La Plata, ese camino
Luis Díaz
30 de julio a 19 de agosto de 2004
Etapa 1. 30 de julio de 2004. Salida de Barcelona
Etapa 2. 31 de julio de 2004. Calzada de Béjar - Fuenterroble de Salvatierra
Etapa 3. 1 de agosto de 2004. Fuenterroble de Salvatierra - San Pedro de Rozados / Morille
Etapa 4. 2 de agosto de 2004. Morille - Salamanca
Etapa 5. 3 de agosto de 2004. Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino
Etapa 6. 4 de agosto de 2004. El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora
Etapa 7. 5-6 de agosto de 2004. Zamora - Riego del Camino
Etapa 8. 7 de agosto de 2004. Riego del Camino - Tábara
Etapa 9. 8 de agosto de 2004. Tábara - Santa Marta de Tera
Etapa 10. 9 de agosto de 2004. Santa Marta de Tera - Mombuey
Etapa 11. 10 de agosto de 2004. Mombuey - Puebla de Sanabria
Etapa 12. 11 de agosto de 2004. Puebla de Sanabria - Lubián
Etapa 13. 12 de agosto de 2004. Lubián - A Gudiña
Etapa 14. 13 de agosto de 2005. A Gudiña - Laza
Etapa 15. 14 de agosto de 2004. Laza - Xunqueira de Ambía
Etapa 16. 15 de agosto de 2004. Xunqueira de Ambía - Ourense
Etapa 17. 16 de agosto de 2004. Ourense - Monasterio de Oseira
Etapa 18. 17 de agosto de 2004. Monasterio de Oseira - A Laxe
Etapa 19. 18 de agosto de 2004. A Laxe - Puente Ulla
Etapa 20. 19 de agosto de 2004. Puente Ulla - Santiago de Compostela
Este año ha sido como nuestro primer Camino. En el año 1999, aquel día 30 de julio, con los nervios a flor de piel, no pudimos dormir. En el reloj despertador veía como pasaban las horas y los cuartos, pero no sentía el tañer de las campanas. En mi subconsciente si las oía y me pareció como un anticipo de las muchas que oiríamos a lo largo del Camino.
Salimos de Barcelona a las siete de la mañana sin ponernos una hora para llegar a Pinedas, una pequeña población cerca de Béjar y de la Peña de Francia en Salamanca, lugar donde dejaríamos el coche.
Sólo hubo una diferencia con el primero. Entonces, en la mochila, íbamos metiendo cada una de las cosas del listado que habíamos preparado con tiempo y éste,
como no tuvimos mucho para prepararla nos fiamos de la experiencia. El mes de Julio para nosotros fue estresante con la preparación de la boda de nuestro
hijo, así que , cuando despedimos al último invitado, el día veintinueve, esa misma noche, preparamos deprisa y corriendo las mochilas.
Hicimos un repaso mental de todo lo que habíamos puesto en ella, sin caer en la cuenta de que nos faltaban las esterillas, pieza indispensable para el descanso del peregrino en el caso de no encontrar un colchón. No le dimos mucha importancia porque en teoría, en el Camino de la Plata no sería necesario su uso. Pero el día a día nos demostró su parte negativa y positiva. Nunca llueve a gusto de todos.
Como no estábamos tranquilos decidimos que en la primera población importante que pudiéramos, pararíamos y compraríamos un par de ellas.
Como suele ocurrir, los viajes por carretera, no están exentos de sorpresas.
Fuimos toda la mañana por la Nacional hasta que decidimos entrar en autopista para adelantar unos kilómetros y, nada más entrar en Bujaraloz, se me enciende el piloto del aceite. ¡Ostras! ¿cómo puede ser? si he cambiado el aceite hace 5 mil kilómetros. Para, comprueba el nivel y añade aceite. Y todo esto jugándome una multa por no llevar el chaleco reflectante que la ley exige. Momentos antes, en un puente de la autopista, vimos una concentración de coches de la G.C. me imagino que dividiéndose las zonas y tuve suerte que no decidieran entrar al mismo tiempo que yo por esa entrada, porque se hubieran puesto las botas conmigo. Santi empezaba a portarse.
Paramos en Zaragoza para una revisión del coche, comprar un chaleco y seguimos carretera.
Sobre las dos de la tarde pasábamos por Valladolid y decidimos comer algo y ya de paso aprovecharíamos para comprar las esterillas. ¡Y que mejor sitio para comer y comprarlas que El Corte Inglés!.
En plan comprador de rebajas nos dirigimos corriendo a la sección de camping y montañismo y por fin ya teníamos nuestras deseadas esterillas.
Llegamos a Pinedas sobre las siete de la tarde. Dejamos el coche a buen recaudo para los próximos 20 días en casa de unos amigos. Un café, cervecita y charla rápida (como la visita del médico) y para el albergue de Calzada de Béjar. Pensábamos andar por carretera los 16 Km. que hay hasta el albergue, pero los amigos nos convencieron y nos acercaron en nuestro coche, así que, ese día no nos pudimos estrenar en la Plata.
Cuando
nos dirigíamos hacía Béjar, por la nacional, veíamos los campos de color
oro. El verde sólo se apreciaba en las hojas de los árboles. Hectáreas y
hectáreas de dehesas. Muchos toros o ¿eran vacas?, por el color de la piel y
por la cornamenta parecían toros. No tardaríamos en descubrirlo.
Lo
que restaba de tarde lo dedicamos a pasear por las cuatro casas de Calzada de Béjar.
A charlar con sus vecinos. A oír las rencillas que hay entre el bar y el nuevo
albergue. Se apreciaba amabilidad. Se apreciaba que aquel Camino no se parecía
en nada al Francés, el saludo ¡buen viaje! no me sonaba como el ¡buen camino!
que te dicen por arriba. Creo que la explicación es que no están acostumbrados
a oír que la Vía de la Plata es un camino, de ahí que digan ¡buen viaje!. No
van a decir ¡buena Vía!. Yo, a partir de ahora, lo llamaré Camino de la
Plata, como así reza en la placa de alguna calle “CALLE CAMINO DE LA PLATA”
En
el albergue conocimos a un par de austriacos, Román y Chistrian, hermanos de 25
y 28 años. Habían empezado en Sevilla y ya venían bastante quemados por el
sol. Decían que la Plata hasta Calzada era la regla del 40 por 40. Cuarenta
kilómetros cada día por cuarenta grados de temperatura. Seríamos sus
compañeros durante los días siguientes.
La
primera noche y sin apenas haber quemado calorías, la cena resultó algo
pesada. Costó hacer la digestión y para postre, en la madrugada, el perro que
cuidaba el albergue y que dormía (bueno, pretendía dormir) unos metros mas
allá, en el patio, no paraba de ladrar. Después me partí de risa al enterarme
de que el que no dejaba dormir al perro era yo con mis ronquidos. El jodío,
cada vez que yo roncaba se quejaba con sus ladridos y me despertaba.
A partir de ahora, según decían los paisanos, las temperaturas serían más
suaves. Era cuestión de comprobarlo. Como la jornada no era muy dura, esa
mañana, la salida del albergue fue sobre las ocho. Con la fresca. Antes un
ligero desayuno que nos dejó preparado Manoli, la dueña del albergue, y a
caminar.
Marcaríamos
la hora de salida en función de los kilómetros a recorrer ese día y, salvo un
día que salimos sobre las seis, nunca sería antes de las siete ni mas tarde de
las ocho. Nos gusta salir pronto para no pasar calor y porque siempre hemos
aprovechado las tardes para descansar un poco y pasear por los pueblos y
ciudades que pasas.
Al
contrario de lo que suele pasar en las grandes poblaciones, que te lías y no
encuentras señales, en las pequeñas se hace facilísimo su paso.
Al
poco de salir de Calzada por carretera te introduces en los campos y comienzan
las dehesas. El sol ya empezaba a despuntar y a dar muestras de que ese día,
saldría con todo su esplendor. Durante el día agradecías el que alguna nube
atrevida tapara momentáneamente el furor del astro rey. Poco duraba la
felicidad que te aportaba ese frescor. Me acordaba de aquel paisano que decía
que las temperaturas a partir de ahora serían mas suaves.
El
primer día y ya te estás quejando, me decía. Venga hombre! si esto no ha
hecho mas que empezar. Menudo lo que le espera a Gloria, le comentaba a Lola. En
Sevilla, con 40 grados, con un sol que achicharra. Menos mal que tiene el móvil
y en caso de apuro alguien puede socorrerla. Pero si ella es más dura de lo que
nos imaginamos, decíamos.
Fuimos
pasando por varias poblaciones con la intención de comer algo, pero en casi
todas, o no es costumbre madrugar (casi las once de la mañana), o la noche
anterior estuvieron de fiesta y ya se sabe. Mi vida por un café con leche
decía Lola. Pues yo prefiero una cervecita, aunque no sea hora, pensaba.
Así,
hasta que llegamos a Fuenterroble de Salvatierra, el feudo de Blas, su párroco.
Como en muchas poblaciones, entras por una calle recta y larga y al final de
esta, está el albergue. Antes de entrar no pudimos resistirnos y nos despojamos
de las mochilas para tomamos un par de claritas en el bar que hay antes.
Estábamos
en la labor de calmar la sed y se nos acercó un peregrino indicándonos con el
dedo un cartel que había pegado en la puerta. Comenzó a explicarnos no se qué
de una romería, ¡no entiendo nada oiga!, ¿qué me quiere decir?. Si hombre la
romería a Santiago con carretas. No, nosotros somos espaldas mojadas, vamos a
pie, le dije. Ya metidos en conversación, el peregrino Koldo, un guiputxi
jubilado, se ofreció a acompañarnos al albergue.
Nada
mas llegar preguntamos por Blas, queríamos conocerlo, pero Blas ese día se
había marchado a una boda. No sabían si volvería y si volvía a que hora lo
haría.
Dejó
de hospitaleras a tres sevillanas que habían llegado unos días antes para
preparar el terreno al grueso de romeros que llegarían tres o cuatro días más
tarde. Hasta 200 creo que llegaban. Empecé a entender las explicaciones que
Koldo me había dado en el bar. Cada año, en Fuenterroble se organiza una
romería a Santiago y se concentran allí varios días antes haciendo los
preparativos.
Las
carretas hay que limpiarlas, pulir las partes metálicas, pintarlas, adornarlas
y allí que estaba encomendado un peregrino valenciano, no me acuerdo de su
nombre o si nos lo dijo. Yo le llamaré Vicente. Vicente se le había acabado el
dinero, llevaba dos o tres días en el albergue y estaba necesitado. Su paga de
desempleado no se la ingresaban hasta el 3 o 4 de Agosto.
Blas
siempre da techo al peregrino necesitado, pero éste ha de contribuir en algo.
Quien algo pide, algo le cuesta.
Si
anoche la cena no la digerimos bien, la comida de hoy me parece que nos
provocaría algún problemilla estomacal, decidimos ir a comer al bar El Pesebre
y no fue una decisión muy acertada que digamos.
Momentos
antes de ir a comer, creo que fueron unos momentos, y lo que realmente pasó fue
una hora, nos impresionó la actitud de uno de los austriacos.
Cuando
llegaron al albergue se dieron cuenta de que apenas tenían dinero para comer.
Uno de ellos, Román, soltó su mochila y por carretera se fue corriendo a
Guijuelo a sacar dinero del cajero. Doce kilómetros extras y con el sol como
estaba pegando.
-Pero
Christian, le dije, si os dejamos lo que haga falta y mañana o pasado nos lo
devolvéis, ¿cómo es que se ha ido tu hermano?. -Román es muy deportista, me
respondíó con su voz profunda, y no tiene problemas.
Durante
la siesta, en una de las veces que abrí los ojos, me pareció ver a Blas que
salía de su oficina. Bueno, ya está aquí, pensé, luego charlaremos un rato
con el. Pero no hubo forma, ese día cuando no era una boda por la mañana, era
otra por la tarde. Menudo día tiene el hombre.
-Koldo,
estás seguro que se ha ido a otra boda Blas. -Si, me dijo. -¡No me lo creo!,
pero bueno, otra vez será que podamos conocerlo.
Esta etapa recuerdo que fue muy dura, pues no pasas por población alguna donde, al menos, sentirte un poco cerca de la civilización. Tan solo en sus casi trece kilómetros finales, pisas asfalto.
Me imagino que pensando en el pobre peregrino, han habilitado hace poco tiempo,
un andadero paralelo a la carretera, muy empolvado por cierto, que llega a un
oasis en medio de aquel desierto.
Nos dijeron la noche anterior que antes de llegar al Pico de las Dueñas nos
encontraríamos tres cruces de madera. Llevaba contadas cinco y aún no aparecía
la que parecía más emblemática.
Después de un lento subir, por fin apareció allí en lo alto, una cruz de
hierro forjado, clavada en lo más alto del pico. Allí también estaban
sentados, en lo más alto, los dos hermanos austriacos desafiando al sol y al
fuerte viento.
La subida al Pico de las Dueñas me pareció recordar a la subida después de
Atapuerca. El hambre me hizo recordar una mañana de un mes de Agosto en
Atapuerca. El olor a pan recién sacado del horno se esparcía por el aire,¡lo
olerás, pero no lo tocarás!. Esta vez llevaba mi trozo de pan duro y un
chorizo. Juré entonces que jamás volvería a pasar hambre.
Una vez más, haciendo comparaciones con el Camino Francés, la bajada del Pico
de las Dueñas me recordó a la bajada del Alto del Perdón.
El oasis viene cuando te faltan casi siete kilómetros para llegar a San Pedro
de Rozados.
Se llama Calzadilla de Mendigos, allí sólo hay una finca con toros de lidia
-que allí no están- y, ganado porcino. En la guía no constaba y, los lugareños
de Fuenterrobles no aseguraban que allí dieran o hubiera agua.
Pues sí, allí hay agua y bien fresquita. Quien lo diría. Después de una
pequeña bajada y subida, vimos un inmenso portalón abierto y allá que nos
metimos.
Nuestra reserva de agua eran suficientes para llegar, pero dijimos, ¡vamos a
ser un poco egoístas! y, si llenamos la botella, eso que nos llevamos.
Picamos a un timbre y nos salió la mujer del capataz de la finca.
-Hola, por favor tienen agua fresca para unos peregrinos sedientos.
-Si, pasad. Podéis dejar ahí las mochilas y descansad un poco, ahora vengo.
Al cabo de unos minutos, Encarna se presentó con una garrafa de 5 litros recién
sacada del frigorífico.
Vaciamos la que nos quedaba y la llenamos de aquel agua. Nos bebimos de golpe la
botella de litro y medio y la volvimos a llenar.
Harto me quedé de agua ¡Que buena estaba!
Encarna sabe lo duro que es aquello y por eso pone las garrafas de agua a
refrescar, siempre llegan peregrinos y me piden agua. Hace pocos días pasaron
unos cuantos franceses, dijo
Reiniciábamos la marcha cuando vimos aparecer a nuestros compañeros de
calores.
-¡Pasad y bebed!
-¡No gracias!
-Venga, que es agua fresca y está muy buena. Ésta no le hará daño a tu
hermano Román.
-Que quieres decir, me preguntó Christian.
-¡Si hombre!, tu hermano, hace un par de días, me hizo un gesto restregándose
el estomago y pensé que tendría problemas con el agua.
No entendió muy bien lo que le dije al principio, pero después de unos
segundos, dijo.
-¿¡Que tú has oído los pedos de mi hermano!?
-Ahora que lo dices, ¡oírlos lo que es oírlos, no!, pero olerlos, ¿qué
quieres que te diga?, ¡ahí, tu hermano, es todo un campeón!.
Ese agua bendita nos dio ánimos para llegar a San Pedro de Rozados, meta por
ese día.
En la guía dice que el albergue está en las antiguas escuelas,. Que había que
preguntar en el bar Moreno y que allí daban las llaves.
Mari Carmen, la dueña del bar nos dio las llaves, pero nos recomendó que no
nos paráramos allí, pues estaban un poco impresentables. Efectivamente,
pudimos comprobar que su estado es deprimente.
San Pedro de Rozados no se merece esa imagen.
Limpiamos y barrimos el aula para que otros no se llevaran una mala impresión.
Es triste saber que alguien echa la culpa del mal estado del “albergue” a
los peregrinos. Yo, no me lo creo.
Decidimos comer en San Pedro, darnos un bañito y dormir una siesta en la
piscina municipal y marchamos hacia Morille.
Morille está prácticamente a una hora de San Pedro. Después de la tarde
recuperadora, el paseo hasta llegar a ella no se hace pesado.
¡Por favor! ¿dónde está el albergue?, le preguntamos a un par de jubilados
que estaban sentados al lado de una fuente.
-¡Ahí enfrente está!
Ahí enfrente, está el pequeño albergue de Morille. Pequeño….. tan pequeño,
que mas de cinco no cabemos. Pero muy limpio y acogedor. Mari Cruz, es su
hospitalera, y da cenas por encargo en el bar de enfrente.
Todo está enfrente.
En la madrugada, oí caer algunas gotas….. pero todo fue una ilusión.
Salamanca es una ciudad de la que guardamos un grato recuerdo desde la última y
única vez que la visitamos, pero cuán diferente es ganársela caminando.
La salida de Morille es a través de concentraciones parcelarias. Atrás quedan
las dehesas, aunque no se perderán todavía de vista.
Caminos rectos con ondulaciones casi infinitos. Ahora aparecen, ahora
desaparecen; las torres de la catedral de Salmantice empiezan a divisarse a lo
lejos. Una ligera bruma impide que se aprecien mejor, pero ya se intuyen.
Una población a quinientos metros desviándose, Miranda de Azán.
Es sabido que hacer unos cientos de metros extras, al peregrino le supone un
esfuerzo, y no está el Camino como para regalos. Pero, vamos a ver si tenemos
suerte y podemos tomarnos algo. Imposible todo cerrado. Lo mejor es que siempre
encuentras un banco sea de madera o piedra donde extender tu imaginario mantel y
darle cuenta a los manjares que llevas en la despensa. Que bien me sabe.
El chucho callejero se acerca siguiendo un olor extraño y agradable a la vez,
¡lo tienes muy difícil!, sólo te puedo ofrecer este pellejo, le digo al
enjuto animal. Hoy he tomado solo un zumo Pascual, esperaba encontrar algo
abierto, las tripas empiezan a runrunear y no estoy para compartir nada en estos
momentos. Decepcionado, se relame y se va callejeando.
La llegada a Salamanca es un poco confusa. Pierdes la pista de las flechas un
poco antes de entrar, por una urbanización que están construyendo, teniendo
que dar un pequeño rodeo sin mayor importancia, el referente está ahí, las
torres de la catedral.
Entrar en Salamanca por su puente romano cruzando el río Tormes me hizo
sentirme transportado en el pasado. Cuánta historia acumulada en aquellas
piedras.
Leí en alguna guía que la hospitalidad al peregrino en las grandes ciudades
del Camino estaba en retroceso y, he de decir que, en Salamanca, empieza a
cambiar ese concepto. El ayuntamiento ha dispuesto al lado de los jardines de
Calixto y Melibea un magnifico albergue. Le falta algún servicio, nos comentaba
Raimond, el joven hospitalero alemán, puesto allí por la Orden Ignaciense,
enamorado de las mujeres y costumbres españolas.
Eran las nueve de la noche y no nos hartábamos de pasear por su calles. Una vez
más, nos sentamos enfrente de la Casa de las Conchas. El ojo contando cuántas
conchas habían en la fachada y el oído, inevitablemente, por la proximidad,
puesto a dos metros.
¡Gracias, ahora voy! es lo único que oí, para inmediatamente, preguntarle al
ciclista que acababa de llegar, si estaba buscando alojamiento.
–Sí me dijo, acabo de reservar una habitación en un hotel.
-Pues anula la reserva y vete al albergue de peregrinos.
-¿Cómo?
-¡Si!
-Coge esa calle, y al final, detrás de la catedral…….tienes el nuevo
albergue de peregrinos.
-Gracias!!
Según dice la bulería, la mancha de la mora con otra verde se quita, debe ser
así, porque lo que es con jabón….
La noche estrellada invitaba a estirarse en un banco del jardín de Calixto y
Melibea, cerrado al publico por la noche, pero no para los peregrinos, que desde
el albergue podemos acceder a el y contemplar el firmamento lleno de estrellas.
Millones de ellas ahí arriba. Alzaba los brazos queriéndolas coger. En ese
rato de ensueño, una de ellas se descolgó transformándose rápidamente en
mora madura, impactando en mi pecho y dejando una mancha imborrable. ¡Hay
manchas que dejan buen recuerdo!.
No todos los días se te presenta la posibilidad de mojar en un café con leche
unos churros calentitos. Aunque ya habíamos desayunado algo, no desaprovechamos
la oportunidad que se nos presentaba antes de salir de Salamanca y, en aquella
cafetería que decía “CAFÉ Y CHURROS 1,50 €”, volvimos a desayunar. Esta
vez con lectura de periódico incluida. El Camino se encargaría de quemar las
calorías sobrantes.
Muy bien señalizada con conchas de bronce incrustadas en el suelo, la travesía
por la ciudad se hace fácil, incluso intrigante por averiguar donde estará
colocada la próxima, pero como ya va siendo habitual, en la salida de las
grandes urbes, tienes que tirar de plano / guía para orientarte. La intuición
es tu mejor guía.
Buenos días, les decía a las parejas de jubilados que por el otro arcén de la
nacional volvían hacia Salamanca después de hacer los kilómetros matutinos
prescritos.
Buenos días, nos dijo aquel señor que aceleró su paso para hablar con
nosotros.
-¿Vais a Santiago?
-Si
-Que bien, yo hace cuatro años que quiero hacerlo y me estoy preparando.
-Pues llevas demasiada preparación ¡empieza ya!. Si quieres información acércate
a la Asociación de Salamanca, que tiene que haberla y te dan el empujón.
Los favores se pagan. Llevábamos andados unos cuantos kilómetros cuando de
repente y sigilosamente, se nos presentó el ciclista de la noche anterior.
Aquel que le dijimos que anulara la reserva en el hotel y se fuera al albergue.
-¡Hola!.
-¡Hombre! ¿qué tal?
-Llevo algo vuestro, nos dice.
-¿Cómo? ¡no es posible!, ¿qué es?
-Os habéis dejado en el albergue esta funda de almohada y esta bolsa de aseo.
-¡Gracias hombre! que despiste el nuestro. ¡Buen Camino!.
Al poco de salir de Aldeaseca de Armuña vimos que unos peregrinos que nos
precedían, en una bifurcación perfectamente señalizada y bien visible, habían
tomado el camino de la izquierda. Silbidos, gritos, movimientos de
brazos……todo intento de que se percataran fue infructuoso. El viento soplaba
en contra y en esos momentos no era el mejor conductor de nuestros gritos..
No te preocupes, cuando lleguen a aquella población y vean que no van en la
dirección correcta, preguntaran y rectificaran, le dije a Lola.
Lo mismo les pasó en la siguiente, Castellanos de Villiquera. Salir requería
poner un poco más de atención y aplicar el sentido que uno tiene de la
orientación.
Alguien, involuntariamente, les indicó o no supieron interpretarlo, (me incliné
más por lo segundo) un camino paralelo al señalizado. De nuevo, los veíamos
otra vez que se alejaban, pero esta vez, el viento, sí que transportó hasta
ellos nuestro grito. Aún y así, tuve que cruzar el campo que mediaba entre
nosotros para hacerles ver que ese no era el camino.
-¿Pero no habéis visto las flechas amarillas a la salida de la anterior
población?
-¡No!
-¿No habéis visto cuando llegasteis a la bifurcación, que en una lasca de
piedra, indicaba a la izquierda?
-No.
-Nos han dicho que por aquí se va……
-No, por aquí vais a……y os desviáis del Camino.
Eran una pareja de Peñaranda (Salamanca) que decidieron hacer el Camino desde
la puerta de su casa. Llevaban dos días caminando y no habían visto ninguna
flecha amarilla desde que salieron..
-Lógico, si llegas a Salamanca por esa ruta, ya que no está señalizada con
flechas amarillas, les dije, pero hasta aquí, salvo la salida que es como en
todas las grandes ciudades, habéis pasado unas cuantas de largo.
Una pequeña lección en la siguiente encrucijada de caminos les sirvió para
ver su primera flecha.
-Yo también me pierdo, le dije. Para mi, también es nuevo este Camino y por
eso voy más atento.
Seguimos unos cuantos kilómetros mas con ellos.
Eran la una aproximadamente cuando llegamos a Calzada de Valdunciel. Veníamos
bastante sudorosos y su iglesia parroquial nos aportó el fresco que buscábamos.
Antes de descalzarnos las botas y poner en libertad a sus prisioneros, compramos
algunos víveres en la tienda de enfrente.
Da alegría ver como a las gentes les pica la curiosidad y se acercan a ver
quien eres… y te preguntan…… y enseguida se crean el debate del día, ¿los
peregrinos? ¿de dónde vienes y a dónde vas?
Y más alegría da ver como a aquel viejo solitario, quizás viudo…que tiene
por costumbre hacer siempre el mismo recorrido (casi deambulando…) , se salta
su norma y se va a su casa corriendo a buscar algo para comer, porque se le ha
despertado el hambre al vernos comer.
Ya hemos descansado bastante y es hora de marcharse, ahora nos queda lo más
duro del día. Pronto lo comprobaríamos. La carretera N- 630 será nuestra
compañera casi en su totalidad hasta llegar al Cubo.
El sol aprieta, las reservas de agua se van agotando. Las moscas, a esas horas,
están en plena actividad. Cuando te tumbas debajo de una encina para protegerte
del sol y descansar, aprovechan para incordiarte y picarte ¡odio las moscas
cojoneras!.
Lentamente fuimos caminando por la nacional. Nuestros cuerpos fueron pegados a
ella hasta que encontramos otro oasis. Cada vez veíamos más lejos la cárcel
de Topas a nuestra derecha, pero no pasábamos ninguna cancela y tampoco el paso
canadiense que decía la guía. Posiblemente haya sufrido algún cambio el
Camino desde que se editó la guía.
¿Qué es esto?. Allí en medio se nos aparecía un chalet sin cerca alguna. Con
su césped verde recién cortado y regado y su piscina al fondo. Con unas
estatuas de enanitos repartidas por todo el perímetro. Pero lo más fantástico
de todo…. lo que uno busca en un desierto…..lo que provoca el delirio en el
oasis …un vergel, y éste era ¡una palmera!.
Una palmera bajita que daba sombra en un diámetro de unos veinte metros. El sol
me tenía achicharrado y al ver aquello, mi pensamientos y mis ojos se
dirigieron hacia ella. Pensé que allí debajo descansaría pasase lo que pasase
.o viniese quien viniese.
Mira Lola, dije. Esta oportunidad no se presenta todos los días, así que,
vamos a picar a la puerta y si no sale nadie, nos echamos a descansar un buen
rato.
Cuando llegamos a la puerta del chalet nos impresionó ver un mosaico con la
imagen de la Virgen del Rocío. Llamamos.
Al cabo de un minuto nos abrió una señora que se quedó más sorprendida que
nosotros. Ni ella nos esperaba, ni nosotros esperábamos que hubiera alguien.
-Hola señora, buenas tardes. Perdone que le molestemos. Vamos Camino de
Santiago y al ver este césped tan…. Usted nos puede dejar descansar un rato
en el.
-Si, por Dios. Echaos ahí y descansad lo que queráis.
-¿Queréis una jarra de agua fresquita?
No hizo falta decir palabra, nuestra mirada lo dijo todo.
Allí, en aquel vergel, pasamos una de las mejores tardes del Camino de la
Plata.
-¿Cómo se llama?, le preguntamos cuando marchábamos.
-¡Rocío!
Si es que no podía ser otro. Yo no soy muy rociero, pero aquella mujer, condensó
todas las gotas de su Rocío en una estupenda jarra de agua fresquita.
¡Viva la Virgen del Rocío! ¡Vila la Blanca Paloma!
Llegamos a eso de las siete de la tarde al Cubo de la Tierra del Vino y nos
fuimos directos a su iglesia parroquial. Don Tomás, el párroco, estaba
llamando la atención a los salmantinos novatos que habían colgado la ropa
lavada en la misma verja de entrada a la parroquia.
Las feligresas se escandalizaron cuando vieron aquella profanación y fueron
corriendo a avisar al párroco.
-¡Buenas tardes!. ¿Es usted Don Tomás?
-¡Si! ¿cómo sabéis mi nombre?
-Pues hablan de usted en las guías, por eso lo sabemos.
-Venga pasad a aquella otra habitación que estaréis solos y mejor.
En voz baja para que los otros peregrinos no le oyeran nos dijo que esa noche
estábamos invitados a cenar en su casa. Así que a las nueve en punto nos
presentamos duchaditos y arregladitos en la casa de Don Tomás. Que buenas
estaban las patatas con bacalao, pero el bacalao un poco estirado.
Por la tarde ya nos cayó un buen chaparrón, era un anticipo de los muchos que nos caerían a lo largo de los próximos días.
Dormir arropado con mantas en el mes de Agosto es un placer.
Los truenos y relámpagos en la madrugada reflejaban figuras fantasmagóricas
que querían entrar por la ventana de la habitación. Entre sueños pensaba que
allí era imposible que entraran, ¡estábamos en la casa de Dios!, pero por si
acaso, me tapé hasta las cejas con la manta.
Después de una noche atronadora, la mañana se despertaba fresquita, como me
gustan a mi.
Ese día, por la razón que sea, menos por haber dormido mal, nos levantamos
antes de las siete. La pareja de salmantinos que ya llevaban un rato levantados,
estaban a punto de salir. Sólo les impedía su salida la falta de una linterna
para iluminarse. El perderse el día anterior les enseñó que no hay que
lanzarse a la aventura.
-Lola, que esos dos se vienen con nosotros. No tienen linterna y temen perderse.
-¡Vale! enseguida nos vamos.
Siempre que utilizo la linterna me acuerdo de dos peregrinos. El primero es
Javier de la Fuente, tiene aversión a las linternas ¡los peregrinos salen con
la luz del día!. El segundo, y va de flashes, es Jesús Striu ¡las instantáneas
se llevan en tu recuerdo!. Reconozco que Jesús nos influyó y, en este Camino,
no incluimos cámara alguna ni ningún aparatejo que se le pareciera. No así la
linterna que nos hizo falta para localizar las flechas en los puntos dudosos.
El Camino es un plato que puedes comer (hablando de andar); en frío, en
caliente, o templado. Yo lo prefiero como venga, ¡del día! como se suele decir
y , por eso, en verano (que es cuando viene caliente), prefiero comerlo más
fresquito o templado. Las temperaturas obligan.
A la salida, a unos cien metros más atrás, también nos seguían los dos
austriacos. Llevaban una linterna con la suficiente luz, pero La Sole y nuestra
compañía, les empujó. Siempre nos mantuvimos; cercanos, distantes, amigos,
compañeros….. es igual el orden, ¡pero siempre peregrinos!
Yo, sin ser conocedor de ese Camino, giraba mi cabeza para hacerles señales con
mi frontal en los puntos donde creía que había alguna duda. No fue mucho
tiempo, media hora quizás cuando empezó a clarear el día.
El paisaje empieza a cambiar. Ya nos vamos encontrando inmensos campos del
cultivo de la vid. Perfectas formaciones de vides dispuestas para un mejor
aprovechamiento y recolección. La tierra es buena, la temperatura y humedad es
fundamental para obtener una buena cosecha. Doy fe.
Una población a la izquierda (Cabañas de Sayago) nos hace pensar que estamos
ya en Villanueva de Campeán, pero por la hora que era y la dirección en la que
se encontraba, no era posible.
El estómago empieza a dar señales (meteorismos). Es normal, llevamos casi doce
kilómetros andados sin parar y nuestro organismo está pidiendo alimento. Al
poco aparece Villanueva y también, al poco de llegar desapareció Lola.
Estaba hablando con José María, el salmantino, de aquella estación meteorológica
que la Junta de Castilla y León había instalado en medio de aquellos campos y
no me percaté que Lola , incluso, había adelantado a la mujer de éste. No es
normal que Lola camine sola, ella estará delante o detrás hablando siempre con
alguien, pero no era normal que caminara sola. Entendí que se sentía incomoda.
Villanueva de Campeán es la típica estampa de muchos pueblos del Camino.
Parecen solitarios y apagados, esa es la impresión que dan, pero en su interior
hay vida. Sólo tienes que esperar a que salga.
El abuelo que camina por las afueras nos indica la dirección del único bar que
hay. No es hora, el panadero no aparecerá hasta las doce como mínimo, pero
para nosotros que llevamos tres horas caminando, cualquier cosa nos calmaría.
El pan del día anterior puede resultar exquisito si le intercalas una tortilla
de chorizo recién hecha y, si lo acompañas con un buen vino de la tierra (BAJOZ),
se te pasan todas las tonterías.
Descansamos un buen rato en aquel bar, no había prisa, pero teníamos que
retomar nuestro Camino. La verdad es que nos sentimos muy acogidos allí. Ya,
cuando nos marchábamos, su dueña, nos dijo que pertenecía a la Asociación de
Amigos del Camino en Zamora, que se habían preocupado de pintar y repintar las
flechas desde la provincia de Zamora y que a partir de allí, no tendríamos
problemas para localizarlas, como así fue.
En determinadas épocas del año, la Asociación de Zamora, semana a semana, van
recorriendo el Camino limpiando de maleza y repintando las flechas en aquellos
puntos más dudosos. Desde luego, es una labor digna de mención, se nota que
por aquellas tierras les empieza a preocupar el peregrino, en ambos aspectos
claro…..
Una ampolla empezaba a molestarme. El asfalto del día anterior despertó a las
jodidas ampollitas y, antes de reanudar, al salir del bar, les dije a nuestros
acompañantes salmantinos que nos quedábamos un rato más para “arreglarme
los pies” .
Tengo un método bastante eficaz (para mi lo es) de engañarlas cuando salen en
la planta. Siempre llevo un recorte de bayeta "spontex" en el botiquín
y, cuando amenazan, cubro la parte con un trozo de bayeta fijado con esparadrapo
de hilo sin tejer( o cosa así), resultando una almohadilla.
Naturalmente que este remedio no funciona cuando la ampolla está entre los
dedos de los pies o en el talón y está a punto de reventar. Lo higiénicamente
correcto es curarla según el método que uno tenga aprendido, cubrirla bien y
en dos o tres días, adiós ampolla.
Nuevamente ante nosotros y en la lejanía inmensos campos segados. El sol volvía
de decir “aquí estoy yo”. Las sombras escaseaban. La esterilla que “en
teoría” no nos iba a hacer falta, nos servía de manto para, entre los
zarzales, extenderla y descansar.
Con la vista en el horizonte nos fijábamos los puntos en los que iríamos
parando a descansar, sin importar la distancia ni el tiempo que tardáramos en
llegar, sólo veíamos que allí había una sombra.
El agua, en está etapa (como en otras) no estaba racionada, pero pasó a serlo
en las dos últimas horas. No es una travesía por un desierto, pero requiere un
poco de mesura si “desconoces” lo que te queda por delante.
Llevamos una funda aislante para la botella de agua que nos regaló Héctor y,
en un principio no le vi la utilidad. Pensé que sería un peso más y que
acabaría siendo un incordio, pero me demostró que es todo un invento. Siempre
que había caminado con el, lo había visto con su funda colgada en bandolera.
Es una funda de material aislante (espuma) que mantiene el agua más fresca
durante mas tiempo, hasta el punto de convertirse en un peligro. Peligro porque
a más calor más sed. Tu cuerpo pide agua y como ésta, se mantiene más
fresca, tu mente te traiciona y busca la boca de la botella como un moribundo en
un desierto……
Ya queda poco, ya se divisa Zamora. Su último tramo es bastante desolador.
Nuestros pies están tan cansados que logran convencer a nuestra mente para que
cojamos aquel autobus que posiblemente nos lleve al centro. Teníamos hambre y
aquel “carro de fuego” se nos presentaba como una salvación a “nuestros
males”.
Pero ese autobus inicia su marcha un poco antes de llegar. Parece una conjura,
estos autobuseros, siempre arrancan cuando te ven llegar. Nuestros pies no
responden….. un último esfuerzo y antes de que acabe la rotonda, nos abre la
puerta.
El paseo en autobus hasta llegar al centro sólo sirvió para orientarnos un
poco para el día siguiente, porque el recorrido fue corto.
Nos dejó casi en pleno centro, tuvimos que andar pocos metros para llegar a su
Plaza Mayor.
Eran un poco más de las cuatro, ya no teníamos hambre (a pesar de no haber
comido) y vimos en una esquina un bar abierto.
-Lola, vamos a entrar y nos tomamos algo para matar el gusanillo, ¿te parece?
-Vale.
Unas tapitas; de ensaladilla, empanadillas…… y unas cuantas copas de cerveza
nos hicieron recordar que aún teníamos estómago.
Zamora parecía otra, Zamora se presentaba majestuosa; antigua, desconocida,
virgen a nuestros ojos.
Nuestro primer paso fue dirigirnos a la policía municipal, que se encontraba a
pocos metros, justo enfrente del ayuntamiento, en el lado sur de la Plaza Mayor
y preguntarles por el albergue, pues sabíamos que allí había uno.
Es curioso y un poco asombroso saber que un grupo de personas, que todas ellas
hayan hecho (andando o en bicicleta) en parte el Camino Francés o de la Plata,
que sean conocedoras del tramo Sanabrés y que , sólo una (el jefe), de un
grupo de cinco, no sepan que en los meses de Julio, Agosto y Septiembre, Zamora
da cobijo al peregrino.
Los municipales entraron en discusión cuando les preguntamos por el albergue de
peregrinos.
-¿Cómo? Aquí no hay albergue de peregrinos, dijo el primero.
-Si, dijo el que parecía el jefe.
-¡Como no lo hayan construido ahora¡.
-Si, hay uno….y esto me lo han dicho hace poco. La residencia juvenil Doña
Urraca, cuando se marchan los estudiantes, la pueden utilizar los peregrinos y
gente que tenga carné de alberguista.
El jefe nos dirigió a aquel albergue que el resto de sus compañeros dudaba. No
estaba muy lejos, a unos cinco minutos de la plaza. Efectivamente, con sólo
presentar la credencial de peregrino y, abonar un poco más de nueve euros por
peregre (que todo hay que decirlo), nos dieron una habitación doble; con cuarto
de baño incluido, sábanas limpias y colcha (que hizo falta en la madrugada),
vamos, sólo le faltaba la tele para que fuera un hotel de dos o tres estrellas,
pero ya era demasiado pedir, tampoco hay que pasarse. Se trata de ser austero.
Una buena ducha y una corta siesta nos pusieron enseguida en las calles de esa
Zamora desconocida.
La primera parada, dentro de nuestra procesión zamorana fue advertir a los
municipales incrédulos que cuando llegara algún peregrino preguntando por el
albergue, le dijeran que en la Residencia Doña Urraca, lo había.
Mas tarde, paseando por la ciudad, nos encontramos a los salmantinos que habían
llegado antes y nos dijeron que los municipales les habían mandado a una pensión.
También más tarde, cuando estábamos sentados en un banco contemplando el
vuelo de las primeras cigüeñas, con descaro, le preguntamos a aquel peregrino
solitario, si sabía donde estaba el
albergue, a este, ya se lo habían indicado.
Como Zamora no se tomó en un día, esa noche preferimos pasear poco por ella y
dejarnos el plato fuerte para el día siguiente.
Un día y medio nos hizo falta para “casi” conocerla o, al menos, empaparnos
de su esencia. Nos influyó el comentario que nuestra amiga y peregrina Tere,
nos hizo en la Semana Santa anterior. Llegó andando desde Salamanca, quería
seguir mas allá de Zamora, pero su Semana Santa (que nunca había visto), su
románico…, la
cautivaron. Allí acabo su procesión.
Zamora no se ve en un día, por eso necesitamos uno y medio para visitarla. No
voy a comentar todo lo que en ella vimos porque no somos expertos, sólo decir
que tiene ganada la fama de ser “La Joya del Románico”. Hay que visitarla.
Demasiado habíamos descansado, dos noches durmiendo entre sábanas no es bueno
para el peregrino, ya echábamos en falta nuestro saco momia.
Un desayuno a la salida de Zamora y nos pusimos de nuevo en nuestro Camino. Como
ya va siendo habitual, las obras en la carretera, provocan un problema de
orientación. Desde luego que son necesarias y bien recibidas, no se discute,
pero…….En el Ministerio de Fomento deberían saber que aquellos botes de
pintura amarilla que dejaron abandonados en O’Cebreiro, allá por el año (no
me acuerdo), sirvieron para que Elías Valiña marcara con una flecha el Camino
hacia Santiago de Compostela y, este hecho deberían fomentarlo entre los
empleados de las compañías que construyen.
Paradojas del Camino, El Cubo de la Tierra del Vino y no tiene ninguna vid en
sus campos (en otros tiempos si). Entramos en la comarca del pan y en Roales del
Pan, no encontramos pan. “Las fiestas de Agosto tienen la culpa”, allá por
donde pasamos todo está en calma, las únicas almas despiertas, aparte de
nosotros y eso que son más de las nueve de la mañana, somos nosotros; los
cuatro gatos callejeros y la brigada municipal que limpia los restos del
jolgorio nocturno.
Seguimos nuestro rápido peregrinar hasta que llegamos a Montamarta donde
pudimos parar a comer un bocadillo y repostar agua.
Ese día fue un día aciago. Primero la salida, casi siete kilómetros sin ver
una señal, en segundo lugar no fue un acierto parar en aquel bar, el jamón
estaba más muerto que el dedo pequeño de mi pie derecho, (y eso que ya no
llevo uña), pero le da por ponerse así y, para rematar, unos ciclistas nos
describieron un paraíso en el embalse de Ricobayo y casi no pudimos ni
sentarnos en la orilla del río Esla.
El sol volvía a apretar con toda su fuerza, parecíamos dos personajes
escapados de una película cruzando el desierto. Las flechas por el embalse no sé
si por que están cambiadas o porque nosotros no pusimos mucha atención, pero
te dan la sensación de dar un rodeo inútil.
Descansamos en la orilla del río en la única sombra que había, una inmensa
mole de piedra al pie de lo que llaman Zamora la Vieja, El Castillo de
Castrotorafe, una fortaleza en ruinas en otros tiempos un enclave estratégico
importante, hasta que se cayó el puente sobre el río Esla, ahí empezó su
declive..
Tuvimos casi que escalarla por una abertura en la muralla y salir a lo que fue
su plaza de armas porque unos pescadores nos aconsejaron que no siguiéramos por
el lado del río, por allí no había salida y retroceder era una perdida de
tiempo, así que, cogimos por el camino de en medio.
Lamentablemente su estado es ruinoso y se agudiza más al ver que la hierba seca
y matorrales amarilleados por el sol, las cubren totalmente.
Inevitablemente tuvimos que volver a la N-630 y andar por ella unos dos o tres
kilómetros hasta que llegamos a un bar que hay en la misma carretera un poco
antes de Fontanillas de Castro. Otra especie de oasis, allí decidimos parar a
descansar. Lo primero la clarita de rigor para saciar la sed y con los pinchos
de tortilla de patatas, nos dimos por satisfechos.
Eran las tres de la tarde y buscando un lugar por Fontanillas para echar la
siesta y no se veía ni un alma por las calles. Al girar una esquina vemos a una
señora que barre la puerta.
-Seño…..
No pude decir más palabra, así que nos vio, se metió para su casa corriendo
como si hubiera visto al mismo demonio. Nos miramos el uno a otro por si había
algo raro y no….. Debió pensar que éramos mendigos y que le íbamos a pedir
para un bocadillo. No sabía la tonta que veníamos saciados y que sólo queríamos
preguntarle dónde estaba la iglesia. Éstas siempre dan buena sombra.
Un anciano, a la salida nos dijo que un poco más allá, fuera del camino había
una zona de arboleda donde podíamos echarnos a dormir un rato, era el lugar
donde los del pueblo celebran sus meriendas, pero estaba cerrado, una tapia lo
cercaba todo y una verja con un candado impedía su paso.
Aquella encina tenía todos los números, ¿¡por qué buscamos más allá
cuando tenemos esta sombra tan estupenda!?. La esterilla, una vez más, la
utilizamos para extenderla sobre la hierba y ramas secas, evitando que se nos
clavaran en la espalda. Más de una hora estuvimos allí debajo.
-Venga que sólo nos quedan algo más de cuatro kilómetros.
-Mira Lola, si parecen salidos de la vuelta ciclista
Un grupo de ciclistas en fila, todos ellos uniformados con su maillot de color
naranja, nos adelantaban por la izquierda. Cinco eran cinco…… y luego
aparecieron siete.
-¡Verás como estos ocupan todo el albergue!
-¡No!
Al entrar en Riego del Camino nos dirigimos al primer sitio donde pudimos
preguntar por la ubicación del albergue y éste, como no, fue el bar Pepe. La
regenta o la sargento casi exigía que te apuntaras a la cena.
-Ya vendremos luego señora, le dije
-Pero, ¿dónde está el albergue?
-Seguid por esa calle y veréis el teleclub
Yo buscaba un cartel que pusiera “teleclub” y no veíamos nada hasta que oímos
unos golpes en el cristal de una ventana y vimos a un paisano indicándonos que
era allí. El teleclub es utilizado para todo tipo de eventos.
Roser y Ramón Falcó nos habían aconsejado que no pernoctáramos allí pues
tuvieron poca o ninguna acogida el año pasado. Pero ahora las cosas han
cambiado, Dorita, la alcaldesa de Riego, lleva personalmente el albergue. Han
puesto en la parte superior del hogar del jubilado “el teleclub” cuatro
literas y alguna que otra colchoneta por si se llenan estas. También dispone de
una ducha muy cutre, pero es suficiente.
Que casualidad, ese día la vuelta ciclista acabó allí la etapa y los cinco
ciclistas más el director de equipo y de carrera con su furgoneta de apoyo
también se alojaron en el albergue.
También estaban Román, Chrístian y Migel, un alemán que me había olvidado
que también estaba en el Camino.
Sin animo de liar escándalo, en voz baja y cuando estaba sola Dorita le dije
que el peregrino que viene a pie tiene preferencia.
Pero no hay mal que por bien no venga, Dorita con toda su buena voluntad nos
acondicionó en un local anexo que utilizan como biblioteca y salón de
gimnasia. Realmente me alegré de no tener cama en el altillo del teleclub,
arriba hacía bastante calor y abajo se estaba la mar de fresquito, sólo un
inconveniente, se había fundido el cableado eléctrico.
En la tienda de al lado compramos varias cosas para la cena y desayuno del día
siguiente. En la biblioteca /gimnasio cenamos románticamente a la luz de una
vela.
La decisión ya estaba tomada desde que iniciamos el Camino de la Plata en
Calzada de Bejar que iríamos por el Camino Sanabrés o de Fonseca.
Llegamos pronto a Granja de Moreruela, punto donde se divide y tienes la opción
de continuar hasta Astorga y allí enlazar con el Camino Francés.
No me acordé de llenar la botellas de agua en Riego y ante nosotros teníamos
casi diecinueve kilómetros sin nada de por medio hasta Faramontanos de Tábara
y, encima no había nada abierto. Pero Santi siempre provee, una manguera
conectada a la red que manaba agua en unos jardines del centro del pueblo nos
proporcionó la necesaria.
Hasta ahora íbamos en dirección norte, a partir de Granja sería noroeste. El
sol empezaba a darnos de pleno en el cogote y piernas.
Atrás quedaba el río Esla al cruzarlo por el Puente Quintos y ya nos
encontramos con la primera muestra de subida. Las llanuras de la meseta se iban
intercalando con el monte, aunque no desaparecerían todavía.
Faramontanos no llegaba nunca, los numerosos cambios de rumbo también nos hacían
cambiar de estado de ánimo, pues veías que se aproximaba una población y de
repente venía un giro a la izquierda para dar otro giro a la derecha más tarde
y desaparecer.
Esta vez si que notaba la garganta seca, pero no debíamos abusar del agua.
Pasamos cerca de una casa en construcción en medio de aquellas viñas y como no
vimos a nadie trabajando, aprovechamos para refrescarnos con el agua de la
cisterna que tenían para la obra. Poco después llegábamos a Faramontanos
sedientos y sudorosos y nos metimos en el primer bar que vimos (no sé si habían
más) y como es norma, no se perdona la clarita de cerveza. Hasta dos seguidas
cayeron ese día.
En el bar tienda sentados en una mesa, nos tiramos un buen rato charlando con la
dueña. ¿Quién no tiene un familiar en Barcelona?. Nos habló de sus nietos,
de cuando ella estuvo, de un montón de cosas….
Mi estomago ya se había estabilizado y me pedía comida.
-Señora, ¿qué tenemos para comer? No suelen dar comidas, pero….
-Pues, que os parece un buen filete de ternera y una ensalada.
-¡Perfecto!.
-¿Y para beber? .
-¿Tiene vino de la tierra? por ejemplo Bajoz.
-¡Si!.
-¡Pues no se hable más!.
-Esperad a que venga mi hija y enseguida os lo hace.
Los austriacos y el alemán llegaron cuando nos estábamos zampando aquel
suculento menú y no tardaron mucho en copiarnos. Creo que se les despertaban
los jugos gástricos en cuanto nos veían comer. Las ensaladas eran su plato
preferido.
La siesta en el pórtico de la iglesia fue excepcional, el canto gregoriano nos
la deleitó.
Extendimos las esterillas y con la mochila de almohada nos medio dormimos. En
medio de la plaza oíamos murmullar a unas señoras.
-¡Son peregrinos!, decía una de ellas.
-Podrían irse a dormir al albergue, decía otra. Así me enteré que tienen albergue.
-Psssss, les decía el párroco en voz baja.
Abrieron con cuidado la puerta de la iglesia para no molestarnos y un grupo de
diez mujeres dirigidas por el párroco estuvieron ensayando cánticos en el
interior.
-Gracias, les dije al marcharnos. Jamás había tenido una siesta tan amenizada.
Los incendios en verano son devastadores. En los montes cercanos, uno más,
arrasaba hectáreas. La lluvia, gracias a Dios, al día siguiente apagaría ese
fuego devorador.
Dos horas más tarde llegábamos a Tábara. El albergue estaba situado en el
confín del pueblo, de modo que, volver al centro con lo cansados que llegamos
no era una idea que se nos pasara por la cabeza de momento.
Una vez hecha la colada, duchados y descansados, el planteamiento era diferente.
El paseo por sus calles tranquilas cuando ya cae la tarde y sentarse en una
terraza y ver pasar a sus paisanos te da la sensación de haber vivido siempre
allí.
Como allí no hay restaurantes, nada más que bares, la cena fue a base de tapas
y vinitos. Hay que adaptarse a lo que ofrecen.
Las nubes como telón de fondo de aquel cielo rojizo al anochecer presagiaban
lluvia.
El día amaneció muy nublado, perfecto para caminar. El bautismo con el agua no
llegaría hasta la tarde / noche.
Se debe hacer caso de los consejos que a veces te dan los del lugar. Unos jóvenes,
la noche anterior, nos dijeron que para ahorrarnos casi tres kilómetros , en
lugar de volver por donde entramos ayer para retomar el camino, saliéramos a
una carretera que está un poco más arriba del albergue, que la cogiéramos a
la derecha y a unos quinientos metros nos cruzaríamos con el Camino.
Efectivamente es así, pero no les hicimos caso.
Casi sin darnos cuenta nos plantamos en Bercianos de Valverde, catorce kilómetros
andados con la fresquita, todo un placer.
Bercianos si que parecía un pueblo desolado. Los restos de la fiesta nocturna
estaban esparcidos por toda su Plaza Mayor. Difícil desayunar algo aquí, pero
les voy a preguntar a aquellas señoras que barrían la plaza.
-Buenos días señoras, ¿hay algo abierto para desayunar?
-¡Huy!, la gente se ha acostado hace muy poco y es difícil, pero…..
-¡María!, acompaña a estos peregrinos a casa de la Guillermina.
María nos llevó por unas calles hasta la puerta del bar, se metió por un
portalón anexo a un patio y al instante se abrió la puerta del bar. Salió
Guillermina, una abuela alegre y dicharachera. Nos preparó un café con leche
de puchero y nos dio una par de magdalenas que sacó del bolsillo del delantal,
era lo único que le quedaba, la noche anterior lo habían arrasado todo, nos
dijo.
-¿De dónde sois?
-¡De Barcelona!
-¡Ah si! yo tengo familia allí. Mis hijos me llevaron al campo del Barça
cuando jugaba Maradona. ¡Yo soy culé!.
-Pues lo tiene difícil, parece que aquí todos son del Madrid; el escudo
enmarcado, la hoja del periódico de la última copa ganada, una foto firmada
por Raúl y una bufanda resaltaban en la pared. Menudo santuario.
-Calla, calla….. no puedo ni abrir la boca. Pero yo me río de ellos. Hace
unos días llamé a mi nieto Oscar que vive en Madrid para preguntarle cómo había
acabado la temporada y no quiso ponerse al teléfono, jejejejeje.
-La temporada que viene le mandaremos una bufanda del Barça, ya verá.
Con un par de besos nos despedimos de ella. El camino lo retomábamos con otro
talante después de ese café con leche.
Santa Croya de Tera estaba a poco más de una hora y como el día acompañaba,
la llegada fue como un paseo. Otra paradita a tomarnos un refresco y hacer un
poco de tiempo. La etapa de hoy era más bien corta e intentábamos alargarla lo
máximo.
Quisimos visitar el albergue / casa rural que Anita y su marido tienen, pero
estaba cerrado, habían ido a comerse un arroz con los romeros que partieron con
las carretas de Fuenterrobles de Salvatierra.
Nuestra idea era llegar a Santa Marta de Tera, que está prácticamente a la
salida de Santa Croya para contemplar la estatua del Santiago Peregrino que hay
en su iglesia. Curiosamente esta iglesia, de construcción románica, es la más
antigua de la provincia de Zamora.
Manuela, una vecina de Santa Marta, se encarga de la sacristía. Nos enseño y
dio explicaciones de todo su interior y, cuando la lluvia dejó de ”hacer
frailes” (llaman frailes a las burbujas que forman las gotas de agua cuando
caen en los charcos), nos enseño la estatua del Santiago Peregrino.
Don Julián Acedo, el párroco , llegó en plena conversación y se nos unió.
Lleva allí más de ocho años , nos explicaba Manuela. Decía que cuando llegó
estaba peor que el que se había marchado. Este hombre se nos muere aquí, decía,
pero con sus cuidados….¡Mira que cara tiene ahora!
Tuvimos el privilegio de estrenar el nuevo sello del albergue con la figura del
Santiago Peregrino, pero con cierta objeción por parte de Don Julián, ya que
pone Vía de la Plata y por allí no pasa….., aquello es el Camino Sanabrés.
Ordenó que lo rehicieran y quitaran aquello que no era cierto. Por si acaso, le
dije que me pusiera también el antiguo, un sello muy desgastado que encierra
cinco cruces que no supo decirme su significado.
Para cenar Manuela nos aconsejó que preguntáramos en el bar de enfrente por
José Manuel, el dueño de un restaurante en Camarzana de Tera, pues tiene la
costumbre de llevar y traer en su coche a los peregrinos que duermen en Santa
Marta. Casualmente estaba allí acabando la partida de cartas que todos los
domingos por la tarde suele jugar. Buena y barata cena.
En Santa Marta, a pesar de haber dos bares, es difícil que te hagan un
bocadillo.
Se nos apuntó un ciclista que había llegado por la tarde empapado hasta las
cejas. Un joven murciano que venía deseoso de encontrarse con alguien, llevaba
cuatro o cinco días hablando con Doña Soledad.
Santa Marta de Tera se preocupa de los peregrinos, pues han dotado al albergue
de colchones nuevos.
La noche fue un poco movida. Hay venados que sólo disfrutan haciendo daño. El
día anterior, en Tábara nos dijeron que unos salvajes, de madrugada lanzaron
piedras contra el albergue, rompiendo algún cristal. Afortunadamente nadie salió
dañado, pero por prevención, esa noche cerramos las ventanas. Esa, tampoco
estuvo exenta de sobresaltos, unos juerguistas nocturnos nos despertaron a eso
de las cuatro de la madrugada con los gritos que lanzaban a través de la
ventana. Ya no pude pegar ojo, estaba totalmente desvelado y nervioso y encima
se me acabaron las pilas de la pequeña radio que todas las noche se acuesta
conmigo y no pude ni escucharla. Tengo un oído muy fino y cualquier ruido me
desvela.
Cuando ya aclaraba el día nos pusimos en marcha. Claros, nubes amenazantes y
algún chubasco, nos acompañaron todo el día.. Al principio de mi relato decía
que “nunca llueve a gusto de todos” y se confirma. Llevo una funda bastante
amplia para cubrir la mochila en caso de lluvia, pero con la esterilla
enganchada encima de la mochila, ésta no la cubre toda, de modo que me entraba
agua por alguna costura y me mojaba la ropa. La esterilla, por una parte iba
bien para echarse a descansar en cualquier sitio, pero por otra, era un
incordio.
Llevábamos unos cinco kilómetros andados cuando se puso a nuestra altura el
ciclista que durmió en el albergue. Su pedalear lo adaptó a nuestro caminar y
así nos acompañó durante dos o tres kilómetros, realmente me confirmaba que
había pedaleado solo los días anteriores, tenía ganas de hablar. Un poco
antes de cruzar el puente sobre el río Tera se despidió de nosotros.
Son las diez y veinte, faltan diez minutos según dice el cartelito para que
abran la tienda de alimentación en Calzadilla de Tera. Pero pasa el tiempo y
aquí no abre nadie.
-Lola saquemos lo que tengamos en la mochila y almorcemos, estos no abren.
El bar Pedro, famoso por su atención al peregrino también estaba cerrado.
Realmente la gente empieza a funcionar a unas horas que no estamos
acostumbrados, ¿para qué lo van a hacer antes?.
Parada en Olleros de Tera para comprar un antiinflamatorio. No sé qué bichos
nos habían picado al cruzar por algún bosque, que nos provocaron unos
hinchazones como garbanzos en piernas y posaderas, es curioso, pero habían
traspasado hasta el pantalón. Menudos bicharracos......., me habían puesto el
culo como un coladero.
Llegar y bordear el embalse de Nuestra Señora. de Agavanzal en un día nublado
y ventoso como aquel, te empujaba obligatoriamente a la reflexión. Las olas
rompían en la orilla de un mar que sólo existía en nuestra imaginación.
Absortos, llegamos a Villar de Farfón, donde hicimos una paradita para tomarnos
un refresco y descansar en el hogar del jubilado -atendido por falta de éstos-
por dos niñas que estaban de vacaciones en aquella pequeña población. Poca
diversión hay por allí y pocos amigos de la misma edad para jugar.
El nombre de Rionegro del Puente lo tiene bien ganado por el color de sus aguas,
realmente lo parecen, pero es debido al fondo y color de sus piedras.
Al lado del Santuario de Nuestra Señora de la Carballeda, sede de una de las
cofradías más antiguas de España, hicimos parada para meditar sobre nuestro
futuro inmediato, que por la hora que era, no era otro que comer,.
Consultado a la primera persona que pasaba por allí y aconsejados por ésta,
nos dirigimos hacia el bar Palacio al otro lado de la carretera. Buen consejo y
mejor plato de lentejas. Verdaderamente, si hay predisposición, qué fácil es
convencer a un peregrino cuando éste tiene hambre y con qué poco se conforma.
Manuela, antiguamente regentaba el bar. Treinta y cinco años estuvo atendiéndolo.
Recuerda que daba comidas y cama a algún que otro peregrino, ahora lo lleva su
yerno e hija y ella se dedica al cuidado de sus nietos. Ese día, había hecho
lentejas y sabía que a su nieto no le gustan mucho. Se nos hizo la boca agua
cuando le preguntamos si daban de comer y ésta nos ofreció un plato. El plato
que su nieto despreció. Que tonto fue, con lo buenas que son y estaban. ¡O las
tomas o las dejas!, nosotros nos las tomamos.
La tarde transcurrió placenteramente por caminos paralelos a la N-525 y la
nueva autovía A-52, compañera inseparable a partir de ahora, durante muchos
kilómetros.
Sobre las siete de la tarde entrábamos en Mombuey. Bastante antes habíamos
hecho una parada para tomar café en un bar que está a pie de la carretera que
va a Santa Eulalia.
Christian y Román nos adelantaron mientras preguntábamos en el hostal por el
albergue.
Confieso que jamás había visto y menos que me tocara vivirla, una situación
tan dantesca.
La puerta del albergue, al ser de madera, por el efecto de la humedad se había
hinchado un poco. El fuerte empujón que le tuve que dar para abrirla sobresaltó
a los que estaban dentro. Con una mirada rápida conté que habían cinco camas;
Christian y Román ocupaban dos. El panorama que se advertía era digno de película,
Román estaba encima de una en calzoncillos, unos calzoncillos que le venían un
poco holgados y dejaban escapar sus vergüenzas. El día anterior habían
dormido en el albergue de Anita, en Santa Croya. Los dueños del albergue tienen
por costumbre enseñar la bodega al peregrino que allí pernocta. Román, ese día,
prefirió llenar de vino la botella del agua. El resultado era evidente. Tampoco
me extraño cuando dijeron que se habían perdido por la mañana.
Y siguiendo con el vistazo rápido quedaban tres camas…… Dos de ellas las
ocupaban dos ciclistas gorditos y habían ocupado las más anchas, quedando sólo
una de noventa centímetros y…… éramos dos . Me quedé un rato callado para
ver si alguno reaccionaba, pero no….., tuve que decirle a uno de ellos que si
no le importaba irse a la de noventa y dejarnos a Lola y a mi la grande, ¡que
raro!, una cama de matrimonio en un albergue.
Yo no sé el tiempo que estuvo allí metido el ciclista culí gordo, sólo sé
que dejó como una especie de cráter en el centro del colchón del que salía
un calorcillo……
Para más inri, se habían duchado y acabaron con todo el agua caliente del
termo.
Bicicletas por medio; culotes, maillots, toallas de playa, una lona de manta,
los radiadores a tope secando ropa……y hasta un despertador de los de antes.
Menudo paisaje.
-¡Chaval! ¿ pero dónde vas con un despertador?.
-¡Es por si nos dormimos!
_¿Y todos los días le das cuerda?
Mombuey, a pesar de ser una población pequeña, por el hecho de cruzarla la
Nacional 525 y pasar cerca la autovía, tiene más servicios. Es un alto en el
Camino para el peregrino o un punto de transito para el que vuelve de vacaciones
a su tierra.
Puebla de Sanabria nos espera mañana.
Como en el albergue no había espacio para desayunar, con mucho cuidado cogimos
nuestras mochilas y nos salimos a la calle. Los dos hermanos también empezaban
a desperezarse. Los ciclistas gorditos -que también eran hermanos-, habían
puesto el despertador a las nueve ¡déjalos dormir….pobres angelitos!.
En el pórtico de la iglesia de la Asunción, desayunamos un poco de fruta, lo
justo para llegar allá hasta donde nuestro estómago aguante. Su torre indica
que fue construida para defensa…..Defensa que al parecer desempeñaron los
templarios. Destaca un saliente con una cabeza de toro, que bien pudiera dar
origen al nombre de esta población.
Al poco de salir empezó a llover, pero ya empezábamos a habituarnos a la
lluvia. Días atrás echábamos de menos un remojón y ahora estábamos pasados
por agua. Así estuvo casi todo el día. Lo malo de la salida de Mombuey es que
el Camino va siguiendo obligatoriamente el arcén izquierdo de la nacional
durante casi dos kilómetros, haciéndose más pesados con la lluvia y con
circulación de coches y camiones de frente.
La nueva autovía A-52 sería nuestra compañera hasta A Gudiña, el zigzagueo,
las subidas y bajadas serían continuos en los próximos días.
En las poblaciones de Valdemerilla; Cernadilla, San Salvador de Palazuelo y
Entrepeñas no hay ningún servicio al peregrino hasta que llegas a Asturianos.
En un bar que encuentras a la derecha de cuyo nombre no quiero ni mencionar, te
pueden dar de comer algo, pero no esperes amabilidad alguna. Parecía que
nuestra presencia le era molesta, al camarero no le hicimos hablar por mucho que
lo intentamos un paisano y yo. Pero una cosa no tiene ver que con la otra,
realmente la empanada de carne y la cervecita estaban buenas. Los austriacos y
el alemán, una vez más se habían contagiado y allí que se enzarzaron con
unos bocadillos..
El mundo es un pañuelo, no viene a cuento, pero no podía callármelo. Estábamos
mirando la previsión del tiempo en la TV1 cuando apareció ante mis narices el
infausto personaje que me había rondado por la cabeza durante esa mañana. Sabía
que era de la zona y que veraneaba en Agosto por allí y ¡que casualidad!.
Ante mis ojos estaba aquel usurero que me quiso estafar cobrándome de más en
el alquiler de un parking. Habían pasado ocho años y allí estaba…No sé si
llegó a reconocerme, ahora podía pagarle con la misma moneda y romperle los
limpias de su coche como me hizo el. Sería una jugada perfecta…..o , tal vez,
con la punta del bordón que me arregló Héctor podía romperle un
cristal…… esa punta parecía perfecta para dar un golpe seco y…. Pero
no…… yo no soy así, me dejé llevar por los malos pensamientos.
-¡Holaaaaaaa! buenos días, le dije a aquel vecino que parecía esperar
impaciente a alguien en un puente que cruzaba la autovía.
-¿Han visto un tractor por el camino?, nos preguntó.
-¡No!
-¡Pues vaya! he quedado aquí hace una hora y no se presenta.
-Pero, ¿para qué?
-El ayuntamiento y el pueblo de Remesal, nos dice, reciben una subvención si a
cambio mantenemos limpio el Camino.
-Veis esos matorrales que parecen escobas, pues esos, crecen mucho por aquí de
tal forma que tapan el camino y hay que cortarlos muy a menudo `para que no se
despisten los peregrinos. Desde luego, allí los fabricantes de escobas lo
tienen muy negro, la naturaleza provee de todas las escobas que hagan falta.
-Eso está muy bien. Tranquilo que a lo mejor estará esperando a que se abra el
día, le dije.
-Difícil lo veo.
-¡Buen viaje!
Es cierto lo que comentaba la dueña del bar de Villanueva de Campean, en Zamora
se preocupan por el Camino, las flechas no escasean.
Habíamos almorzado un poco tarde y no teníamos ni pizca de hambre cuando
llegamos a Triufé. Solo nos limitamos a descansar y tomarnos unas cervecitas y
unos cafés en el bar restaurante que hay a pie de carretera.
A las cuatro de la tarde llegábamos a Puebla de Sanabria bajo una fuerte
tormenta. Todo el día estuvo lloviendo a intervalos, pero al llegar descargó
con mas fuerza. Los pies se nos mojaron de forma que oíamos el chup chup en el
interior de las botas. De nada servía el Goretex. ni las botas más
sofisticadas, por las piernas escurría el agua y empapaba los calcetines. Para
colmo el chubasquero sólo me cubría un poco más abajo de la cintura y el agua
empezaba a mojarme los ……jamás me los había pasado tanto por agua.
Como colofón de la jornada, para llegar a la Plaza Mayor –el lugar más
alto-, donde se encuentra el albergue, hay que subir unas empinadas escaleras en
zigzag, que en número de doscientas aproximadamente, parten desde el mismo río
Tera, nada más cruzar el puente. También se puede llegar continuando un poco a
la izquierda, siguiendo por carretera, pero no nos libraremos de una corta pero
fuerte subida hasta la plaza.
El ayuntamiento ha habilitado en un par de salas en la parte de abajo dos
literas y unos cuantos colchones. Nos tocó colchón en el suelo. Sólo cometen
un fallo y es que por la noche los de la Oficina de Turismo, que está un poco más
abajo y que se encargan del albergue, cierran la llave de paso del agua -no la
pudimos localizar- y no puedes ni lavarte la cara por la mañana…..
Merece la pena llegar a Puebla de Sanabria y pasear por su calles, te sientes
transportado al medievo. Está declarada Conjunto Histórico Artístico.
Un desayuno sentados en la banqueta de madera del ayuntamiento a base de
magdalenas la Bella Easo acompañadas de un zumo Pascual –el mío tropical-
nos puso de nuevo bajo la lluvia.
Las botas, que se habían estado secando toda la noche en un radiador que unos
ciclistas espabilados no habían compartido, en un cuarto de hora, ya estaban
nuevamente mojadas.
Un buen almuerzo en Requejo, en el bar / tienda que hay al lado del ayuntamiento
nos dio las fuerzas necesarias para afrontar al temido Padornelo. Fue por
casualidad que le preguntara cuando nos marchábamos a la camarera del bar, de dónde
era ella y que nos respondiera que, ¡de Lubián!, para charlar un rato y
decirle que era nuestro destino por ese día y que saliera en la conversación
la familia Menoyo, a la que conoce. Ya se sabe, ¡quién no se conoce en estas
poblaciones!.
La lluvia nos obligó a hacer todo el tramo por carretera, incluso a atravesar
los viaductos, con el poco arcén que tienen, por abajo, los caminos estaban
impracticables. Ahora toda la circulación se va por la nueva autovía y apenas
pasan coches por ella, por lo que no es arriesgado subir por allí en caso de
necesidad.
El agua empujada por el fuerte viento nos impactaba en la cara haciendo que la
agacháramos. Me tiré casi toda la mañana soplándome en la punta de la nariz
para quitarme las gotas que por ella resbalaban y que me hacían cosquillas. En
otros momentos dejaba que la gota llegase hasta mis labios y chupaba el agua.
El frío empezaba a incomodarnos, no llevábamos ropa de abrigo y el chubasquero
poco calor daba, mas bien provocaba sudor con el esfuerzo que al pegarse a
nuestro cuerpo y con el aire, nos producía más frio. Cuántos días atrás soñábamos
con tener un día fresco y lluvioso y ahora que los teníamos, nos quejábamos,
¡si es que nunca llueve a gusto de todos!. Lola, escondía sus puños en la
bocamanga del chubasquero para protegerse del frío y yo me limpiaba los ojos
cegados por tanta agua.
Llegando a lo más alto, en una nave industrial que parecía abandonada nos
refugiamos por un rato esperando a ver si aflojaba la tormenta. No por mucho
tiempo porque seguía lloviendo y en esos momentos lo hacia con más intensidad.
Estábamos sobre los 1350 metros y, a esas alturas, en ese día, lo mejor era
pasarlo cuanto antes.
El paso por aquellos parajes y siempre haciendo mis comparaciones con el Camino
Francés, me hizo dudar entre si aquellos montes se parecían al Bierzo en su
paso por Villafranca, Vega de Valcarce o el O’Cebreiro. Recuerdo que la
primera vez que los pasé, también fue diluviando.Vengas por donde vengas,
entres por donde entres, Galicia hay que franquearla.
La población de Padornelo está al poco de pasar la Portela de Padornelo, ya
bajando. Llegar y encontrar en la entrada una tienda / bar nos animó, La lluvia
no cesaba, estábamos más empapados que el día anterior. Nuestro cuerpo,
naturalmente, en las subidas, por el esfuerzo genera calor y se equilibra
quitando ropa, pero en las bajadas, con las mismas condiciones climatológicas,
sólo puedes cerrar los puños, apretar los dientes y andar …….
No teníamos prisa…. frío bastante y en aquel bar / tienda, la oferta no era
muy apetecible. Hubiera sido mucho pedirle a los dueños que encendieran la
chimenea para calentarnos un poco, a quién se le ocurriría encender la
chimenea en agosto. Dejamos pasar el tiempo entre una cerveza y un café con
leche hasta que amainara la tempestad. Dejamos pasar el tiempo hasta que nuestro
calor corporal, secara la ropa, a riesgo de resfriarnos.
Para entonces, ya recuperados térmicamente, llegaron Christian y Román.
Christian se quejaba de unas ampollas, había caminado los dos últimos días
con sandalias, desafiando a la humedad y ésta le pasó factura.
-Pero Christian, no sabes que el pie en medio acuoso, con el rozamiento, provoca
ampollas.
-¡Ya! pero…
Llevaba los pies arrugados como cuando se está mucho tiempo en el agua. Allí
se quedaron, “calentándose” con un café con leche.
La tarde fue mas agradecida y no llovió tanto. El opíparo almuerzo en Requejo,
con copita de orujo del vecino incluida, nos quito la gana. A partir de aquí,
una vez que entras en Galicia (estábamos muy cerca), es costumbre en los bares,
el acompañar la botella de orujito con el café. ¡Hay algunos excelentes!.
Zigzagueando por la carretera llegamos a Lubián a media tarde.
Como en casi todas la poblaciones (exceptuando las grandes urbes) allí, también
se respira paz….. tranquilidad….. La construcción es típica, piedra y
pizarra. Piedra de gran espesor para aislar tanto del frío como del calor y
pizarra en los tejados para que la nieve se deslice y no provoque hundimientos
por el peso.
No fue difícil localizar el nuevo albergue de peregrinos, todo está a mano. En
unas casas más allá, según indicaba una nota puesta en la puerta del
albergue, te daban la llave, previo pago de 3 euros.
Al abrir la puerta del albergue , nos vino a la memoria el albergue de Mombuey…..el
mismo chirrío al abrir la puerta.
¿!Pero… era imposible, no podía ser!?
¡Si que podía ser….! allí abajo, en la cocina comedor, habían aparcadas
dos bicicletas y presentía que eran las de los dos ciclistas gorditos.
Al subir al dormitorio comprobamos que estaban allí, despatarrados encima de
las literas. No sé porqué, pero les cogí manía. No por su obesidad o por ser
ciclista, sino por ser ruidosos, desordenados y poco cuidadosos.
La primera y última vez que los vimos fue en Mombuey. El ciclista como mínimo
hace una media de 50 kilómetros por día, aunque hay quien hace menos y quien
hace más, pensamos, pero aquellos eran una excepción.
-¡Hola!, ¿cómo es que estáis aquí, os hacía más adelante?.
-No, es que nos quedamos un día más en el albergue de Mombuey.
No creo que estuvieran muy cansados, pues hacía dos días que habían empezado.
-Yo creo que es mejor que facturéis de vuelta a casa las bicicletas y os pongáis
a caminar, llegaríais antes, le dije.
Uno de ellos había roto la cadena y no encontraba recambio…… no me extrañaba……..con
el peso que soportaban, las alforjas…..
Estábamos inquietos e impacientes por conocer a los padres de nuestros amigos
María y Josep Menoyo (José Cándido como lo llamó la camarera del bar de
Requejo, Luisa). No nos costó mucho dar con su casa, en el súper de enfrente,
mientras comprábamos provisiones para el desayuno, nos lo indicaron.
Hago mención especial al trato y calor recibido por parte de sus padres. La
excelente cena y posterior velada y el desayuno del día siguiente nos hicieron
sentir como en casa. Son encantadores.
Un poco antes de las ocho salimos del albergue para llegar puntuales al desayuno
que Cándido y Felicidad nos habían preparado. Al sentirnos como en familia,
cuando nos marchamos, nos pareció como una despedida de un ser querido.
El día amaneció soleado y se agradecía.
Durante dos kilómetros, Cándido se ofreció a acompañarnos para indicarnos
por donde no debíamos ir, ya que los caminos bajaban con mucha agua y, de paso,
él se daba su paseo matutino.
Aquellas tierras los vieron nacer, su vida laboral transcurrió aquí y allá…..mayormente
en Catalunya y, a ellas han vuelto a disfrutar del descanso merecido.
Pudimos comprobar en persona la cantidad de castaños que Josep nos decía en
algunas conversaciones telefónicas que habíamos mantenido y lo bien cuidados
que están para recoger su fruto. Es una fuente de ingresos.
Y el huerto donde más de una noche había hecho guardia para que el jabalí no
se comiera la cosecha de patatas del año. Habría que cambiarle el topónimo a
Lubián, porque por allí, ahora sólo merodean jabalís.
Impresiona pasar por debajo de los puentes de la autovía, los pilares de hormigón
( que Cándido también ayudó a construir) de cerca se ven gigantescos. Por
dentro son huecos, nos dijo.
Un poco más allá del Santuario de la Tuiza y de la Ermita de la Virgen de las
Nieves, a pie de autovía, nos despedimos de el. Desde allí iniciamos la subida
al otro temido puerto, A Canda(límite con Galicia). Como ya hicimos en el
Padornelo, también se puede subir por la antigua carretera sin preocuparse del
tráfico, vas solo. Realmente no son tan temibles, me los habían pintado más
duros.
Un poco antes de llegar a Vilavella, ya en bajada, nos adelantaron los dos
ciclistas gorditos. Uno de ellos pedaleaba y el otro, como iba sin cadena,
bajaba empujado por su propio peso. Parecía como un caballo desbocado. Aquel día
seguro que se ganó el plato de espaguetis, porque tuvo que empujar la bici en
la subida.
Un alto en el camino para reponer fuerzas en el hostal Porta Galega de Vilavella
y seguimos para A Gudiña ¡que bien sabe el bocata de tortilla recién hecho!
En A Gudiña nos íbamos a encontrar con nuestro amigo y peregrino José Luis
“El Resen” que venía andando desde el pueblo de sus padres a dos jornadas.
Al día siguiente partiríamos los tres hacia Santiago.
A la una entrábamos en A Gudiña, la etapa había sido corta. En la puerta del
albergue un cartel decía que había que llamar a un número de teléfono y que
abrían a partir de las cuatro, ¡perfecto!, es la mejor hora para ir a comer,
aprovecharemos para hacerlo.
Ya estábamos en Galicia, ya empezaba a cambiar la gastronomía. Debo parecer un
comilón, pero es que hay platos de la cocina galega que me pirran. No hay nada
mejor que un caldo galego y su pringá para calentarse en los días fríos,
bueno, no lo hacía, pero esa fue la excusa, y además, quien se puede resistir
a no pedirlo, si ves pasar por delante de tus narices las bandejas con aquellos
manjares.
-Lola, vamos a ese restaurante que hemos visto a la entrada
-¿Cómo se llama?
-¡No me acuerdo!, ya lo veremos. Había gente esperando y eso es buena señal
-¿Dónde está el albergue? nos preguntó un transeúnte con pinta de rockero
de los años sesenta y con cara de mala leite.
Me pensé unos segundos el decirle dónde estaba porque no le vi pintas y menos
cuando al preguntarle si era peregrino, me gritó.
-¿Que te he dicho que dónde está el albergue?
-¡No lo sé!…. sigue por esa carretera, le contesté.
Tuvimos oportunidad de comentarle al hospitalero el hecho y nos dijo que habíamos
hecho bien, porque el ayuntamiento dispone de una casa de acogida, pero éstos,
si pueden, se cuelan en el albergue para peregrinos y en más de una ocasión se
han producido hurtos en las mochilas y algún que otro altercado.
-¡Hola Luis!
-¡Hola José Luis!
-¿Por dónde andas?-
-He llegado ya a A Gudiña ¿dónde estáis vosotros?
-Estamos en la salida, en un restaurante que se llama Oscar y no veas cómo nos
estamos poniendo.
Hoy, como voy de glotón, no me importa ganar algunos gramos, así que aproveché
el momento y el plato que me estaba zampando para enviar un SMS ( ¡que moderno
queda!) a la agenda de amigos de mi móvil y en especial al tripero mayor del
comando Barcino, Capi.
Santi, el de carne y hueso como lo denomina Gloria, me contestó inmediatamente
con otro preguntándome por dónde andábamos nosotros, en A Gudiña le respondí.
Besos y abrazos…. abrazos y besos en el reencuentro con José luis. Charla,
cafés y orujitos en la sobremesa. Buena sobremesa.
Antonio, el hospitalero nos enseña nuestra ubicación en el albergue y nos dice
una serie de consejos y normas que hemos de cumplir.
La siesta, de obligado cumplimiento, se vio interrumpida por la encuesta que la
Xunta había encargado a dos estudiantes…. y me tocó a mí:
-Entre uno y diez…….
-¿Qué le parece la oferta turística y hotelera?
-¡Pero chica, que somos peregrinos!.
-¡Es igual! me han dicho que lo rellene y que usted me respondería.
-¿Cuánto se gasta al día en hoteles?
-No sabe, no contesta.
-¿Y en comer?
-¡Bufff! hay días que no podemos gastar lo que quisiéramos……
Me tocó hacer la colada ese día y allí que me puse en el lavabo al lado de
Román que también hacía la suya. Vi que con un remojo en agua y dos aclarados
hizo su colada.
-¿No usas jabón para lavar la ropa?
-¡No! En Austria se mira mucho los vertidos.
-Bueno, yo utilizo un jabón “poco agresivo” para el medio ambiente, el
Lagarto de toda la vida. Recuerdo que mi padre lo usaba para lavarse la cabeza y
no tenía caspa.
Bajamos al patio a tender la ropa y en el mismo momento que tendía mis
calzoncillos, menos mal que no eran las bragas de Lola (el cachondeo estaba
asegurado), se presentaron Santi (el de carne y hueso) y Laura a visitarnos. Su
SMS anterior era para asegurarse que estábamos allí. Habían alquilado un
coche en Santiago y volvían a Barcelona vía Madrid, visitando a amigos y
conocidos. Grata sorpresa.
Como se nos hizo casi de noche charlando, decidimos pedirle permiso al
hospitalero para que Santi y Laura pudieran dormir en el albergue, siempre y
cuando sobraran camas. Sin comprometerlo, Antonio, el hospitalero, accedió.
No voy a contar lo que cenamos y dónde porque sería repetirme, sólo diré que
hubo uno que puso mala cara y gruñó (y no fui yo) cuando el camarero quería
retirarle la sopera del caldo galego. ¡dónde se ha visto!.
A las cinco de la mañana sonó el despertador de los ciclistas gorditos, creo
que todos nos despertamos menos los susodichos.
-¿Cómo es posible que lo pongan a esa hora?, dijo Lola, que le tocó dormir al
lado.
-¿A dónde irán tan temprano? ¡si no se ve nada!
-¡Pero ese niño es tonto o qué!
Se levantaron muy ruidosamente, replegaron todas sus pertenencias a oscuras,
incluidas las lonas que parecían velas agitadas por el viento y se bajaron a la
cocina para acabar de hacer el resto de ruido.
-¿Qué les habría pasado? ¿porqué se levantaban tan pronto? me preguntaba. A
Gudiña tiene estación de tren, ¿a lo mejor me han hecho caso y facturan las
bicis…..?
En su repliegue también se llevaron una chancla de Lola. No sé si por
fastidiar después del comentario que hizo o por descuido. A la pata coja ya la
veía …..¡Como los pille les pincho las ruedas! decía lola. Al salir del
albergue se la encontró en la puerta ¡fue por descuido!.
Ya no volvimos a ver a los ciclistas gorditos en todo el Camino, seguramente
cogieron un tren de vuelta a casa.
Mientras aclaraba el día nos tomamos un pequeño desayuno en un bar cercano al
albergue. Era el primer día que caminábamos con compañía (exceptuando un día
con los salmantinos). Teníamos que adaptarnos al nuevo acompañante peregrino o
¿mas bien se tuvo que adaptar el?. La verdad es que no se quejó en absoluto, a
pesar de la “caña” que le metimos y del hinchazón de piernas que tuvo.
Nuestra marcha era galopante en algunos momentos, demasiado quizás.
En anteriores caminos había tenido algún problemilla con las piedras en el riñón
y en éste me encontraba pletórico de fuerzas.
El paisaje pasó a ser completamente montañoso. En suave ascensión fuimos
pasando por A Venda do Espiño, A Venda da Teresa, A Venda do Capela. En esta última
sin necesidad de pan, le preguntamos a una señora que estaba trabajando el
huerto si pasaba por allí el panadero.
-¡No, hasta el martes no pasa, pero si queréis un poco pasad!
Nos invitó a entrar a su casa y nos dio media hogaza del pan que tenía y una
bolsa con unas cuantas ciruelas. Irene, como así se llama, hace años que
atiende al peregrino. Su casa está siempre abierta.
Irene, recuerda con nostalgia los años de la construcción de la vía férrea
Puebla de Sanabria-Ourense. Entonces los poblados que RENFE construyó estaban
llenos de gente, había vida. Hoy, está todo abandonado y derruido y el único
ruido que se oye por allí es el del tren alejarse entre los numerosos túneles
que cruzan aquellas montañas.
Ahora da la sensación de que el progreso pasó por allí años ha y que a sus
pobladores los dejó estancados en el pasado.
Una fuerte bajada nos llevó a Campobecerros. Esta me pareció a la de El Acebo,
pero más pronunciada y peligrosa por las piedras que, al pisarlas, resbalaban.
Una fuente y abrevadero a la entrada con un agua fresquísima, calmó nuestra
sed. Posteriormente nos enteramos que algunos peregrinos tuvieron problemas
intestinales con ese agua y tuvieron que ser socorridos por Protección Civil de
Laza en medio de la montaña.
Nunca nos había costado tanto ganar el comernos unos huevos fritos con lo que
sea. Nuestra boca se nos hizo agua al ver en el cartel del bar con el mismo
nombre, una trucha. Nos la imaginábamos rellena de jamón, con una ensalada y
un buen vino….. No pedíamos más.
-Hola, buenas tardes, nos pones unas claras….
-¿Qué tenemos para comer? ¡qué tal unas truchas!
-¡No, no tenemos!.
-¡Vaya hombre!
-¿Y qué tenemos entonces?
-No está mi hermana y….
-¿Pero podrás ponernos unos huevos fritos con chorizo o jamón y una
ensalada?. ¡Si hace falta te echamos una mano en la cocina!.
-¿No lo sé, voy a ver?
-¡No tengo huevos!. la gallina no ha puesto hoy ninguno.
-¿Y porqué no sales y le pides a alguna vecina que te preste unos cuantos y
cuando las tuyas pongan, se los devuelves?.
Presionada la joven , escuchó nuestro ruego y salió a pedirlos, ¡estábamos
salvados!. Al poco también llegó la hermana con una barra de pan bajo el
brazo, una ensalada y unos tomates y pudimos comernos los mejores huevos fritos
con jamón que nuestra memoria más reciente recordara.
El postre, una siesta en un roble grandioso a la salida con ronquidos incluidos.
Hasta llegar a Laza se baja zigzagueando un número incontable de curvas,
primero por pista forestal muy amplia y limpia, para acabar por carretera muy
poco transitada.
Dónde se ha visto que al peregrino se le transporte en un jeep al albergue.
Pues eso ocurre cuando llegas a Laza, los de Protección Civil, que tienen la
base a la entrada, muy celosamente, te toman los datos y como piensan que llegas
muy cansado, te quieren acercar hasta el albergue en su flamante jeep que la
Xunta les ha dotado. Quinientos metros restan desde la oficina de Protección
Civil al albergue, sería como llegar con coche de apoyo ¡que deshonra!.
El albergue, nuevo como todos los de Galicia por este Camino, se encuentra a la
salida, en el lado opuesto a la dirección del camino y está dotado con todos
los servicios, incluso taquillas. Son habitaciones de ocho camas y te dan la
llave para que la cierres si te vas de paseo. Por la mañana, al marchar, las
tienes que devolver. Todo un lujo.
En la cena se nos presentó un personaje para nosotros un tanto misterioso que
no perdimos hasta un día antes de llegar a Santiago.
Daniel como así se llamaba, un paisano de Ponferrada, no paraba de hacer
preguntas. Decía que se había salido del Camino Francés y venido a este
porque estaba masificado, razón no le faltaba.
Lo cierto es que apareció cuando el Resen y eso es lo que nos mosqueó. De
cachondeo le decíamos a José Luis, “este viene a por ti, te viene siguiendo
los pasos desde Bilbao”
El misterio estaba servido, en los próximos días iríamos haciendo nuestras cábalas.
Como si de una celda se tratase, uno a uno fuimos saliendo al pasillo a
desperezarnos. Las botas, perfectamente emparejadas y aireadas, hacían guardia
en la puerta esperando ser calzadas nuevamente.
Después del obligado aporte calórico matutino nos pusimos a caminar. Diez o
doce peregrinos enfilábamos la recta que sale de Laza por carretera.
Poco a poco la niebla fue abriendo paso a un día soleado y en Tamicelas, viendo
la fuerte subida que se avecinaba, nos quitamos la ropa de abrigo.
Cinco kilómetros de subida constante con algún plano para tomar aliento y ¡venga
subir!. Las pastillas de Isostar parece que no, pero aportan energía rápida.
Yo sólo quería llegar a Alberguería y ésta, nunca llegaba ¡venga subir!. El
sol ya apretaba de lo lindo; la respiración cada vez más fuerte, el corazón
quería salirse de la caja, la mente en blanco hasta el punto que no sabía si
chupar la pastilla o respirar, las dos cosas a la vez, en esos momentos, eran
incompatibles para mi, me faltaba plétora.. Estaba totalmente descoordinado.
En el alto, un cartelito trampa indicaba “Alberguería 500 metros”. Ya se
había acabado el suplicio, nuestra recompensa estaba próxima, pero….
-¿No ponía quinientos metros?
-¡Me parece que nos han timado!
-¡Cómo quieres que ponga en cartel un kilómetro y medio después de la fuerte
subida!, -nos dijo después Luis, el dueño del único bar-. A más de uno hemos
tenido que recoger exhausto.
Hay peregrinos, -nos dijo-, que han subido por carretera para evitar subir por
el monte y es un error. La carretera que sube en paralelo, -que se ve enfrente,
pero en la distancia-, tiene setenta y dos curvas que llegan a desmoralizar a
cualquiera. Aquí ha llegado gente que ha soltado la mochila en medio de la
carretera y hemos tenido que bajar a buscarla
-¡Tienes toda la razón!, pero nos vas a poner esa empanada y sácate una
botellita de vino fresquito.
Curiosa estampa a iniciativa de Luis te encuentras cuando entras al bar. Desde
primeros de este año a todo peregrino que pasa por allí le da una vieira y un
rotulador para que escriba su nombre y la fecha y éste, las clava en las vigas
de madera del techo. Algún ciento de ellas ya hay clavadas. Las nuestras, cómo
no, también lo fueron. Por allí, podemos dar fe que pasó algún miembro del
comando Euskal Akelarre (en fase embionaria), dos del comando Barcino y hasta
pusimos una en nombre de Javier de la Fuente (El Gurú). Me imagino que cuando
llene el techo, y ya le faltaba poco, hará como en los cementerios, todos
pasaremos al osario común. Todo quedará en nuestra memoria, en la fotográfica
también.
Las bajadas, a pesar de ser eso, bajadas, también requieren su esfuerzo. Subir
a Alberguería tiene un desnivel de unos quinientos metros en cinco kilómetros.
Hasta Vilar do Barrio, la pendiente de bajada era de trescientos en algo más de
dos kilómetros. Los gemelos se cargan, pero todo sea dicho, también se
fortalecen.
Sobre la una del medio día entrábamos en Vilar do Barrio, y aunque parezca lo
contrario, nuestro cuerpo nos estaba pidiendo comida ¿qué le vamos a hacer? ¡pues
nada! El bar Ruta de la Plata es el idóneo para comerse un buen filete y una
ensaladita.
Cómo han cambiado los tiempos, a. de c., en las luchas entre gladiadores, el
vencedor, antes de rematar a su contrincante, lo sometía a criterio…… Si el
dedo pulgar miraba al cielo…….y ahora, ese mismo gesto, si mira al suelo, te
ponen una botella de orujo del vecino para acompañar al café.
Era muy pronto para ponerse a caminar después de tan simple, pero exquisita
comida, así que, al chico joven de ojos azules que atendía la gasolinera le
pedimos las llaves del maravilloso albergue, donde echamos una siesta un tanto
calurosa, pero reparadora, hasta las cuatro de la tarde.
Cuando ya caía la tarde, después de una agradable travesía por las
poblaciones de Bóveda, Cima de Villa, Quintela…… llegábamos a Xunqueira de
Ambía. A lo lejos se oían unos estruendosos petardazos como reclamo y aviso
previo de las fiestas.
A ellas llegaban gentes de las poblaciones cercanas. Los gallegos, siempre añorantes
de su terruña; inmigrantes en otros países como Venezuela, crean asociaciones
de coros y danzas y cada año vuelven con sus hijos a amenizar sus fiestas.
De buena gana nos hubiésemos quedado, pero nos sentíamos extraños, como que
no encajábamos en su diversión, éramos gente de paso.
Pensábamos que la noche sería ruidosa por las fiestas. Al polideportivo que
está al lado del albergue llegaban jóvenes dispuestos a divertirse, pero no,
se portaron bien y no hicieron mucho escándalo.
Esa mañana, no se vio, como muchas, la serpiente multicolor de peregrinos
enfilar el Camino. Los hermanos austriacos y nosotros fuimos lo últimos en
salir del albergue.
Un café con leche hubiera ido bien para empezar, pero en el único bar abierto
a esas horas, y eran las ocho, solo servían cubatas.
Etapa corta y sin muchos paisajes donde se nota la proximidad de una gran
ciudad, como es Ourense, por la cantidad de pequeñas y continuas poblaciones
por las que se va pasando; A Pousa, Pereiras, Reboredo… y de polígonos
industriales. Estos últimos me desmoralizan.
Quien dice que por esa parte del Camino hacía Santiago no hay pulperías. Si
los gallegos no van a las pulperías, éstas vienen a ellos. Íbamos por medio
de Seixalbo cuando por la otra parte de la calle vimos una furgoneta ambulante
con un toldo desplegado y gente haciendo cola.
¿Qué estarán comprando? Acaso serán churros, cortezas y patatas fritas,
pensamos al ver salir humo. Pero nuestro olfato no nos engañaba, aquello no
eran churros, el olorcillo era el típico del pulpo cociéndose. Enseguida los
jugos gástricos se despertaron y se nos hizo la boca agua…….ya nos estábamos
relamiendo.
-¿Lola, José Luis, hace una tapita de pulpo a feira?
-¡Hace!
Enfrente justo había un bar, estaba todo mas que montado.
-¡Oiga!, ¿nos pueden servir una ración para tres?
-¡Enseguida!, vayan ahí enfrente, siéntense en una mesa y pidan la bebida y
el pan, mientras se la llevamos.
Vino a mi recuerdo el delicioso pulpo de Melide, las buenas veladas que hemos
pasado allí en compañía de no sé cuantos peregrinos y en distintas fechas,
es todo un clásico.
No sé el tiempo que requiere de cocción, ni las veces que lo tienes que engañar,
ni los palos que le tienes que arrear al cefalópodo, solo sé que aquel estaba
tiernísimo y, como el vino turbio, además, estaba fresquísimo, la conjunción
era perfecta.
Pocos kilómetros quedaban para llegar a Ourense, así que lo tomamos con calma
y relajo, como mirando tiendas. Nunca mejor dicho, porque aproveché para
comprarme unos calzoncillos en una que estaba abierta. Del par que tenía, había
perdido uno y llevaba tres días dándole la vuelta a los que me quedaban. ¡Vete
a saber dónde los perdí!
El albergue se encuentra en el antiguo convento de San Francisco y como muchos ,
si no está cuesta arriba, está alejado de la población, a este tienes que
echarle un último esfuerzo para llegar.
Compensa lo moderno y cómodo que lo ha dejado la Xunta. Nos comentó su
hospitalero, voluntario de la Asociación de San Sebastián que lo reinauguraron
en el mes de Junio pasado, que lo estaban acabando de pintar y ya estaban
esperando peregrinos en la puerta. Como siempre, las cosas deprisa y corriendo y
a última hora.
Ourense es el kilómetro cien para mucha gente, hasta Santiago restan 109 y ya
empiezan a notarse las prisas. Como ocurre en Sarria salen peregrinos hasta de
debajo de las literas. Para el que lleva algunos cientos en sus piernas le hace
sentirse incómodo ese ansia por llegar.
Las piernas de José Luis tenían un aspecto feo, aquello no pintaba bien y
tuvimos que ir a la farmacia a pedir consejo a una manceba que se quedó mas
asombrada que nosotros. Se fijó más en mi cara colorada que en las piernas.
-¿Pero qué le ha pasado hombre? -me dijo
-¿Se ha fijado que roja tiene la cara?
-¡A mi, nada!. Lo mío es de nacimiento ¡je je!. Ya de por sí la tengo
colorada y con el sol que he tomado estos días parezco un guiri.
-¡Huy! esas piernas tienen muy mal aspecto, fijándose en José luis.
-¿Habrá que amputar doctor? ¡je je!
- Se va a tomar estas pastillas durante unos días y también se va aplicar esta
pomada y, cuando pueda vaya al médico y que se lo mire.
Pero José Luis es un chicarrón del norte, bueno lo dejaremos en un chico del
norte y aguantaría lo que le echaran.
En la cena se nos sentó al lado el peregrino sospechoso. ¿Será o no será
policía?. Seguimos haciendo conjeturas. Mañana se lo pregunto directamente,
dije. Le haré una especie de interrogatorio y veremos si sacamos algo. Esto se
ponía interesante.
Con las vistas por la ventana del albergue al campo santo adyacente al albergue,
llegamos a nuestro descanso nocturno.
Un desayuno a base de café con leche, croissant cubierto de miel y lectura de
periódico incluida te descoloca del camino, Yo, particularmente odio los
croissant pringaos de miel porque se me pegan en los dedos ( sólo las moscas
acuden a la miel) y, encima me niego a comerlos con cubierto. A mi, primero me
gusta desmembrarle un cuerno y mojar en el café con leche… después le
arranco el segundo y, si la puntita está tostada, la muerdo y saboreo…..
Vamos, todo un ritual sibarita….
¿Dónde estoy?, ¡Venga, a caminar!.
La mochila a la espalda y ajustada; el bordón y la campanilla de nuevo
repiquetean por las calles al amanecer. Ya se marchan los peregrinos con fuerzas
renovadas.
Llevábamos una fotocopia del plano de salida de Ourense que Antonio, el
hospitalero, nos había facilitado y, esta indicaba otra alternativa que
inicialmente sigue la dirección del río Miño por su orilla derecha y continúa
por Quintela, así que decidimos tomarla.
Son unos cuatro kilómetros de asfalto al principio para acabar en una fuerte
subida, la Costiña do Canedo, una carretera local muy estrecha sin apenas arcén,
que se conocen los vecinos y por la que bajan como kamikazes con los coches. La
Costiña son dos kilómetros más con una pendiente del 17% que los sudas bien.
Acabada la fuerte subida, en Cima da Costa, se planea por las poblaciones de Liñares,
Cimadevilla y Mandrás,-aquí se puede reponer fuerzas y comer algo en el único
bar que hay-. para acabar enlazando con el camino que marca la guía del Camino
Fonseca, en Casas Novas.
Se nota que es el “Año Xacobeo”, los de Protección Civil con sus flamantes
cuatro por cuatro , recorren los caminos velando por el peregrino ofreciendo
ayuda si la necesitas. ¡Y es de agradecer!.
El peregrino sospechoso nos pisaba los talones en la Costina do Canedo. ¡Ánimo
Lola, ánimo José Luis! no permitamos que nos adelante. ¡Venga, son pocos los
metros que nos faltan, no nos puede aventajar!
Culminamos la Costiña y, sin apenas haber mediado palabra desapareció. ¿Cómo
era posible? si lo teníamos delante nuestro. El plácido llanear después del
esfuerzo; ver el cartel de un restaurante próximo donde podíamos comer algo,
que resultó estar cerrado por descanso semanal y el jolgorio de otros
peregrinos, nos hizo perder su pista. Volvimos a verlo poco después en Cea,
enfrascado en una medio bronca con un camarero porque no le daba de comer. No sé
si nuestra intercesión sirvió.
Por la mañana fueron varios chaparrones los que nos cayeron, tantos que pasábamos
de sacar el chubasquero a no ser que tuviera cierta intensidad.
Llegar al Monasterio de Oseira impresiona, la paz y tranquilidad que allí se
respira reconforta. El tiempo parece que se ralentiza en su interior y hay que
buscarse alguna actividad para no aburrirse. Lo primero es la visita guiada a su
interior. Intentamos negociar el precio de la visita argumentando que éramos
peregrinos y que nuestras arcas estaban un tanto vacías, pero no hubo manera ¡a
pasar por caja como todo turista!.
Y para dormir, a pesar de que llamamos con antelación por la mañana para
reservar cama como dice la guía, la respuesta fue negativa, no sé que nos
contaron de que una peregrina se había quejado y habían decidido no alojar
peregrinos en las celdas del monasterio.
En la antigua biblioteca, convertida hoy en dormitorio, unas alfombras en el
suelo y unos cartones nos dieron cobijo al mas puro estilo transeúnte, ¡que
mal lo deben pasar éstos cuando hace frío!.
Para contentar a todos los comerciantes de la zona dividimos nuestros gastos en
los dos bares que hay; en uno las cervecitas de la tarde y en el bar Venezuela
la tortilla para la cena.
La forma abovedada de la biblioteca provocaba que los sonidos se agudizaran más.
Migel, que se había acostado encima de las mesas que se desplegaban a lo largo
de la nave para evitar la humedad y el frío del suelo, roncaba como un bendito,
yo no me quedaba corto.
En la madrugada bajó la temperatura; el silencio del lugar, la humedad que se
respiraba, el incesante caer de la lluvia y la insuficiencia del saco de dormir,
provocaron que durmiera muy poco. Quizás fue la peor noche que pasé en este
Camino.
A las siete y media le habíamos dicho a la señora del bar Venezuela que pasaríamos
a desayunar. Son pocas las oportunidades de negocio que se presentan y hay que
aprovecharlas. Un gran vaso de colacao con leche y unas magdalenas para mojar y
de vuelta al Camino.
¿Por qué siempre que iniciamos una nueva etapa, esta ha de ser en subida?, me
preguntaba. Recién puesto a caminar y ya estamos subiendo, ¡no hay derecho!.
Llevo muy mal eso de iniciar subiendo y necesito andar algunos kilómetros para
calentar o abrir pulmones.
La mañana transcurrió atravesando pequeñas poblaciones; O Outeiro, A Gouxa,
Santo Domingo, Pontenoufe…….hasta que llegamos a Estación de Lalín. Allí
paramos a comer, ¡y que vamos a comer!, pues los ricos productos de la cocina
galega; caldo y unas costillas de marrano, bien asadas al horno. Allí llegaron
también los austriacos y el alemán siguiendo nuestros pasos y una vez más
copiaron nuestros usos y costumbres. Román y Christian rechupaban las costillas
y Migel, solo comió una ensalada, me parece que era vegetariano.
Después de una buena sobremesa y descansados, nos pusimos nuevamente en marcha
bajo la lluvia para rematar lo que quedaba de jornada. Sólo nos quedaban seis
kilómetros.
A Laxe es un pequeño pueblo de pocas casas sin servicios, sólo un buen bar mesón
a pie de carretera, pero con un albergue a la última. Inaugurado hace poco
tiempo (Febrero), dispone de unos buenos servicios. Y para que no se gaste más
luz de la debida está equipado con detectores de presencia que van encendiendo
las luces a medida que vas pasando y apagándose después de unos segundos. Lo
malo es que si vas a hacer aguas menores en la madrugada, como no vayas con
linterna, lo tienes un poco difícil para atinar a ciegas.
Lo primero que hicimos al entrar al albergue fue poner a secar los chubasqueros
y botas, pues estaban empapados. Después vino el aseo personal y siesta para
recuperar fuerzas.
Como no había mucho que visitar nos dedicamos a hablar con los peregrinos que
iban llegando. La pareja “más que amigos” de valencianos, que empezaron en
A Gudiña ya estaban más en forma y uno de ellos ya no tenía ampollas, el otro
arrastraba mejor la mochila.
El peregrino sospechoso esquivaba las preguntas directas que le hacía. El día
anterior nos dijo que había cogido por otro camino un poco más allá de Cima
da Costa y apareció en Cea. Cuando le dijimos que nosotros habíamos dormido en
Oseira y nos dijo que allí unos compañeros habían estado alojados preparando
una oposición, se confirmaron nuestras sospechas, pero no llegaríamos a
saberlo. ¿Era un policía camuflado de peregrino?.
La cena fue a base de tapas en el bar mesón, no teníamos ganas de pagar un
precio un tanto elevado.
No llevábamos nada en la mochila para desayunar, tampoco pudimos comprar nada
en el bar la noche anterior. Prado estaba a poco más de dos kilómetros y allí
desayunaríamos, en el hostal el Afilador, el único que había abierto. Este
hostal era frecuentado por peregrinos, había alguno que también estaba
desayunando, pero desde que han abierto el albergue de A Laxe, ha dejado de
serlo.
La lluvia seguía en su constante caída y por momentos, las ráfagas de viento
y lluvia, nos azotaban en la cara. Es curioso, pensaba; cuando vamos a hacer
alguna ruta de fin de semana, si vemos que va a llover no salimos. En cambio, en
el Camino ya puede llover, granizar o nevar, que nada nos para.
Si hubiéramos parado por esa causa, se hubiese prolongado demasiado y en
nuestro pensamiento estaba la meta, Santiago de Compostela, ya estábamos a poco
de más de una jornada.
La verdad es que lo que restaba hasta Puente Ulla era un paseo. Nuestros pies ya
estaban hechos al Camino y la ampolla en forma de “pezón” recién mamado
por un neonato, que le había salido en la pierna a José Luis, estaba estable,
no supuraba liquido. El mejunje que la manceba de Orense le dio, la mantenía a
raya.
El transcurso de la mañana fue por pequeñas poblaciones o aldeas; Silleda, ésta
más importante y con servicios, Foxo, San Fiz, Devesa y pequeñas aldeas como
Bandeira…..
Estábamos a la altura de Vilariño, no se sabe bien, a veces, a que Concello
pertenecen, pues están bastante juntas estas poblaciones, cuando empezó a
llover de nuevo. Corrimos un poco para ponernos debajo de una higuera y poder
sacar de la mochila nuevamente los chubasqueros, y en esos momentos llegó el
vendedor ambulante de pescado a un chalet que estaba al lado. Allí se puso a
sacar las pescadillas , los pulpos….y a nosotros al ver aquello se nos despertó
un hambre insaciable.
Le preguntamos a la señora que salió a comprar.
.
-Señora, ¿sabe de algún sitio para comer por aquí, por casualidad?
-Si, nos dijo muy segura. Tan segura como que iba a comer muchos días.
-Seguid el Camino y cuando lleguéis al segundo cruce, torced a la izquierda,
continuad quinientos metros y cuando deis con la N-525 veréis un restaurante
que se llama Churrasquería el Gaucho, allí comeréis bien.
Dicho y hecho, la señora no se equivocó ni un metro. La cervecita aclara
gargantas y para el comedor.
-Que tienen de menú.
-Es plato único; ensalada, chorizo criollo y churrasco a la brasa.
-¿Y para beber?.
-Tráiganos una botellita de vino blanco de la tierra bien fresquito.
Empezó una primera bandeja de carne a la brasa, guarnicionada con patatas
fritas auténticas, no congeladas. Cuando se acabó aquella, nos pusieron
otra…. y hubiera caído a una tercera si no hubiésemos saciado nuestra gula.
Y todo por diez euros, un auténtico homenaje, y solo por diez euros. Obviamente
que por persona.
Salimos diciendo ¡bah! que nos queda para llegar a Puente Ulla, ¡si eso es un
paseo!.
Llegar a Puente Ulla se hace por una bajada importante, por pista asfaltada,
pero sin mayor dificultad. El paisaje por allí es precioso, su verdor era
exuberante. El ruido del río Ulla, división entre Pontevedra y A Coruña, se oía
próximo y próximo también estaba el fin de la etapa por ese día. Andamos un
poco más de treinta kilómetros y ya tocaba descanso.
Justo cuando entras en Puente Ulla y nada mas cruzar su puente, está el bar Río,
allí tienen las llaves del albergue. El albergue son las antiguas escuelas
nacionales, un salón con varias colchonetas de espuma, una ducha espartana, de
las que te estás poco rato, son suficientes para descansar.
La cena la hicimos en el mismo bar Río, pero más arriba del albergue hay un
supermercado donde se puede comprar de todo.
Mañana nos espera la última etapa, Santiago de Compostela.
Tengo un oído finísimo y cualquier ruido en la noche lo capto a la perfección.
Sobre las tres de la madrugada ya estaba despierto, no podía dormir más
pensando que aquello se acababa. Me puse la radio en un oído y por el otro oía
como un ratón roía algo, probablemente alguna bolsa con patatas fritas u otro
alimento que hubiera en el salón del al lado, el ruido que emiten es característico.
También nos podíamos haber dado un festín nosotros la noche anterior, no se
hubiesen enterado. De las dos aulas que se componían las escuelas, ahora una es
albergue y la otra la utilizan como salón para celebrar fiestas especiales,
cenas…..Estaba repleto de bebidas de todo tipo.
A las siete ya estábamos en pie….. sin prisas nos fuimos preparando, el penúltimo
desayuno a base de zumo de frutas y magdalenas…… y listos para salir.
Para no olvidarte de las muchas subidas que tiene este Camino, la última te
despeja de dudas y te recuerda que aún te queda algo por subir. Es una subida
de unos tres kilómetros nada mas salir de Puente Ulla, suaves, pero constantes,
rodeados de altísimos eucaliptos que en primavera deben desprender un olor
embriagador.
Al llegar a Outeiro pasamos por delante del último albergue que la Xunta ha
construido por esa zona. Todo un lujo de albergue. Sabíamos de su existencia,
pero preferimos quedarnos a dormir la noche anterior en Puente Ulla porque estábamos
cansados. En la misma zona se encuentra la Capilla de Santiaguiño y una fuente
de su mismo nombre.
Si llegando a al bar Río y, si comes o cenas allí y, dependiendo como te vea
la dueña, te ofrece por un módico precio el que su cuñado te lleve al
albergue de Outeiro. Esa práctica se la vimos hacer a una familia que llegó al
completo; padre, madre, hijos y abuelos. Nosotros no le dimos oportunidad porque
le pedimos directamente las llaves de las escuelas.
A nuestra derecha se divisaba el Pico Sacro, lugar desde donde dice la leyenda
que la Reina Lupa envió a los discípulos de Santiago, Teodoro y Atanasio a
buscar los dos bueyes para el traslado del cuerpo de Santiago desde Iria Flavia…..
Este Pico podría considerarse el Monto Gozo particular, ya que desde arriba se
divisan las torres de la catedral, pero no nos hizo falta subir porque un poco más
adelante ya se divisaban.
Sobre las dos de la tarde llegábamos, Santiago de Compostela ya estaba a
nuestro alcance. El pasear por sus calles ya nos embrujaba.
Lo primero era procurarse alojamiento y dejar las mochilas, la Pensión de
Encanto al lado de la catedral es un clásico para nosotros. En una buhardilla,
la única que quedaba, nos alojamos los tres; Lola y yo en una habitación y José
Luis en una contigua.
Otro clásico es Casa Manolo, a las tres de la tarde la cola aún era notable,
esperamos más de media hora para comer.
Teretatona, amiga de la asociación de Barcelona, también se alojaba allí con
su familia, no habían llegado caminando, su madre está delicada de las piernas
e hicieron el viaje en avión. Esa noche nos fuimos todos a cenar.
A partir de ahora lo que nos quedaba era pasear; celebrar, comprar regalos y
recuerdos…
Pudimos despedirnos de nuestros compañeros de Camino, Román y Christian,
Santiago es un pañuelo.
Al día siguiente nos desplazamos a Fisterra, Jorsua un peregrino afincado en
Santiago, conocido del foro de Fernando, se ofreció a llevarnos por la tarde a
saludar a amigos que habían culminado su peregrinación en el Finis Terrae:
Pilar y Fernando de Madrid y ver a otros que teníamos ganas de conocer: Iria y
Xosé. Una franja de nubes en el horizonte impidió que viéramos bien el ocaso
del sol, pero no nos importó, en nuestra mente ya se fraguaba llegar allí
caminando.
La mañana del 21 cogimos un autobus que nos devolvería a Salamanca. En seis
horas recorrimos lo que nos costó veinte días. Veinte días ya imborrables de
nuestra mente.
Como tuvimos que hacer un poco de tiempo para enlazar con otro autobus que nos
llevaría a Calzada de Bejar, lo aprovechamos y dedicamos para comer y volver a
recorrer las calles de Salamanca. Pero esta vez no teníamos las mismas
sensaciones.
Los amigos de Barcelona que nos guardaron el coche nos forzaban para que nos
quedáramos a cenar, pero nos interesaba más volver hacia Zamora y
reencontrarnos con Gloria, nos interesaba más saber y comentar cómo le fue su
camino. Le habíamos ofrecido la posibilidad de volver con nosotros en coche a
Barcelona y después de repensárselo nos acompañó.
Una vez más nos volvimos a alojar en la residencia Doña Urraca, Gloria bajó
enseguida a la recepción y los tres nos fundimos en un abrazo. Estaba morena y
sus cabellos parecían estar mas dorados, el sol los había convertido en oro.
Una vez más volvimos a cenar en aquel restaurante donde el 5 de agosto cenamos
con Sofía y Fernando. Esta vez repetimos plato. A la cena se sumaron Enrique y
Rosa, salmantinos y amante el del Camino.
Por la mañana del día veintidós desayunamos en el mismo albergue y conocimos
a Werner, el peregrino alemán que caminó junto a Gloria y, antes de coger el
coche de vuelta a Barcelona, nos dio tiempo a hacer una última visita a Zamora
y tomarnos un café.
Allí se quedó Werner solo sentado en un banco de la plaza Mayor, él
continuaba hasta Santiago. Nos despedimos y casi lloro al darle el abrazo de
despedida.
Las despedidas son tristes…….
¿Y mañana qué……..?