países como Venezuela, crean asociaciones de coros y danzas y cada año vuelven con sus hijos a amenizar sus fiestas.

De buena gana nos hubiésemos quedado, pero nos sentíamos extraños, como que no encajábamos en su diversión, éramos gente de paso.


Etapa 16. 15 de agosto de 2004. Xunqueira de Ambía - Ourense
Pensábamos que la noche sería ruidosa por las fiestas. Al polideportivo que está al lado del albergue llegaban jóvenes dispuestos a divertirse, pero no, se portaron bien y no hicieron mucho escándalo.

Esa mañana, no se vio, como muchas, la serpiente multicolor de peregrinos enfilar el Camino. Los hermanos austriacos y nosotros fuimos lo últimos en salir del albergue.

Un café con leche hubiera ido bien para empezar, pero en el único bar abierto a esas horas, y eran las ocho, solo servían cubatas.

Etapa corta y sin muchos paisajes donde se nota la proximidad de una gran ciudad, como es Ourense, por la cantidad de pequeñas y continuas poblaciones por las que se va pasando; A Pousa, Pereiras, Reboredo… y de polígonos industriales. Estos últimos me desmoralizan.

Quien dice que por esa parte del Camino hacía Santiago no hay pulperías. Si los gallegos no van a las pulperías, éstas vienen a ellos. Íbamos por medio de Seixalbo cuando por la otra parte de la calle vimos una furgoneta ambulante con un toldo desplegado y gente haciendo cola.

¿Qué estarán comprando? Acaso serán churros, cortezas y patatas fritas, pensamos al ver salir humo. Pero nuestro olfato no nos engañaba, aquello no eran churros, el olorcillo era el típico del pulpo cociéndose. Enseguida los jugos gástricos se despertaron y se nos hizo la boca agua…….ya nos estábamos relamiendo.

-¿Lola, José Luis, hace una tapita de pulpo a feira?
-¡Hace!

Enfrente justo había un bar, estaba todo mas que montado.

-¡Oiga!, ¿nos pueden servir una ración para tres?
-¡Enseguida!, vayan ahí enfrente, siéntense en una mesa y pidan la bebida y el pan, mientras se la llevamos.

Vino a mi recuerdo el delicioso pulpo de Melide, las buenas veladas que hemos pasado allí en compañía de no sé cuantos peregrinos y en distintas fechas, es todo un clásico.

No sé el tiempo que requiere de cocción, ni las veces que lo tienes que engañar, ni los palos que le tienes que arrear al cefalópodo, solo sé que aquel estaba tiernísimo y, como el vino turbio, además, estaba fresquísimo, la conjunción era perfecta.

Pocos kilómetros quedaban para llegar a Ourense, así que lo tomamos con calma y relajo, como mirando tiendas. Nunca mejor dicho, porque aproveché para comprarme unos calzoncillos en una que estaba abierta. Del par que tenía, había perdido uno y llevaba tres días dándole la vuelta a los que me quedaban. ¡Vete a saber dónde los perdí!


El albergue se encuentra en el antiguo convento de San Francisco y como muchos , si no está cuesta arriba, está alejado de la población, a este tienes que echarle un último esfuerzo para llegar.

Compensa lo moderno y cómodo que lo ha dejado la Xunta. Nos comentó su hospitalero, voluntario de la Asociación de San Sebastián que lo reinauguraron en el mes de Junio pasado, que lo estaban acabando de pintar y ya estaban esperando peregrinos en la puerta. Como siempre, las cosas deprisa y corriendo y a última hora.

Ourense es el kilómetro cien para mucha gente, hasta Santiago restan 109 y ya empiezan a notarse las prisas. Como ocurre en Sarria salen peregrinos hasta de debajo de las literas. Para el que lleva algunos cientos en sus piernas le hace sentirse incómodo ese ansia por llegar.

Las piernas de José Luis tenían un aspecto feo, aquello no pintaba bien y tuvimos que ir a la farmacia a pedir consejo a una manceba que se quedó mas asombrada que nosotros. Se fijó más en mi cara colorada que en las piernas.

-¿Pero qué le ha pasado hombre? -me dijo
-¿Se ha fijado que roja tiene la cara?
-¡A mi, nada!. Lo mío es de nacimiento ¡je je!. Ya de por sí la tengo colorada y con el sol que he tomado estos días parezco un guiri.
-¡Huy! esas piernas tienen muy mal aspecto, fijándose en José luis.
-¿Habrá que amputar doctor? ¡je je!
- Se va a tomar estas pastillas durante unos días y también se va aplicar esta pomada y, cuando pueda vaya al médico y que se lo mire.


Pero José Luis es un chicarrón del norte, bueno lo dejaremos en un chico del norte y aguantaría lo que le echaran.

En la cena se nos sentó al lado el peregrino sospechoso. ¿Será o no será policía?. Seguimos haciendo conjeturas. Mañana se lo pregunto directamente, dije. Le haré una especie de interrogatorio y veremos si sacamos algo. Esto se ponía interesante.

Con las vistas por la ventana del albergue al campo santo adyacente al albergue, llegamos a nuestro descanso nocturno.


Etapa 17. 16 de agosto de 2004. Ourense - Monasterio de Oseira
Un desayuno a base de café con leche, croissant cubierto de miel y lectura de periódico incluida te descoloca del camino, Yo, particularmente odio los croissant pringaos de miel porque se me pegan en los dedos ( sólo las moscas acuden a la miel) y, encima me niego a comerlos con cubierto. A mi, primero me gusta desmembrarle un cuerno y mojar en el café con leche… después le arranco el segundo y, si la puntita está tostada, la muerdo y saboreo….. Vamos, todo un ritual sibarita….

¿Dónde estoy?, ¡Venga, a caminar!.

La mochila a la espalda y ajustada; el bordón y la campanilla de nuevo repiquetean por las calles al amanecer. Ya se marchan los peregrinos con fuerzas renovadas.

Llevábamos una fotocopia del plano de salida de Ourense que Antonio, el hospitalero, nos había facilitado y, esta indicaba otra alternativa que inicialmente sigue la dirección del río Miño por su orilla derecha y continúa por Quintela, así que decidimos tomarla.

Son unos cuatro kilómetros de asfalto al principio para acabar en una fuerte subida, la Costiña do Canedo, una carretera local muy estrecha sin apenas arcén, que se conocen los vecinos y por la que bajan como kamikazes con los coches. La Costiña son dos kilómetros más con una pendiente del 17% que los sudas bien.

Acabada la fuerte subida, en Cima da Costa, se planea por las poblaciones de Liñares, Cimadevilla y Mandrás,-aquí se puede reponer fuerzas y comer algo en el único bar que hay-. para acabar enlazando con el camino que marca la guía del Camino Fonseca, en Casas Novas.

Se nota que es el “Año Xacobeo”, los de Protección Civil con sus flamantes cuatro por cuatro , recorren los caminos velando por el peregrino ofreciendo ayuda si la necesitas. ¡Y es de agradecer!.

El peregrino sospechoso nos pisaba los talones en la Costina do Canedo. ¡Ánimo Lola, ánimo José Luis! no permitamos que nos adelante. ¡Venga, son pocos los metros que nos faltan, no nos puede aventajar!

Culminamos la Costiña y, sin apenas haber mediado palabra desapareció. ¿Cómo era posible? si lo teníamos delante nuestro. El plácido llanear después del esfuerzo; ver el cartel de un restaurante próximo donde podíamos comer algo, que resultó estar cerrado por descanso semanal y el jolgorio de otros peregrinos, nos hizo perder su pista. Volvimos a verlo poco después en Cea, enfrascado en una medio bronca con un camarero porque no le daba de comer. No sé si nuestra intercesión sirvió.

Por la mañana fueron varios chaparrones los que nos cayeron, tantos que pasábamos de sacar el chubasquero a no ser que tuviera cierta intensidad.

Llegar al Monasterio de Oseira impresiona, la paz y tranquilidad que allí se respira reconforta. El tiempo parece que se ralentiza en su interior y hay que buscarse alguna actividad para no aburrirse. Lo primero es la visita guiada a su interior. Intentamos negociar el precio de la visita argumentando que éramos peregrinos y que nuestras arcas estaban un tanto vacías, pero no hubo manera ¡a pasar por caja como todo turista!.

Y para dormir, a pesar de que llamamos con antelación por la mañana para reservar cama como dice la guía, la respuesta fue negativa, no sé que nos contaron de que una peregrina se había quejado y habían decidido no alojar peregrinos en las celdas del monasterio.

En la antigua biblioteca, convertida hoy en dormitorio, unas alfombras en el suelo y unos cartones nos dieron cobijo al mas puro estilo transeúnte, ¡que mal lo deben pasar éstos cuando hace frío!.

Para contentar a todos los comerciantes de la zona dividimos nuestros gastos en los dos bares que hay; en uno las cervecitas de la tarde y en el bar Venezuela la tortilla para la cena.


Etapa 18. 17 de agosto de 2004. Monasterio de Oseira - A Laxe
La forma abovedada de la biblioteca provocaba que los sonidos se agudizaran más. Migel, que se había acostado encima de las mesas que se desplegaban a lo largo de la nave para evitar la humedad y el frío del suelo, roncaba como un bendito, yo no me quedaba corto.

En la madrugada bajó la temperatura; el silencio del lugar, la humedad que se respiraba, el incesante caer de la lluvia y la insuficiencia del saco de dormir, provocaron que durmiera muy poco. Quizás fue la peor noche que pasé en este Camino.

A las siete y media le habíamos dicho a la señora del bar Venezuela que pasaríamos a desayunar. Son pocas las oportunidades de negocio que se presentan y hay que aprovecharlas. Un gran vaso de colacao con leche y unas magdalenas para mojar y de vuelta al Camino.

¿Por qué siempre que iniciamos una nueva etapa, esta ha de ser en subida?, me preguntaba. Recién puesto a caminar y ya estamos subiendo, ¡no hay derecho!. Llevo muy mal eso de iniciar subiendo y necesito andar algunos kilómetros para calentar o abrir pulmones.

La mañana transcurrió atravesando pequeñas poblaciones; O Outeiro, A Gouxa, Santo Domingo, Pontenoufe…….hasta que llegamos a Estación de Lalín. Allí paramos a comer, ¡y que vamos a comer!, pues los ricos productos de la cocina galega; caldo y unas costillas de marrano, bien asadas al horno. Allí llegaron también los austriacos y el alemán siguiendo nuestros pasos y una vez más copiaron nuestros usos y costumbres. Román y Christian rechupaban las costillas y Migel, solo comió una ensalada, me parece que era vegetariano.

Después de una buena sobremesa y descansados, nos pusimos nuevamente en marcha bajo la lluvia para rematar lo que quedaba de jornada. Sólo nos quedaban seis kilómetros.

A Laxe es un pequeño pueblo de pocas casas sin servicios, sólo un buen bar mesón a pie de carretera, pero con un albergue a la última. Inaugurado hace poco tiempo (Febrero), dispone de unos buenos servicios. Y para que no se gaste más luz de la debida está equipado con detectores de presencia que van encendiendo las luces a medida que vas pasando y apagándose después de unos segundos. Lo malo es que si vas a hacer aguas menores en la madrugada, como no vayas con linterna, lo tienes un poco difícil para atinar a ciegas.

Lo primero que hicimos al entrar al albergue fue poner a secar los chubasqueros y botas, pues estaban empapados. Después vino el aseo personal y siesta para recuperar fuerzas.

Como no había mucho que visitar nos dedicamos a hablar con los peregrinos que iban llegando. La pareja “más que amigos” de valencianos, que empezaron en A Gudiña ya estaban más en forma y uno de ellos ya no tenía ampollas, el otro arrastraba mejor la mochila.

El peregrino sospechoso esquivaba las preguntas directas que le hacía. El día anterior nos dijo que había cogido por otro camino un poco más allá de Cima da Costa y apareció en Cea. Cuando le dijimos que nosotros habíamos dormido en Oseira y nos dijo que allí unos compañeros habían estado alojados preparando una oposición, se confirmaron nuestras sospechas, pero no llegaríamos a saberlo. ¿Era un policía camuflado de peregrino?.

La cena fue a base de tapas en el bar mesón, no teníamos ganas de pagar un precio un tanto elevado.


Etapa 19. 18 de agosto de 2004. A Laxe - Puente Ulla
No llevábamos nada en la mochila para desayunar, tampoco pudimos comprar nada en el bar la noche anterior. Prado estaba a poco más de dos kilómetros y allí desayunaríamos, en el hostal el Afilador, el único que había abierto. Este hostal era frecuentado por peregrinos, había alguno que también estaba desayunando, pero desde que han abierto el albergue de A Laxe, ha dejado de serlo.

La lluvia seguía en su constante caída y por momentos, las ráfagas de viento y lluvia, nos azotaban en la cara. Es curioso, pensaba; cuando vamos a hacer alguna ruta de fin de semana, si vemos que va a llover no salimos. En cambio, en el Camino ya puede llover, granizar o nevar, que nada nos para.

Si hubiéramos parado por esa causa, se hubiese prolongado demasiado y en nuestro pensamiento estaba la meta, Santiago de Compostela, ya estábamos a poco de más de una jornada.

La verdad es que lo que restaba hasta Puente Ulla era un paseo. Nuestros pies ya estaban hechos al Camino y la ampolla en forma de “pezón” recién mamado por un neonato, que le había salido en la pierna a José Luis, estaba estable, no supuraba liquido. El mejunje que la manceba de Orense le dio, la mantenía a raya.

El transcurso de la mañana fue por pequeñas poblaciones o aldeas; Silleda, ésta más importante y con servicios, Foxo, San Fiz, Devesa y pequeñas aldeas como Bandeira…..

Estábamos a la altura de Vilariño, no se sabe bien, a veces, a que Concello pertenecen, pues están bastante juntas estas poblaciones, cuando empezó a llover de nuevo. Corrimos un poco para ponernos debajo de una higuera y poder sacar de la mochila nuevamente los chubasqueros, y en esos momentos llegó el vendedor ambulante de pescado a un chalet que estaba al lado. Allí se puso a sacar las pescadillas , los pulpos….y a nosotros al ver aquello se nos despertó un hambre insaciable.

Le preguntamos a la señora que salió a comprar.

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-Señora, ¿sabe de algún sitio para comer por aquí, por casualidad?
-Si, nos dijo muy segura. Tan segura como que iba a comer muchos días.
-Seguid el Camino y cuando lleguéis al segundo cruce, torced a la izquierda, continuad quinientos metros y cuando deis con la N-525 veréis un restaurante que se llama Churrasquería el Gaucho, allí comeréis bien.

Dicho y hecho, la señora no se equivocó ni un metro. La cervecita aclara gargantas y para el comedor.

-Que tienen de menú.
-Es plato único; ensalada, chorizo criollo y churrasco a la brasa.
-¿Y para beber?.
-Tráiganos una botellita de vino blanco de la tierra bien fresquito.

Empezó una primera bandeja de carne a la brasa, guarnicionada con patatas fritas auténticas, no congeladas. Cuando se acabó aquella, nos pusieron otra…. y hubiera caído a una tercera si no hubiésemos saciado nuestra gula. Y todo por diez euros, un auténtico homenaje, y solo por diez euros. Obviamente que por persona.

Salimos diciendo ¡bah! que nos queda para llegar a Puente Ulla, ¡si eso es un paseo!.

Llegar a Puente Ulla se hace por una bajada importante, por pista asfaltada, pero sin mayor dificultad. El paisaje por allí es precioso, su verdor era exuberante. El ruido del río Ulla, división entre Pontevedra y A Coruña, se oía próximo y próximo también estaba el fin de la etapa por ese día. Andamos un poco más de treinta kilómetros y ya tocaba descanso.

Justo cuando entras en Puente Ulla y nada mas cruzar su puente, está el bar Río, allí tienen las llaves del albergue. El albergue son las antiguas escuelas nacionales, un salón con varias colchonetas de espuma, una ducha espartana, de las que te estás poco rato, son suficientes para descansar.

La cena la hicimos en el mismo bar Río, pero más arriba del albergue hay un supermercado donde se puede comprar de todo.

Mañana nos espera la última etapa, Santiago de Compostela.


Etapa 20. 19 de agosto de 2004. Puente Ulla - Santiago de Compostela
Tengo un oído finísimo y cualquier ruido en la noche lo capto a la perfección. Sobre las tres de la madrugada ya estaba despierto, no podía dormir más pensando que aquello se acababa. Me puse la radio en un oído y por el otro oía como un ratón roía algo, probablemente alguna bolsa con patatas fritas u otro alimento que hubiera en el salón del al lado, el ruido que emiten es característico.

También nos podíamos haber dado un festín nosotros la noche anterior, no se hubiesen enterado. De las dos aulas que se componían las escuelas, ahora una es albergue y la otra la utilizan como salón para celebrar fiestas especiales, cenas…..Estaba repleto de bebidas de todo tipo.

A las siete ya estábamos en pie….. sin prisas nos fuimos preparando, el penúltimo desayuno a base de zumo de frutas y magdalenas…… y listos para salir.

Para no olvidarte de las muchas subidas que tiene este Camino, la última te despeja de dudas y te recuerda que aún te queda algo por subir. Es una subida de unos tres kilómetros nada mas salir de Puente Ulla, suaves, pero constantes, rodeados de altísimos eucaliptos que en primavera deben desprender un olor embriagador.

Al llegar a Outeiro pasamos por delante del último albergue que la Xunta ha construido por esa zona. Todo un lujo de albergue. Sabíamos de su existencia, pero preferimos quedarnos a dormir la noche anterior en Puente Ulla porque estábamos cansados. En la misma zona se encuentra la Capilla de Santiaguiño y una fuente de su mismo nombre.

Si llegando a al bar Río y, si comes o cenas allí y, dependiendo como te vea la dueña, te ofrece por un módico precio el que su cuñado te lleve al albergue de Outeiro. Esa práctica se la vimos hacer a una familia que llegó al completo; padre, madre, hijos y abuelos. Nosotros no le dimos oportunidad porque le pedimos directamente las llaves de las escuelas.

A nuestra derecha se divisaba el Pico Sacro, lugar desde donde dice la leyenda que la Reina Lupa envió a los discípulos de Santiago, Teodoro y Atanasio a buscar los dos bueyes para el traslado del cuerpo de Santiago desde Iria Flavia…..

Este Pico podría considerarse el Monto Gozo particular, ya que desde arriba se divisan las torres de la catedral, pero no nos hizo falta subir porque un poco más adelante ya se divisaban.

Sobre las dos de la tarde llegábamos, Santiago de Compostela ya estaba a nuestro alcance. El pasear por sus calles ya nos embrujaba.

Lo primero era procurarse alojamiento y dejar las mochilas, la Pensión de Encanto al lado de la catedral es un clásico para nosotros. En una buhardilla, la única que quedaba, nos alojamos los tres; Lola y yo en una habitación y José Luis en una contigua.

Otro clásico es Casa Manolo, a las tres de la tarde la cola aún era notable, esperamos más de media hora para comer.

Teretatona, amiga de la asociación de Barcelona, también se alojaba allí con su familia, no habían llegado caminando, su madre está delicada de las piernas e hicieron el viaje en avión. Esa noche nos fuimos todos a cenar.

A partir de ahora lo que nos quedaba era pasear; celebrar, comprar regalos y recuerdos…

Pudimos despedirnos de nuestros compañeros de Camino, Román y Christian, Santiago es un pañuelo.

Al día siguiente nos desplazamos a Fisterra, Jorsua un peregrino afincado en Santiago, conocido del foro de Fernando, se ofreció a llevarnos por la tarde a saludar a amigos que habían culminado su peregrinación en el Finis Terrae: Pilar y Fernando de Madrid y ver a otros que teníamos ganas de conocer: Iria y Xosé. Una franja de nubes en el horizonte impidió que viéramos bien el ocaso del sol, pero no nos importó, en nuestra mente ya se fraguaba llegar allí caminando.

La mañana del 21 cogimos un autobus que nos devolvería a Salamanca. En seis horas recorrimos lo que nos costó veinte días. Veinte días ya imborrables de nuestra mente.

Como tuvimos que hacer un poco de tiempo para enlazar con otro autobus que nos llevaría a Calzada de Bejar, lo aprovechamos y dedicamos para comer y volver a recorrer las calles de Salamanca. Pero esta vez no teníamos las mismas sensaciones.

Los amigos de Barcelona que nos guardaron el coche nos forzaban para que nos quedáramos a cenar, pero nos interesaba más volver hacia Zamora y reencontrarnos con Gloria, nos interesaba más saber y comentar cómo le fue su camino. Le habíamos ofrecido la posibilidad de volver con nosotros en coche a Barcelona y después de repensárselo nos acompañó.

Una vez más nos volvimos a alojar en la residencia Doña Urraca, Gloria bajó enseguida a la recepción y los tres nos fundimos en un abrazo. Estaba morena y sus cabellos parecían estar mas dorados, el sol los había convertido en oro.

Una vez más volvimos a cenar en aquel restaurante donde el 5 de agosto cenamos con Sofía y Fernando. Esta vez repetimos plato. A la cena se sumaron Enrique y Rosa, salmantinos y amante el del Camino.

Por la mañana del día veintidós desayunamos en el mismo albergue y conocimos a Werner, el peregrino alemán que caminó junto a Gloria y, antes de coger el coche de vuelta a Barcelona, nos dio tiempo a hacer una última visita a Zamora y tomarnos un café.

Allí se quedó Werner solo sentado en un banco de la plaza Mayor, él continuaba hasta Santiago. Nos despedimos y casi lloro al darle el abrazo de despedida.

Las despedidas son tristes…….

¿Y mañana qué……..?